El mes de abril, en el que se toman las decisiones clave para los cultivos de invierno, trigo, cebada, colza, carinata y lupino, ha sido el más turbulento que se recuerde para la economía global.
En abril se toman las decisiones clave para las siembras de trigo, cebada, colza, carinata y lupino, y este ha sido el más turbulento que se recuerde para la economía global; se nota una preferencia por los granos aceiteros
El mes de abril, en el que se toman las decisiones clave para los cultivos de invierno, trigo, cebada, colza, carinata y lupino, ha sido el más turbulento que se recuerde para la economía global.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAranceles que van y vienen, bolsas que se desploman para recuperarse y volver a caerse, y muchas otras variables que dan la sensación de una situación imprevisible y cambiante, como muy pocas veces antes.
Sin embargo, para estos cultivos pocas cosas han cambiado respecto al 2024. Los costos son parecidos a los del año pasado, los precios también son similares, y aun así, dado el contraste mencionado, hay mucho para analizar y decidir, con una relativa preferencia por los cultivos aceiteros por encima de los cerealeros.
En la jornada de planificación que hizo la Cooperativa Calmer, en Mercedes, el pasado jueves 10, se presentó la comparación entre los costos de producción de 2024 y los de 2025. Estabilidad marcada. El costo estimado para la cebada, de acuerdo al precio en mostrador de los insumos de la cooperativa, fueron US$ 781 en 2024 y US$ 783 en 2025. Mayor costo de fertilización, menor costo en los agroquímicos, pocos cambios en el resto de la matriz, que no incluye renta ni gastos de “estructura”, pero sí incluye seguros, imprevistos e intereses.
A ese costo cabe agregar los componentes poscosecha, secado y transporte del grano (que no aplica a la cebada), US$ 23 por tonelada en el caso de este cultivo.
Un poco más aumenta el costo del trigo, por un diferencial en la semilla respecto a la cebada, con lo que el costo por hectárea se va de US$ 717 a US$ 731, un 1,9% de incremento. El costo poscosecha en este caso es mayor, porque en la cebada el flete está a cargo de la maltería. En consecuencia, el costo del trigo se va a US$ 35 por tonelada cosechada.
Pero tanto, los costos precosecha, como poscosecha, no tienen grandes variaciones respecto al año pasado. Como tampoco la tienen –en principio– los precios que pueden esperarse.
En cuanto a precios, las presupuestaciones que se manejan son similares al resultado de la zafra anterior, por buenas razones. En el mundo el stock de trigo va en baja, Rusia y Ucrania tendrán cosechas mediocres, no por la guerra sino por falta de agua en etapas iniciales del cultivo que han generado un daño ya irreversible. En contraposición, Argentina está bien abastecida y con un gobierno más afín a los productores, y con un dólar más alto cabe esperar una fuerte intención de siembra, que puede superar los 20 millones de toneladas.
Pero a la vez encuentra a Brasil pobremente abastecido, bajo en stocks, consecuencia del exceso de lluvias en Río Grande del Sur, que se hicieron notorias por la devastación de Porto Alegre. Es decir, factores alcistas y bajistas que se compensan sin dar una pauta clara de cambios.
El factor que puede hacer la diferencia y romper el equilibrio de precios a la suba es la incipiente sequía en zonas trigueras de Estados Unidos, que llevan a que los cultivos salgan de la dormancia invernal e ingresen en la primavera en peor estado que un año atrás. Pero es temprano como para levantar un precio proyectado por un riesgo todavía de mediana entidad.
De modo que Calmer proyecta un precio de trigo de US$ 195 por tonelada, similar al actual, al obtenido el año pasado (US$ 197) y un precio de cebada de US$ 217 por tonelada, que es el actualmente disponible para este mercado que se rige por la posición diciembre de Chicago.
En ambos cultivos el límite clave a cruzar son los 4.500 kilos cosechados. Eso es algo más de lo obtenido el año pasado, pero está muy cerca del promedio de los últimos cinco años. Cabe apuntar el salto en productividad que ha dado Uruguay, tanto en trigo como en cebada, que por ejemplo nos coloca más de una tonelada por hectárea por encima de los rendimientos de Argentina, país que poco tiempo atrás se consideraba imbatible en competitividad en trigo.
En principio, dada la diferencia de precios, la cebada puede tener un poco más de margen que el trigo. Sin embargo, las exigencias de calidad y el comportamiento sanitario en la zafra pasada han dejado dudas en los productores, y es difícil distinguir una opción de otra respecto a la perspectiva de precios.
En la jornada de Calmer se mencionó un rendimiento de 6.000 kilos por hectárea como una meta difícil, pero no imposible. En todo caso, al cruzar la línea de 4.500 kilos de rendimiento empieza a darse un margen crecientemente interesante, ya que se diluyen los costos de chacra.
En forma similar, en la jornada de planificación de Fucrea se apuntó a un rendimiento de 5.000 kilos por hectárea como alcanzable en esos cultivos, y necesario para que remunere el costo ficto o real de la renta de la tierra y los gastos del establecimiento.
La expectativa está por encima de los cereales, tanto en colza como en carinata, mientras cada vez más productores exploran el potencial de otra oleaginosa: la camelina.
En el caso de las oleaginosas la zafra pasada fue de menos a más. Comenzaron con una expectativa relativamente moderada de precios, y con graves inconvenientes por el exceso de lluvias en el otoño, para terminar con un muy buen precio y un rendimiento aceptable a bueno en los cultivos que pudieron ser implantados.
El área de colza se redujo por esas razones climáticas, pero su prima biológica, la carinata, tuvo un comportamiento satisfactorio, y en este año dará un salto en área por lo que cabe esperar un retorno a un panorama similar de área de las crucíferas respecto a trigo o a cebada. La opción de estos cultivos está definitivamente afianzada en Uruguay, y sigue explorando los límites de su crecimiento.
Estos cultivos presentan diversas ventajas. Desde lo productivo, al ser diferentes botánicamente a trigo y cebada permiten una diversificación virtuosa, que corta el ciclo de enfermedades en trigo y cebada, y permite enfrentar mejor un problema clave: las malezas resistentes, como el raigrás.
Además, representan el segmento de más demanda, porque suma al destino alimenticio que tiene el aceite de colza, el de la alimentación animal para piscicultura, en particular el salmón chileno, y la demanda para combustibles sostenibles de aviación, un segmento en un crecimiento muy fuerte, con requisitos ambientales para los que Uruguay tiene claras ventajas y con una expresión clara en los precios.
Mientras los productores recuerdan con añoranza los US$ 500 por tonelada de soja de años anteriores y venden –en el mejor de los casos– a US$ 370 el poroto de regular contenido de aceite, la Carinata se paga bastante por encima de los US$ 500 por tonelada.
Por otro lado, la colza con lo corto de su ciclo, viabiliza el doble cultivo y genera soja o maíz de alto rendimiento. Agrega valor como cultivo antecesor.
De nuevo, en este caso no hay grandes cambios en los costos por hectárea. El costo hasta la cosecha se mantiene en el eje de US$ 620, aunque incluso con una leve baja en carinata de US$ 620 a 612 en este año.
En cuanto al precio, el año pasado fue una agradable sorpresa el repunte, que llevó a que una colza presupuestada a US$ 435 terminara en el promedio de los productores de Calmer en US$ 485, y como se planteó bastante más de US$ 500 por Carinata.
Para este año, la presupuestación con los precios actuales ubica a la colza en US$ 455 y a la carinata en US$ 520. Esto genera márgenes nítidamente mejores a los cereales en la foto antes de la “largada” de la zafra. Y ya los productores pueden empezar a posicionarse por encima del precio presupuestado.
En abril los precios se han mostrado en franco ascenso, y a mediados de abril los productores podrían cerrar kilos de colza a US$ 480 y carinata a US$ 545. Pero tanto Calmer como Fucrea han mostrado que estos cultivos tienen una variabilidad importante, por lo que solo unos pocos kilos pueden cerrarse anticipadamente.
Luego la zafra tiene que transitarse y, tanto los factores climáticos (excesos de lluvia, heladas demasiado tempranas o tardías, entre otros), pueden afectar el resultado productivo.
Y en el caso de estos cultivos el mercado internacional está alterado por la guerra de los aranceles. Los productores de Canola en el principal productor, Canadá, siembran bajo un manto de incertidumbre, con un arancel de 100% para el grano y sus derivados en el mercado de China, como a los aranceles impuestos a los autos eléctricos chinos por parte de Canadá.
A su vez, el riesgo de un arancel de 25% o de quién sabe cuánto en las exportaciones a Estados Unidos también está presente. Les toca sembrar sin saber qué reglas de juego tendrán. Por ahora los precios europeos, por el contrario, se han acelerado.
Eso muestra que estos cultivos son útiles para diversificar el riesgo uruguayo. Efectivamente, la referencia de precio que recibe el productor uruguayo es el mercado francés Matif, lo que coloca por un lado a la cebada referenciada en Chicago, y a las oleaginosas referenciadas en la Unión Europea.
Justamente, la fuerte suba del Euro en virtud de las erráticas políticas estadounidenses han sido un factor tonificador de los precios de la colza, que por ahora sostiene cotizaciones como las presupuestadas, que permiten un margen más interesante –a priori– que los cereales.
Son cultivos que tienen mucho para crecer en rendimiento en Uruguay, pero que para aquellos productores que lleguen a 2.000 kilos por hectárea, o más, les deben permitir un margen aceptable. Es decir, que pague además de los costos directos de insumos, fletes y seguros, los indirectos de la tierra y el funcionamiento de la empresa que cultiva.
Como se planteó en la jornada de Fucrea, un tándem entre oleaginosas de invierno y maíz en verano es lo que ha funcionado más en la zafra pasada, y presumiblemente funcione mejor en la próxima.
Mientras que en Brasil la oferta de soja no para de aumentar, y las primeras proyecciones para 2025-2026 la ubican en 173 millones de toneladas, un récord respecto al récord de este año, de 169 millones de toneladas, la demanda de maíz en Uruguay va en franco crecimiento, de la mano de buenos precios para la carne vacuna, porcina y aviar, y de los lácteos.
Y vender maíz en el mercado interno también significa jugar en el oasis de la estabilidad, y no en los vaivenes de los precios referenciados en el mercado estadounidense.
Otro aspecto a considerar es que la productividad de los cultivos de invierno ha sido en los últimos años bastante más estable que la de los cultivos de verano. El daño que causa una sequía estival es mayor en frecuencia y magnitud que el de los eventuales excesos de lluvias o alteraciones de temperatura del invierno. Nada garantiza que eso siga así hacia adelante, pero de todos modos es lo que indica el resultado de los últimos años.
De modo que, pasada la semana de Pascuas, empezará la actividad más intensa del año calendario para la agricultura. La mayor cosecha en volumen tal vez de la historia en cultivos de verano, con una expectativa de 3,5 millones de toneladas de soja, que se suman al 1,6 millones récord absoluto de arroz y una cosecha que superará largamente 1 millón de toneladas de maíz, y será seguido de una siembra de invierno que mantendrá el área de trigo y cebada, pero crecerá fuerte en colza y carinata.
Eso coincidirá con una baja brutal del precio del petróleo, que por ahora no se ha expresado más que mínimamente en los precios del gasoil. Le quedará a Ancap la decisión de transparentar los precios, trasladando competitividad a los agricultores, o recaudar un volumen muy alto con el precio del gasoil con muy alto margen.
Cabe destacar la estabilidad de la agricultura uruguaya, en un mundo donde lo estable y predecible es cada vez más raro y difícil de encontrar. No hay precios como para echar campanas al vuelo, pero hay un horizonte previsible y la posibilidad de que se consolide la alta productividad cerealera y la mejora posible de las oleaginosas.
La buena perspectiva de las oleaginosas contrasta con una perspectiva estable para trigo y cebada. Los cultivos cerealeros tendrán una cosecha mediocre en el cuenca del mar Negro, Rusia y Ucrania, y arrancan la primavera con falta de agua en Estados Unidos. Con menos retenciones y sin cepo, además con agua en el perfil, los agricultores argentinos van con todo a la siembra de trigo.
La Bolsa de Cereales de Buenos Aires (BCBA) estimó que el área sembrada de trigo alcanzará 6,7 millones de hectáreas, con una producción estimada en 20,5 millones de toneladas; mientras que la superficie destinada a la cebada se ubica en 1,3 millones de hectáreas, con una producción proyectada de 5,1 millones de toneladas. En el caso del trigo serían 3 millones de toneladas más que el año pasado, y la segunda mayor producción de la historia, lo que pondrá un abastecimiento importante a partir de los meses cercanos a la cosecha.
Una relación de precios entre los cereales y las oleaginosas que debe llegar a que se mantengan similares las superficies de trigo y cebada respecto al año pasado (307.000 hectáreas de trigo y 238.000 hectáreas de cebada). Las oleaginosas serán la gran apuesta, luego de las dificultades del año pasado, el tándem colza-carinata debe pasar de las 90.000 hectáreas del año pasado a más del doble, en el entorno de 250.000 hectáreas (220.000 hectáreas de colza y 30.000 hectáreas de carinata), retornando la perspectiva de un Uruguay que, como en Canadá, tenga a las oleaginosas como protagonistas centrales de la agricultura invernal.