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    Lo que el Presupuesto se llevó

    La Ley de Presupuesto, que es la primera gran ley de un gobierno, en este caso no trae medidas que impacten de forma significativa en la rentabilidad de los agronegocios. Sigue siendo expansiva del gasto y parte de supuestos que, si no se cumplen, agravarán los problemas

    Uruguay es un país muy pintoresco. Atesora algunas costumbres históricas, como por ejemplo, que el país entero se para en el verano y la actividad tanto política como económica vuelve a la vida cuando llega el último ciclista en Semana Santa.

    Con la política pasa algo parecido, hasta ahora estábamos todos enfocados en la votación del Presupuesto, que llevaba toda la atención. Era el primer test de gobernabilidad del gobierno actual, en una ley que es de las más importantes del período.

    Y no le fue mal, logró —con apoyos más o menos conocidos— lo que necesitaba, que era un aumento de impuestos para las causas justas de su programa de gobierno, de la mano de socios circunstanciales, a cambio de alguna prevenda futura, siempre en pos de mejorar para los más desposeídos.

    Pero es el arte de la política, no hay nada nuevo ni que no haya pasado antes en la historia de la democracia uruguaya.

    Ahora pasemos a lo central: la viabilidad del Presupuesto se basa en supuestos de crecimiento económico que son desafiantes, por decir lo menos. Si no se cumplen las metas de crecimiento, el hueco fiscal se agravará y habrá que recurrir a nuevos impuestos, ante nuestra persistente incapacidad de reducir gastos.

    Esto nos lleva al primer punto: ¿cuáles son las medidas que tiene el Presupuesto para mejorar la competitividad de la economía uruguaya? La respuesta: muy pocas.

    El segundo punto es: si no hay medidas explícitas para mejorar nuestra competitividad, al menos sería bueno abordar otros temas en agenda, que si bien pueden ser de menos impacto, pueden dar una mano cuando la rentabilidad no da.

    Por ejemplo, el rediseño de las vinculaciones laborales y una mejor gestión de los conflictos, tanto en el primer eslabón de la cadena productiva como en los que están más adelante, que afectan a la industria­ y la logística.

    Hemos asistido a una escalada de conflictos que realmente preocupan, y cuya gestión no parece la más adecuada. Uruguay se enfrenta a la incómoda realidad de que las relaciones laborales y el estado de bienestar de su población deberían ser sujeto de análisis continuo por parte de la sociedad civil y no siempre lo es. Apagamos un incendio in extremis solo para comprar tiempo, pensando que esto nos va a resolver los problemas, y eso nunca pasa.

    Los agronegocios del país están pasando por distintas etapas, con luces y sombras. A la que le va mejor es a la carne bovina, de la mano de un muy buen momento de precios internacionales, que les da aire a los productores uruguayos, que pueden capitalizar de la mano de una cadena eficiente y con una integración productiva que funciona, al menos por ahora.

    Aquí una primera oportunidad perdida: lo que hemos visto hasta ahora del nuevo gobierno es apuntalar el combate a la garrapata, que sin dudas es importante, y, por otro lado, el programa Procría, que tendrá la misma suerte que sus antecesores: muy poco más allá de mucho ruido y presentaciones llenas de indicadores, que no le van a cambiar la vida a nadie.

    En términos de riesgos estratégicos, seguimos pensando que somos magos en materia de mercados para que cuando los precios bajen logremos salir indemnes, cosa que tampoco va a pasar.

    Seguimos pensando que podemos vivir sin herramientas financieras adecuadas para manejar las bajas de precios, siendo que tenemos un mercado de futuros ganadero que hace lo que puede por operar y crecer. Y en materia de seguros para la producción ganadera, seguimos postergando el desarrollo de herramientas como si tuviéramos una vacuna contra la sequía.

    En la agricultura, el arroz y los cultivos de secano no la están pasando bien. Aquí no solo no le damos una mano, sino que le hacemos la vida más difícil al agricultor al imponer un nuevo impuesto a ciertos agroquímicos, con el argumento de cuidar el ambiente.

    Diga que los agricultores uruguayos son mansos; si esto fuera en Francia, ya tenías una marcha de tractores rumbo a Montevideo. Aquí tampoco hay novedades sobre temas de fondo que no son menores a la agricultura. El problema del financiamiento y la necesidad de reformar el sistema de seguros, de modo que nos dé una mejor cobertura para riesgos sistémicos de clima antes de que estos ocurran. Para la lechería, tampoco hay muchas novedades, lo mismo que para la forestación.

    La Ley de Presupuesto, que es la primera gran ley de un gobierno, en este caso no trae medidas que impacten de forma significativa en la rentabilidad de los agronegocios. Sigue siendo expansiva del gasto y parte de supuestos que, si no se cumplen, agravarán los problemas.

    Un Uruguay más justo parte de ser sustentable en términos económicos en el mediano y largo plazo. En caso contrario, el mercado nos obligará a hacer los ajustes que nosotros, de forma consciente y premeditada, postergamos.

    En estos tiempos de convulsión en el mundo, nuestra apuesta estratégica a ir de la mano con Brasil­ no necesariamente es la mejor. Es nuestro competidor más serio, y su agenda claramente no pasa por nuestras prioridades.

    Seguramente Brasil llegue a un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos por el tema de los aranceles a la carne vacuna, y esa es una amenaza para Uruguay. Esa amenaza es una capacidad de expandir su producción mucho más importante que la nuestra, a costos más manejables y con un complejo agroindustrial que tiene voz en las decisiones de la economía, donde nada se hace sin su consulta.

    Pasan por los mismos problemas que nosotros, pero se ocupan de los temas y no los dejan para que el futuro los resuelva. Así, hoy Brasil es el mayor productor de granos del mundo, y sigue creciendo e integrando sus cadenas agroindustriales. Ordenado desde el punto de vista macroeconómico, Brasil es un enorme desafío, igual que Argentina.

    Todos queremos un país próspero y justo, pero diferimos en la forma de llegar a ese objetivo. Anteponer la voluntad a los medios necesarios para lograr ese fin seguramente nos aleje de ese objetivo, mucho más cuando la ideología nos separa en cuadros aparentemente irreconciliables en cuanto a cómo llegar.

    Hay que madurar, o pagaremos las consecuencias de nuestra pereza por resolver lo importante: sin competitividad no hay agro, y dejamos pasar una oportunidad de oro para lograrlo.

    * El autor es doctor en Gestión Agro Industrial, docente de la Universidad de Montevideo, asesor en comercialización de granos y coberturas de precios.