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    Lo que no debería faltar en la campaña electoral

    Faltan tan solo cincuenta y pocos días para las elecciones de primera vuelta y otro tanto en el caso de haber balotaje. Es momento, como lo fue hace algún tiempo, de plantear una inquietud: el poco desarrollo de propuestas concretas sobre el camino o el modelo de desarrollo productivo y comercial externo a seguir por parte de Uruguay. El país, por su tamaño, necesita sí o sí del crecimiento de sus exportaciones para desarrollarse. Hasta ahora, creo, les hemos dado más trascendencia a las inversiones.

    La mayoría de los sectores exportadores del Uruguay enfrentan desafíos y complejidades, y el escenario regional y global también. Si empezamos por nuestra estructura productiva exportadora, debemos tener en cuenta las siguientes variables: costos de producción (mano de obra, energía, insumos, entre otros); inserción internacional (reducción de aranceles, habilitaciones y demás); costos logísticos (transporte, almacenaje, costos portuarios, entre otros); tecnología adecuada y a costo razonable (con su tiempo de amortización); fluctuación de precios internacionales (commodities principalmente); costos medidos en dólares o la llamada “competitividad por tipo de cambio”.

    En segundo lugar, debemos analizar la composición del comercio exterior en Uruguay. Nuestras exportaciones se dividen en dos grandes grupos: bienes y servicios. Los primeros cerrarán el 2024 con unos US$ 12.500 millones de exportaciones, según lo estimado, y los servicios seguramente rondarán los US$ 7.000 millones por el mismo concepto.

    Un comercio exterior con exportaciones de casi US$ 20.000 millones por año es récord. Pero es menos de la mitad de lo que exporta un país de igual porte y con un esquema productivo similar, como Nueva Zelanda. Sus exportaciones alcanzan prácticamente US$ 55.000 millones por año.

    Y cuando hablamos de un esquema­ productivo similar, estamos hablando de un país prácticamente agropecuario en su totalidad; con una diferencia respecto de Uruguay, ya que en nuestro caso algunos servicios han crecido enormemente y nos acercan más a un modelo exportador irlandés, con la salvedad de que el país celta exporta la friolera de casi US$ 500.000 millones,

    ya que está mas volcado al conocimiento, los medicamentos, el software, entre otros, y por allá, bastante lejos, está el sector agropecuario.

    Esto nos deja dos espejos interesantes en los que mirarnos: las capacidades de un país agrícola como Nueva Zelanda­, o las de un país del conocimiento (tecnológico, químico-farmacéutico) y agrícola como Irlanda. Son dos modelos diferentes, pero exitosos al fin, y con un tamaño geográfico y demográfico similar al de Uruguay. Deslegitimando el concepto más uruguayo que nunca: el del paisito.

    En tercer lugar, debemos tener en cuenta el escenario global. Y acá estamos, como se dice comúnmente, en el “peor de los mundos”. Una inestabilidad geopolítica global, que se traduce como un escenario de guerra. Independientemente de lo que sucede entre Rusia y Ucrania, o el conflicto en Gaza, estamos frente a la posibilidad de una escalada global que probablemente pueda derivar en un conflicto a gran escala.

    Sumado a que el proceso de multipolarismo que hemos planteado y explicitado durante estos últimos años diría que ya casi no existe o va en camino de no existir. Y esto ocurre por una razón muy sencilla: estamos en un proceso de división entre lo que conocemos como Occidente y Oriente/Brics —entre los que aparece Brasil, y esto crea dudas sobre de qué lado está—, que va sumando adeptos a una lógica que nos impactaría de lleno, y que es la comercialización de bienes y servicios a través de monedas que no sean el dólar norteamericano.

    A partir de ahí surge esta nueva definición de política global: el multipolarismo, que está dejando lugar a dos polos bien definidos, por un lado los que van a usar el dólar (o quizás el euro) y los que no. Y esto nos transforma en un mundo mucho más complejo, que se llama dólar versus no dólar.

    Toda esta inestabilidad provoca un sinfín de problemas a nuestros intereses comerciales externos: países y regiones más proteccionistas. Uruguay sale tardíamente a buscar la apertura comercial que no avanzó en las décadas de 1990 y 2000; la mayoría de los países aperturistas ya firmaron sus acuerdos comerciales (TLC, mayormente) y hoy no tienen la necesidad de salir a buscar nuevos acuerdos. Salimos a destiempo.

    Países competidores que tenían aranceles de ingreso de mercaderías a los grandes compradores globales, como Estados Unidos, la Unión Europea­, China, Corea del Sur, entre otros, de 10%, 15% y hasta 30%, ahora, por sus avances de reducción de aranceles, pagan 0%. Mientras que Uruguay sigue pagando 10%, 15%, 20% o 30% de aranceles.

    A esto le sigue una primera reflexión: ¿no será que los servicios, que crecieron más que los bienes en el sector exportador uruguayo, lo hicieron porque no pagan aranceles y no necesitan desgravación como los bienes? Esto nos deja claro que la no reducción arancelaria impactó en el crecimiento del sector exportador de bienes de Uruguay.

    Y luego el Mercosur. Mucho se escribe sobre el bloque y cómo manejarse al borde del reglamento. La nueva reflexión es: ¿no venimos tratando de jugar al borde del reglamento hace años?, ¿y qué hemos obtenido? La respuesta es sencilla: prácticamente nada.

    Quizás algunos planteamientos de campaña deberían ser: ¿qué vamos a hacer con el Mercosur? ¿Por qué no un debate sobre pertenecer y cómo, o no pertenecer? Y hasta ¿por qué no una consulta popular?

    El principal efecto del Mercosur fue el estancamiento del crecimiento y desarrollo del Uruguay, mientras la “jaula” del bloque redistribuyó el producto bruto interno (PBI) sudamericano­ en las últimas décadas de la siguiente manera: Brasil pasó de tener el 18% al 35% de participación, Argentina de 25% a 14% y Uruguay de 1,9% a 1,8% del total del bloque. Solo hubo un ganador claro.

    Precisamos comercio y apertura, dos palabras que no están en el vocabulario del Mercosur.

    La estrategia debe ser un plan nacional de exportación, que sume al sector en una política de Estado y tenga rango ministerial, para sentarse en la “mesa chica” de las decisiones de la “gran política”. Con un objetivo principal: duplicar las exportaciones en un tiempo razonable.

    El autor es licenciado en Negocios Internacionales e Integración, máster en Negocios Internacionales; consultor en comercio exterior, logística, acuerdos internacionales y educación.