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    Reflexiones ante la crisis de los bonos ganaderos

    Pocas veces toda la sociedad uruguaya habla de ganadería, pero con miles de personas damnificadas, como pocas veces, la opinión pública habla del sector, y lamentablemente no por las muchas buenas noticias que tiene para dar.

    Un aspecto que entiendo vale la pena apuntar de esta crisis financiera, la mayor desde 2002, es la disonancia que hay en la sociedad uruguaya entre cómo es el negocio ganadero y la percepción que los uruguayos urbanos tienen de él.

    La idea de que la ganadería es un negocio fácil está fuertemente arraigada en el uruguayo urbano. Y la de que los productores ganaderos o son millonarios sin pasar demasiado trabajo, o cuando no logran un buen resultado económico es porque son gente rústica reacia a la tecnología. Creo que esa percepción surge en parte de la imagen que tiene el uruguayo urbano viajando en automóvil por una carretera y viendo a las vacas pastar tranquilamente. Parece que no hay que hacer nada y que, en todo caso, lo que se haga adicional a lo que hace el productor “tradicional” hará una gran diferencia.

    La vaca está adaptada al pasto, las gramíneas están adaptadas al herbívoro. Da la sensación de que el pasto es gratis y el negocio muy seguro. La ganadería es un negocio de riesgo y que una empresa ganadera sobreviva generación tras generación habla del mérito de quienes participan en ella.

    Además del riesgo por el clima, está el riesgo por los precios, por una volatilidad importante y ciclos largos que lleva a que sea impredecible el precio de venta de un animal que será faenado cuatro años después de que fue gestado.

    También tiene un riesgo cambiario y sanitario, propio de cualquier actividad que involucre seres vivos. Y aun así, normalmente tiene una baja rentabilidad. Porque tiene un gran patrimonio hundido en el valor del campo. Un valor que solo se puede realizar abandonando el negocio, si se vende la propiedad.

    El negocio ganadero, por esa compleja variedad de riesgos y habilidades requeridas, exige que el productor deba poseer un conjunto muy diverso de habilidades, desde la observación y el saber hacer específico, la contabilidad, el análisis de la información que recibe, la determinación de momentos de compra y venta, la determinación de una política de pastoreo, reproducción, sanidad, suplementación, manejo de personal, meteorología y tantas otras.

    En el agro no se controla ni el volumen de producción, dependiente del clima y la sanidad, ni el precio de venta, dependiente de mercados que están a miles de kilómetros de distancia, ni la conversión a pesos de ese precio de venta, sujeta a vaivenes de criterios de los directores del Banco Central.

    Además, muchas veces lo que juega una mala pasada es el exceso de escala. En muchas industrias, desde la automovilística a la aceitera, la gran escala es imprescindible. Pero en un negocio de cría, tener a miles de vacas pariendo en la misma semana es una desventaja. Hay criadores expertos que lo logran, por tener muchos años de experiencia. Pero los esquemas productivos que crecen muy súbitamente enfrentan dificultades con frecuencia. Lo mismo pasó con esquemas agrícolas en Uruguay. En algunos casos se logró una retirada relativamente ordenada, vendiendo unos campos y arrendando otros.

    Cuando todo funciona normalmente la rentabilidad suele ubicarse entre 3% y 4%, lejos de lo que se suele ofrecer. Aun así, pueden existir modelos de negocios que logren una integración vertical capaz de rentabilidades mayores. Si se produce genética, ganado, carne y se llega al minorista local o internacional, una rentabilidad del 8% puede resultar creíble, al menos para quien esto escribe. Pero los esquemas que ya han caído, solamente ganaderos ofreciendo 10% y más, son claramente dudosos.

    Lo que pasó me recordó a una familia productora que conocí el año pasado y define su estrategia como darwiniana. Con una superficie relativamente pequeña y una ganadería prolija sobre campo natural logra un pasar de clase media, paga la educación terciaria de su hija y vive una vida que parece razonablemente feliz, sin ostentaciones. Sembrando en cobertura sobre campo natural y observando lo que darwinianamente logra sobrevivir, lo que resulta apto para ese territorio, evaluando cautelosamente las innovaciones que funcionan y las que no, manejando ganados que logran adaptarse, consiguen ir mejorando gradualmente su predio, muy capaz de resistir a los avatares.

    Un sistema de pocos insumos, pocas necesidades financieras y que tiene su ambición en una mejora gradual, con poco estrés financiero y psicológico. Miles de estos productores están allí, constituyendo la base de la producción de la mejor carne del mundo desde el punto de vista ambiental. No serán los más visibles, ni tendrán mucho glamour­. Como me dijo el productor, no veraneo en un hotel cinco estrellas de Punta del Este, pero con la familia veraneamos todos los años y lo pasamos bien. No son tapa de revistas, pero son los que generan las terneradas récord trabajando de callado. Y son la red social más importante del Uruguay rural. Probablemente, no tienen una rentabilidad del 8% ni del 10% ni del 11%.

    Esos productores, que en el Instituto Plan Agropecuario se conectan por centenares, y que a veces logran tener por herramienta de trabajo una camioneta 4 × 4, merecen ser parte de un puente comunicacional que muestre a la mayoría de uruguayos urbanos que, cuando se habla de ganadería, en la amplia mayoría de los casos se habla de laburantes que tienen que desarrollar múltiples habilidades enfrentando los problemas derivados de la distancia y los prejuicios de jueces con teclados que pululan en las redes sociales.

    Esos productores merecen y seguirán mereciendo crédito para trabajar y en esos créditos ellos sí tienen que pagar tasas bancarias cercanas al 8% y, a pesar de sequía, dólar bajo, vaivenes fuertes de precios, garrapatas y otros problemas sanitarios, la morosidad es muy baja. Porque tienen otra virtud que conviene que se sepa: valoran la palabra empeñada más que muchas personas urbanas.

    No se trata de contraponer uruguayos urbanos con rurales, sino todo lo contrario. De tomar este desastre como una oportunidad para que se conozca mejor a la ganadería, porque otra enseñanza de este caso es que el desconocimiento sale caro.

    Muchos ganaderos se han sentido ofendidos, y con razón, por las miradas urbanas sobre su profesión, cuando han advertido a la sociedad de sus dificultades, como en aquel enero en Durazno. Y han recibido como respuesta el escepticismo respecto a las bajas o nulas rentabilidades que los asfixiaban. Ahora, quienes confiaron en promesas de rentabilidad que llegaron a superar el 10% en dólares están mostrando que la ganadería generalmente no funciona así. No es soplar y hacer terneros. Toda la sociedad debe tenerlo presente cuando vea a los ganaderos advertir problemas y recibir por respuesta que son llorones o torpes productivamente.

    Es un defecto muy uruguayo el hacer leña del árbol caído y, por lo tanto, tampoco creo que quepa poner a todos estos sistemas en una etiqueta de estafa o esquema Ponzi­. Algunos esquemas que captan ahorro y que, por ejemplo, crean una integración vertical que va de la genética a la venta minorista en el exterior merecen seguir operando. Lo mismo vale para esquemas que apuntan a negocios puntuales que están bien calculados.

    No sería bueno que el esfuerzo por captar ahorro privado direccionado a la ganadería sea arrasado por este efecto dominó. La crisis actual es financiera, no ganadera. La originaron actores sin escrúpulos, no ganaderos.

    Para que la herramienta del financiamiento directo de ahorristas a la ganadería sobreviva van a ser necesarias supervisiones en el caso de que se ofrezcan rentas fijas. Hasta ahora el Banco Central ha sido renuente a involucrarse. El tema tendrá que estar en la agenda del nuevo directorio. Altas tasas ofrecidas sin encaje dejan a un montón de ahorristas desencajados. Y puede desprestigiar a un conjunto de actores ganaderos o al sector todo. Y eso no sería justo.