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    El sabor de la exclusividad: catas privadas en Uruguay

    Privadas, íntimas, exclusivas, pero por sobre todo divertidas y de camaradería. Las catas privadas en Uruguay: un fenómeno que crece entre un público ávido de experiencias

    Sabido es que a las personas les gusta probar cosas nuevas. Lo hacen con los autos antes de comprarlos y con el gusto del helado en la heladería previo a decidirse. Por eso, no es de extrañar que en el mundo de la comida y la bebida, reino sensorial por excelencia, catas o testings —como también se les llama— sean de las actividades más convocantes. En la era de la experiencia, estos eventos se han convertido en un terreno fértil para vincularse con un producto en un entorno social. Permiten adquirir información de manera entretenida, fomentan la introspección y conectan con el presente, con los sentidos, con el placer. Además, obligan a hacer una pausa, algo muy valorado en los tiempos que corren.

    Hay de vino, whisky, ron, gin, cerveza, cócteles, té, café, chocolate, habanos, aceite de oliva y la lista sigue. Las modalidades son variadas: comparativas, técnicas, a ciegas —se conoce el producto, pero no el orden en el que se va a presentar—, a doble ciegas —no se brinda ninguna información sobre los productos a testear—, verticales —donde se prueban los mismos productos pero de distinto año—, horizontales —productos del mismo año con características comunes—. El universo es inabarcable, especialmente cuando se los vincula al arte del maridaje, es decir la combinación de productos diversos que busca resaltar virtudes y provocar una nueva gama de sensaciones.

    Aunque no es excluyente que las catas sean guiadas y depende mucho de su objetivo, en la mayoría de los casos quien está a cargo es un profesional. Hay catas cuya finalidad es más social y de entretenimiento y en esas oportunidades la experiencia puede ponderarse por sobre el conocimiento, pero es indudable que la información va a ser más amplia y certera, y la actividad mucho más enriquecedora si el referente conoce en profundidad lo que se está probando.

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    El sommelier, experto en vinos, bebidas espirituosas y cerveza Richard Ausán asegura que las catas en Uruguay suceden hace muchos años, pero que en un principio estaban circunscritas al circuito del vino. “Lo más común era que fueran de vino”, asegura el experto, que comenzó a guiar catas en 2012. Y aunque el abanico de posibilidades ahora es muy grande, asegura que de lo que más hay sigue siendo de vino, ya que la bebida está muy arraigada en Uruguay. “Hay muchas bodegas uruguayas, llegan muchos vinos del exterior, es lo que más se ve en el mercado. Además, es donde más público se puede captar porque hay muchas personas ávidas de conocer y degustar vinos”, explica.

    Ausán ha realizado catas de pinot noir uruguayo de distintas bodegas, de vinos espumosos y de vinos de diferentes países. “Llegué a hacer una cata de vinos australianos y neozelandeses. También hice de diferentes albariño —que ahora están de moda—, uno de Canelones, otro de Maldonado, uno chileno y otro de Galicia”, cuenta.

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    “La gente ya estaba acostumbrada a los eventos con vino, las catas, las cenas con maridaje, las visitas a bodegas, donde se hacen catas in situ y se marida con la gastronomía del lugar”, dice Ausán, que, entre otras cosas, trabaja para Vinos del Mundo y asegura que allí se pueden encontrar vinos de muchos países, entre ellos los más típicos, como Chile, Argentina­, Francia, Italia y España pero también de Portugal, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia.

    Sin embargo, Ausán no comenzó con catas de vino sino de cerveza, en 2012, época de auge del popular fermento, en la que se veían nuevas variedades importadas en las góndolas y hubo un gran aumento del consumo de cerveza artesanal. En ese entonces había un mercado de gente muy joven que quería probar y conocer diferentes estilos de cerveza. “Se buscaba hacer maridajes de cerveza, con queso, chocolate, hamburguesas, pizza, de todo”, recuerda. “Esa época fue especial para la cerveza, hoy si bien sigo haciendo alguna cata de cerveza, son pocas”, admite.

    Para él, la popularidad de productos a catar va variando de acuerdo al movimiento del mercado de bebidas en el país. Para que exista interés en catar determinada bebida, debe haber variedad suficiente como para fomentar el consumo. Cuanto más llega al mercado, mayor va a ser el consumo y en la misma medida va a aumentar el interés por vivir la experiencia y adquirir conocimientos sobre el producto.

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    Sabor en hebras. También en 2012, la sommelière­ de té y tea blender Mónica Devoto comenzó a realizar catas de té en eventos privados y restaurantes. El principal público de sus catas tiene conocimiento sobre el mundo del té, trabaja en gastronomía o coctelería, aunque en las degustaciones que realiza identifica un público más amplio y variado, ya que la experiencia va más por lo social que lo técnico.

    La cata de té involucra la degustación y evaluación de los diferentes tipos de té para apreciar su aroma, sabores y características únicas. En ese sentido es muy similar a las del café, vino y bebidas espirituosas. También requiere un cierto conocimiento para poder diferenciar las sutilezas entre las distintas variedades. El universo del té está creciendo en la región y en este crecimiento la experta identifica un aumento en la cantidad de hombres interesados. “A diferencia de hace unos años, hoy hay muchos más hombres involucrados con el té, sobre todo entre los jóvenes. De todas formas, el porcentaje de mujeres sigue siendo mayor, diría que son un 70%”, señala.

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    Paladar para el whisky. Las catas de whisky se iniciaron en Uruguay de la mano de algunas marcas comerciales con buena llegada, que comenzaron a realizar experiencias de testing con embajadores de marca. “Yo empecé en 2014 con el whisky, cuando era poquita la gente que buscaba experiencias de este tipo. A medida que ese micronicho iba creciendo, empezaron a entrar otros actores, que antes estaban con el vino solamente y comenzaron a hacer catas de whisky”, cuenta Ausán. Un ejemplo de esto es la Sociedad­ de Catadores, que surge en los años 90 vinculada al vino y hoy ha ampliado sus interesas al mundo del whisky, la cerveza, los spirits y la gastronomía.

    “Recientemente, muchos colegas han incursionado en el mundo del whisky. Hay catas organizadas por sommeliers, por empresas, por restaurantes, y muchas particulares, que se realizan en domicilios”, explica Ausán. “Me han contratado bastante para hacer catas privadas, muchas organizadas por empresas que buscan una forma diferente de agasajar a sus clientes”, explica.

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    Este fenómeno se enmarca en el renacimiento que el whisky está viviendo desde comienzos de siglo. “Había tenido una caída muy grande en los 80 y en los 2000 comenzó a reaparecer en la industria, se empezaron a reconstruir destilerías, a invertir nuevamente en el whisky single malt y hoy en día hay un interés mayor del público a escala mundial”, cuenta Santiago Márquez, un aficionado al destilado y coleccionista. Para él, algo que ha movido la aguja es el consumo de los asiáticos, ya que las destilerías hacen productos exclusivos para ellos y eso le da más fuerza económica a todo el mercado del whisky.

    Márquez inició una colección de botellas de whisky single malt cerradas, que hoy asciende a 900 etiquetas distintas

    Márquez organiza desde 2022 catas privadas de whisky en Uruguay para otros entusiastas de la bebida. A pesar de ser consumidor desde joven, la primera cata en la que participó fue en el Museo del Whisky de Argentina unos ocho años atrás. “En la adolescencia me inicié en las bebidas alcohólicas y un poco más grande descubrí que tenía predilección por el whisky”, cuenta. “Empecé a ver videos sobre el single malt (producido en una única destilería), a leer libros, a viajar a Argentina al Museo del Whisky, a vincularme con el dueño del museo y embajadores de marca y fui aprendiendo mucho”, explica sobre su pasión. “Participaba de varias catas que se hacían acá en Uruguay­. Lo que muchas veces pasaba es que solamente probábamos las botellas que llegaban al mercado y yo, por mi trabajo, podía viajar y conseguir botellas un poco más interesantes, entonces empecé a tomar algunas de esas botellas para hacer catas privadas, con la idea de compartir, de disfrutar de etiquetas exclusivas, que normalmente son difíciles de conseguir en el mercado”, explica Márquez.

    Más o menos al mismo tiempo en que empezó a participar en catas, Márquez inició una colección de botellas de whisky single malt cerradas, que hoy asciende a 900 etiquetas distintas. “Empecé como hobby­, simplemente comprando botellas en el free shop cuando volvía de viajes. Después, en el Museo del Whisky en Argentina, compartiendo con uno de los coleccionistas más importantes del mundo, aprendí más sobre qué coleccionar, cómo y qué botellas aumentan su valor. De esta forma, la colección dejó de ser solamente un gasto económico y se transformó en una pequeña inversión”, cuenta Márquez, quien disfruta de ver la evolución de las destilerías o los distintos whiskies en sus etiquetas. “Aprendí que como valor de colección siempre van a ser mejores los single­ malt”, asegura.

    Parte de estos hallazgos los comparte en las catas privadas que organiza. “Las hago porque me gustaba la idea de compartir botellas que no llegan a Uruguay con conocidos y gente que sea apasionada del whisky­. Es una forma de mostrar parte de mi colección, ya que no la tengo exhibida, con gente que la sepa valorar”, cuenta. “No es mi trabajo, simplemente es un hobby. Normalmente cubro los costos de lo que salen las etiquetas, la comida, el lugar y logramos vivir una experiencia interesante y placentera, a un precio justo para los que participan, porque al ser etiquetas importantes suelen ser más caras y difíciles de conseguir”, agrega.

    En referencia a ese punto, Ausán señala: “Hay personas que eligen catas económicas con whiskies más simples y otros a los que les gustan las experiencias más premium y pagan una importante suma de dinero para degustar ese vino especial”.

    A Márquez le gusta participar de las exclusivas y también de las simples, porque uno de los principales atractivos que ve en el whisky es su capacidad de catalizar vínculos y hacer que las personas compartan. “Disfrutar un whisky con gente que tenga la misma pasión, ir conversando sobre lo que nos parece, las notas que le sentimos o no, permite ir hacia un punto de encuentro, de relax, de estar feliz con personas con quien compartís un interés”, explica Márquez.

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    Para gustos, los colores. A algunos les gusta catar whiskies comerciales. De hecho Ausán asegura que en varios casos se incluyen a pedido del público, porque hay quienes consumen desde hace años alguna marca determinada y quieren ver cómo se comporta y compararla con productos más exclusivos o desconocidos. De todas maneras, gran parte del atractivo de las catas de whisky es que el público puede ir descubriendo productos que no están en el mercado o son difíciles de conseguir.

    “Muchos se suman a ese tipo de actividades para probar, por ejemplo, distintos whiskies japoneses, o variedad de single malt inglés”, explica Ausán. “Es un micronicho, pero está creciendo porque hay un público con ganas de conocer productos de otra gama, de precio más premium, más exclusivos. Entonces se vuelcan a este tipo de actividades con el fin de conocer y después poder elegir ese whisky en alguna tienda especializada o en un free shop cuando viajan”, añade.

    Entre las catas privadas en las que ha participado, Ausán recuerda especialmente dos. Una fiesta para 60 en la que se ofrecía un blend tradicional, de esos que toma mucho la gente, pero que al mismos tiempo tenía una barra ambientada como en la época de la ley seca con whiskies de distintas partes del mundo para que los invitados pudieran catar. Y también un casamiento en José Ignacio en el que se armó una barra específica con whiskies de diferentes partes del mundo, puros y habanos. “Se montó un living con un sofá chesterfield, diferentes tipos de cristalería, hielos especiales, y se invitaba a catar distintas etiquetas y maridar con los puros y los habanos”, recuerda.

    En general, el público en las catas de whisky es adulto y posee cierta formación, pero se está viendo que hay un público nuevo, que no sabe de whisky­, pero que llega atraído por la experiencia de este tipo de catas.

    A las que organiza Márquez se accede solo por invitación. El organizador hace un llamado a las personas que suelen asistir y abre 20 cupos, los primeros en confirmar se quedan con el lugar. “Es necesario que sea gente con un conocimiento previo porque es una carta donde no se va a explicar qué es el whisky, ni qué es un single malt, sino que se van a contar historias de las etiquetas seleccionadas y de las destilerías que las producen”.

    Entre los asistentes a los eventos de Márquez, menos de 10% son mujeres. “Quizás pasa que las consumidoras de whisky en Uruguay no acceden a estas catas porque no las conocen o porque son espacios que la sociedad aún los piensa para hombres. En las mías eventualmente participan consumidoras, pero son cuatro o cinco que tengo identificadas y les mando la invitación”, explica Márquez. “Hay mujeres a las que les gusta el whisky y hacen reuniones entre chicas para conocer los diferentes tipos, pero es algo que sucede poco porque el grupo de damas que consume whisky es más reducido que el de hombres”, coincide Ausán.

    El negocio en sí, en tanto, depende mucho de quién organiza la cata. Generalmente el que arma acuerda con un restaurante el precio del ticket y después de venderlo se queda con la ganancia. “Nadie va a hacer mucho dinero con esto, te tiene que apasionar y tiene que ser principalmente para que el público viva una buena experiencia”, asegura Ausán. “Los costos de las catas privadas en residencias dependen mucho del tipo de producto a consumir, hay de todos los valores, por supuesto cuando es algo en un lugar específico con menos gente el costo es mayor”, concluye.