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    Debate sobre la seguridad social

    POR

    Sr. Director:

    Tuve la oportunidad de escuchar el replay de un debate en la UCU sobre la seguridad social y el plebiscito en el que estamos convocados a pronunciarnos. Participaron, entre otros distinguidos oradores, el principal conductor de la reforma Rodolfo Saldain y el del plebiscito Marcelo Abdala.

    Fue un debate respetuoso en el cual Saldain afirmó en algunas oportunidades que Abdala desconocía la reforma propuesta y las implicaciones que tendría el plebiscito. Abdala afirmó lo contrario. Me convencieron más los argumentos de Saldain, pero esta carta no se referirá a la reforma de la seguridad social, sino a una intervención de Abdala que he repetidamente escuchado en otras oportunidades, no solo a él, y que merece una reflexión.

    Abdala manifiesta que el 1% más rico de la población mundial obtiene tanto o más ingreso que el 50% (3.500 millones) de los seres humanos más pobres del mundo. Hasta donde yo sé, es una afirmación correcta e incluso pienso que se queda corto. Lamentablemente, refleja y simboliza la desigualdad del mundo en el que vivimos. El dato genera una lógica reacción de desaprobación y de rechazo a esta monstruosa injusticia de la cual todos deberíamos ocuparnos y remediar. Acaso estimula una condena hacia ese 1% supuestamente responsable de esta indigna situación. Queda entendido que quien llame nuestra atención sobre este tema merece todo nuestro respaldo. Así debe ser, y Abdala cuenta con el mío. En cuanto a la supuesta condena, quisiera formular las siguientes aclaraciones.

    Comparar el 1% de la población dedicada fundamentalmente a generar ingresos con el 50% de la población más pobre no tiene mucho sentido porque esos 3.500 millones de personas incluyen niñas y niños, adolescentes, ancianos, discapacitados, desplazados y refugiados que no generan ingreso alguno. También seres humanos que viven en situación de extrema pobreza y otros que trabajan prestando servicios sociales o familiares sin sueldo, comen y duermen en instituciones o viven de la caridad. Una comparación más válida sería con aquellos que nos dedicamos a trabajar para generar los necesarios ingresos para mantenernos.

    Aun así, la comparación resultará chocante. Tal concentración del ingreso parece injustificable. Sin embargo, me atrevo a proponer que tanto hacer comparaciones equívocas como culpabilizar al 1%, no aportará soluciones. Visto que la economía es una ciencia social compleja que no todos entienden, voy a trasladar el tema a una actividad humana que todos conocemos bien.

    Según Wikipedia, unos 270 millones de personas practican fútbol en el mundo. Existen en la actualidad 128.694 jugadores de fútbol profesionales, repartidos en 3.986 clubes en 135 países del mundo. Según ESPN, los 10 jugadores mejor pagados del mundo van desde Cristiano Ronaldo (US$ 225 millones/año en el Al Nassr de Arabia Saudita) hasta Raheem Sterling (US$ 23,1 millones/año en el Chelsea de Inglaterra). En el resto de la lista se encuentran Neymar, Mbappé, Messi y otros con cifras intermedias. El 1% de los jugadores más ricos del mundo (en total: 1.286, es decir, sencillamente todos los cracs conocidos) seguramente ganan más que el 50% de los 127.408 jugadores profesionales más pobres que dedican su vida a ello. Queda en evidencia que compararlo con los 270 millones de practicantes del fútbol en el mundo no tiene sentido.

    He revisado por arriba algunas cifras para cantantes, actores de teatro o cine, directores de orquesta, etc., y encontré disparidades comparables.

    ¿Será culpa de ese 1%? ¿Qué hacer entonces? ¿Expropiar las cuentas bancarias de figuras como Messi, Paul McCartney o Meryl Streep y distribuirlas entre los necesitados? Proveería un alivio temporal para volver en poco tiempo a lo mismo. ¿Perseguir y agobiar a las estrellas con impuestos hasta quitarles las ganas de seguir dando lo mejor de sí? Seguramente redundaría en eso mismo, y el impacto sobre el desarrollo del sector —ingresos y empleo— y el estímulo a los jóvenes jugadores, cantantes o artistas sería empobrecedor, acaso, devastador. Tengo serias dudas que llegaría a afectar en forma permanente la vida del 50% más pobre del mundo.

    No deseo que esto se interprete como que la desigualdad que Abdala denuncia no tiene sentido. Es una dura y tristísima realidad que merece atención y esfuerzo. Tengo en mi escritorio una placa que atestigua mis 25 años de servicio en las Naciones Unidas. El tema no me es ajeno. He sido un testigo de primera línea del fracaso del sistema de cooperación internacional para el desarrollo que lleva al caótico mundo que hoy tenemos.

    Lo que sí pretendo es aclarar que usar estas cifras de ingresos de la población mundial sin mucho cuidado o fuera de contexto, como sería el caso de una discusión sobre la reforma de la seguridad social en el Uruguay, no corresponde y puede, incluso, ser contraproducente.

    No se elimina la pobreza atacando, restringiendo u obstaculizando la acción de ese 1% de las élites intelectuales, empresariales, artísticas, científicas, culturales, deportivas, académicas o sindicales. Estas personalidades, con sus enormes virtudes, con sus terribles defectos, le dan pulso a la vida. Los regímenes políticos que han intentado someter a las élites naturales en todos esos campos, con la posible excepción de lo científico y lo deportivo que son más disciplinables, han fracasado. En ocasiones, han multiplicado la pobreza.

    Eso Marcelo Abdala debería conocerlo bien. Y reconocerlo. Y ajustar la mira con respecto a contra qué o contra quién encaminar su justa lucha por un mundo donde se respete el derecho a vivir dignamente a todo ser humano, así como sus libertades individuales.

    Gonzalo Pérez del Castillo