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    Juan Pablo Terra

    POR

    Sr. Director:

    En estos días de festejos y homenajes, quiero compartir con ustedes mis sentimientos hacia Juan, mi segundo padre.

    Esta persona pública, conocida como arquitecto Juan Pablo Terra, fue para mí simplemente Juan, mi segundo padre. Desde que nací estuvo cerca de mí. Cuando me iba de vacaciones con ellos, me sentía una más en esa familia. Siendo escolar, empecé a pintar mis primeros cuadros al óleo a su lado, imitándolo.

    Cuando tenía 7 años, vivía en un edificio céntrico, al lado de mis tíos paternos y de mi abuela. Pero una mañana, que estaba sola al cuidado de mis hermanos, uno de ellos estaba muy enfermo y mis papás se demoraban y sentía miedo, lo llamé a él. Y fueron su voz y sus palabras las que me tranquilizaron.

    Los domingos de mañana, cuando vivíamos ya en el mismo terreno, me levantaba temprano y me escapaba a su casa a leer historietas. Él estaba allí mirando Fórmula Uno en la televisión o escuchando a Atahualpa Yupanqui.

    En una época en que no se viajaba como ahora, recorrió el mundo. Escuchaba con avidez sus cuentos de lejanos países. Y a su regreso, a pesar de su numerosa familia, siempre recibí de él mi regalo.

    En las vacaciones, mi hermano y yo nos íbamos con ellos para afuera y éramos dos hijos más. En las noches estrelladas, sentados en ronda, nos mostraba las distintas constelaciones. Me enseñó cómo funciona el motor a explosión de un auto, me dio mis primeras clases de manejo. Andaba con mi cámara fotográfica captando momentos como hacía él.

    También pasé mucho miedo. En mi adolescencia, antes y durante la dictadura, cuando los militares allanaban su casa y de paso iban también por la mía. Recuerdo un semanario de esa época, de un partido muy conservador, que publicaba unas imágenes con un tiro al blanco. Y por encima el rostro de algún político opositor. Ver su cara en esa publicación me dio escalofríos.

    Cuando yo tenía 21 años, murió mi hermano. Después de una larga noche de agonía en la que mis padres me dejaron a solas con él, al otro día cuando falleció, el primer abrazo que me cobijó y me consoló fue el de Juan.

    Cuando publicó un libro sobre la pobreza infantil de la que conversábamos a menudo, él como sociólogo y político, yo como epidemióloga, me lo regaló con una afectuosa dedicatoria que dice algo así como: “Hubiera sido lindo hacerlo juntos”.

    Y después del accidente fatal de la sobredosis farmacológica, cuando sabía que sus días se terminaban, siguió en su tarea con su poncho patrio, con su tabla, en donde analizaba la información del trabajo que estaba haciendo.

    No olvido su mirada de esos días y mi impotencia y su entereza. Su fe quizás lo sostenía. Hoy lo siento tan cerca de mí como entonces.

    Teresa Puppo