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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSin llegar a calificarla de kafkiana, igualmente me permitiré formular algún comentario —quizás algo naif— por la metamorfosis que nos mostró la señora Blanca Rodríguez cuando, días atrás, sentada a una mesa y rodeada por algunos referentes del Frente Amplio, le dijo a toda su exaudiencia: aquí estoy y esto seré desde ahora: una pieza política y ya no más una periodista.
Corta introducción para ambientar observaciones que siguen.
Obviamente que la señora Rodríguez no ha sido la única reportera en los últimos tiempos que optó por esa actividad, pero convengamos que —dado el cúmulo de espacios y tiempo que han dedicado prácticamente todos los medios de prensa a señalar el hecho— hasta hoy, su figura ha tomado relevancia sin igual entre sus expares y sus nuevos compañeros de ruta.
Algunos reconocidos analistas ya han escrito manifestándose sobre los motivos que condujeron a la gestación y parto de este suceso netamente político, también lo hicieron planteando sus probables consecuencias en pleno año “electoralísimo”, por tanto, no ingresaré en el terreno analítico, aunque al respecto comparto y destaco artículos de los señores Juan Rodríguez Puppo y Nelson Fernández (exjefe de la señora Rodríguez en Subrayado) publicados en medios de prensa días atrás.
La noticia referida al inicio me ha llevado a pensar, o diría mejor ¿cavilar? —como nunca antes—, sobre el ejercicio periodístico. Afirmo “nunca antes”, por haber intentado siempre abstraerme ante cualquier tipo de propensión (religiosas, políticas, filosóficas, etc.) de la persona que ejerce tal actividad y ha cumplido cotidianamente con mi necesidad informativa veraz y objetiva.
Mas, desde ahora —para los que valoramos y respetamos esa profesión de notable responsabilidad social si las hay— cada instancia informativa protagonizada por un profesional (del y por el medio que sea) no podrá sustraerme a los signos de interrogación que flotarán en la nebulosa de algunas dudas: ¿qué piensa realmente?, ¿a qué y a quién responde?, ¿qué quiso auténticamente expresar?, ¿qué filiación política hay detrás?, ¿con qué intención opinó?, etcétera.
Para terminar este escrito ruego disculpas por la generalización anterior, pero esa icónica imagen multiplicada de la señora Blanca Rodríguez, que señalé al comienzo, ha logrado la imposibilidad de evitarla.
Finalmente, convencido estoy de que la despreocupación por las interrogantes anotadas me llegará apreciando que toda regla tiene sus excepciones, y apunto: en nuestro país, estas no son escasas.
Saluda a usted atentamente.
Carlos O. Angelero