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    La salud mental de los adolescentes

    POR

    Sr. Director:

    Soy padre de hijas adolescentes. Como les debe pasar a muchos lectores, estoy acompañando a mi hija mayor en el transcurso de un problema de salud mental. Me costó mucho entender y empatizar con la situación. Lo que no vemos, lo que no es tangible, es muy difícil que nos conmueva. Dije cosas horribles y me comporté de forma caprichosa e irracional por la desesperación de lograr que se levantara de la cama, que saliera del cuarto, que concurra al colegio.

    Convencido de que estaba haciendo las cosas bien, mancillé su autoestima y minimicé sus problemas con el único y loable objetivo de que cumpla con sus obligaciones.

    Sin querer me convertí en un enemigo que no hizo otra cosa que agravar la situación. Mi cabeza me decía: “Tiene psicóloga, psiquiatra, tiene que poner voluntad, tiene que poner ganas, está cómoda con la situación, tiene que salir de la zona de confort”. Puse toda la carga en los hombros de ella.

    En paralelo, el colegio preguntaba de vez en cuando cómo venía la cosa. La psicóloga de la institución en un par de oportunidades se contactó con las profesionales tratantes para estar enterada.

    La situación eclosionó en los primeros meses del año a partir de una situación de bullying que se desarrolló en el ámbito escolar y que, entiendo, no fue resuelta de forma adecuada. Siendo honesto, no puedo descargar la responsabilidad de la situación en el colegio. Este tipo de situaciones son multifactoriales y el ámbito de la familia tiene mucho que ver.

    De todas formas, hace tiempo que dejé de buscar responsables, simplemente trato de construir y encontrar la mejor salida en la medida de mis limitadas posibilidades.

    Docentes, profesionales de salud mental que trabajan en instituciones de educación y padres dejen de mirar para el costado. Les puede pasar a ustedes.

    La experiencia es muy dolorosa y la transcurrimos en soledad. Los miedos, el tabú, la ignorancia, la inexperiencia, la falta de previsión y la discriminación son factores con los que convivimos a diario.

    Estoy siendo injusto con un fuerte sesgo de dolor y angustia. Pero me duele ver cómo mi hija es tratada como una desterrada a quien es mejor ignorar para no tener que lidiar con cosas que no se quieren ver.

    Me duele la falta de conocimiento de sus compañeros, que son niños, en su mayoría no tienen herramientas para entender o empatizar con la situación. Me duele la actitud de los padres, que miran para otro lado o limpian su conciencia mandando un mensajito para saber cómo está todo, cuando sus energías deberían estar dirigidas a conversar de estos temas con sus hijos, a entender que no todos somos iguales, que puede ocurrir que tengamos que lidiar con este tipo de situaciones, que es mejor estar preparados. No tengan miedo, no contagia.

    Colegios, los problemas de salud mental no son tabú, hay que hablarlos, hay que tratarlos de forma colectiva, hay que educar. No basta con sacar el “problema” y “aislarlo”. Hay que atacar el problema de fondo, hay que transmitir valores, empatía, hay que ponerse en los zapatos del otro. ¿Qué personas estamos construyendo para el futuro?

    En este caso en particular, nadie en el colegio entendió la necesidad de tratar la situación de manera colectiva, de hablarlo con libertad, de buscar empatía. La excusa era que estaban “cuidando a mi hija”. ¿Será así? ¿O será una excusa que creamos para no complicarnos la vida?

    Estoy convencido de que los problemas de salud mental no se atacan dando una charlita marketinera de vez en cuando. Hay que educar con el ejemplo, afrontando los problemas con honestidad. Los niños nos están mirando.

    Si queremos una sociedad empática e inclusiva, el trabajo tiene que empezar por casa y es hoy. Yo fui uno de ustedes y me duele el corazón por haber ignorado un sinfín de situaciones que ahora veo con claridad. Por eso los entiendo. ¡Pero despierten!

    Según un reciente informe de Unicef Uruguay uno de cada cuatro jóvenes se sintió triste o desesperado al punto tal de interrumpir por al menos dos semanas su rutina. Un 8% de ellos llegó a lastimarse, 12% pensó en quitarse la vida y 4% lo intentó.

    Dejemos de mirar para el costado.

    Un lector