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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa sociedad llamada de consumo tiende casi necesariamente a confundir lo nuevo con lo bueno, aunque la palabra bueno tiene aquí una ambigüedad muy grande. Bueno puede significar diferentes cosas para diferentes personas; por ejemplo, a mí me gustan Beethoven y Miles Davis y a mi vecino le encanta el reggaetón, algo que me propina a diario y considero muy malo.
Pero el disco Kind of Blue, de Miles, no es precisamente estentóreo y el del volumen es un terreno en el que no puedo combatir. Tampoco creo que Miles estuviera de acuerdo en ser usado con esos fines. A lo mejor el final de la Quinta podría hacerle alguna mella al vecino, aunque no me parece.
Volviendo a lo nuestro, bueno puede ser también algo que nos da estatus, que nos hace ser admirados o respetados por los demás (o eso creemos), y nuestra autoestima depende, en parte, de la valoración de los otros. Si un joven aparece entre sus pares con unos championes de marca, subirá su estatus lo mismo que el del millonario que se compró un Lamborghini. Otra cosa buena es la gastronomía, en la cual la innovación ha tenido un protagonismo como nunca antes a través de la figura del chef o la chef y de restaurantes que son lo máximo, las estrellas Michelin, etcétera.
No hay nada malo en sí mismo en todo esto, salvo fenómenos no buscados como la contaminación fruto de una producción gigantesca y que resulta un monstruo difícil de domar. El bien y el mal siguen estando en los seres humanos. Si el del Lamborghini usa sus contactos para conseguir al de los championes un empleo, es un buen sistema. Si, en cambio, los emplea para darle una golpiza a un cliente que no le paga, es un mal sistema. Por lo menos en gran parte, las actitudes morales de las personas individuales influyen mucho en los sistemas sociales, aun sin que ellas mismas se den cuenta. Y no influye o influye mucho menos la clase social, raza, sexo o credo al que pertenezcan. Eso es notable en países que tienen niveles de vida altos y un grado de igualdad importante. Las malas pasiones disminuyen y la felicidad aumenta. Evidentemente, si somos bastante iguales económicamente en nuestra cultura, en nuestro acceso a cosas buenas y agradables, la envidia perderá fuerza. La ira, lo mismo. Y otros pecados y defectos.
Si hay algo que ya está inventado, por lo menos en su mayor parte, no tiene sentido gastar tiempo, esfuerzo y dinero en inventarlo otra vez. Lo mejor es imitarlo adaptándolo a algunas características locales (no a todas: hay algunas muy malas). Para lograr su bienestar, países como Suecia o Finlandia aumentaron la cantidad y calidad de su producción en los últimos 150 años de forma exponencial (se trataba de países pobrísimos), y luego, al contrario del sistema americano de competitividad a ultranza, se dedicaron a repartir el resultado no con el criterio de que todos tienen que ser iguales y ganar lo mismo, etc., sino procurando dar a la vida y a la sociedad un sentido moral y a pensar que todos somos, de alguna forma, responsables de los demás. Nadie pide nacer en un barrio marginal, aunque luego ame a su padre, madre y hermanos.
Se han hecho pruebas de honestidad varias veces en distintas partes del mundo y el resultado es casi unánime: Noruega es el país donde se puede dejar en la calle con menos riesgo una billetera con dinero. En realidad se devuelven más las que tienen dinero que las que no, dado que el que encuentra la billetera comprende que tiene más valor para el que la pierde y actúa empáticamente con él.
Por lo tanto, en nuestro país, además de aumentar grandemente la calidad y cantidad de su producción física e intelectual, para lo cual son necesarias muchas cosas y muy complejas, hay que dar un fuerte sentido ético a la gente. Estoy en contra de la idea de volver al Uruguay de antes, con sus supuestos valores. Algunos de esos valores como el machismo o el racismo eran deleznables, pero, por suerte y por la acción humana, han disminuido mucho a pesar de que siguen sucediendo hechos tristes y lamentables al respecto.
Los valores tienen que ser los del siglo XXI: no ponerle por Photoshop un cuerpo desnudo a una cara de una compañera y mandarlo por TikTok, o lo que sea, a toda la clase, no recurrir a la violencia, a no ser en caso extremo (si un desquiciado quiere pegarle a tu hijo de 8 años, por ejemplo), no robar en un supermercado, y también cosas positivas como ayudar a los demás, ser diligente en el cumplimiento de las obligaciones, conducirse correctamente en el tráfico, etc. Las normas de conducta severas son importantes para el crecimiento y el desarrollo de un país, pero también la enseñanza de que hay una satisfacción profunda en la generosidad y la comprensión hacia los otros. Y esto debe inculcarse por las familias y también por los organismos de enseñanza; los medios de comunicación actuales son de una potencia tal que bien utilizados podrían ser de mucha eficacia.
Si los gobernantes, que son los que supuestamente rigen los destinos del país (yo creo que los dirigen menos de lo que piensan), no se percatan de que con actitudes agresivas, irrespetuosas o de menosprecio hacia sus adversarios les están haciendo mal a todos, tal vez moderarse sea una buena idea. Un buen ejemplo es mejor que muchos discursos.
La lucha por ganar unas elecciones democráticas es legítima, y los políticos no son santos ni santas. Hay en la política (y en la vida) acciones que no entran en la fácil clasificación de malo-bueno, y dilemas morales que pueden confundir y torturar a las personas, y, a veces, las obligan a elegir el que piensan que es el menor de dos males. El que no lo crea, que vea la película Oppenheimer.
Por otro lado, es cierto también que muchas veces hace más daño el inepto que el que no es honrado. Por supuesto que en el ser honrado hay grados. Una cosa es ser como Bielsa, algo que no es demasiado accesible para muchas personas cuyo trabajo y familia dependen de un jefe no muy comprensivo; otra cosa es considerarse uno mismo un ser humano falible que puede cometer errores y que sufre tentaciones.
Pero la ineptitud puede ser peor.
Como prueba, trate de poner al que atiende el mostrador de la aerolínea al mando de un Airbus 380 en vuelo y verá lo que ocurre.
Tenemos tristísimos ejemplos en el gobierno anterior. El actual creo que falló bastante menos en estas cosas, pero tal vez en el terreno ético no estuvo todo lo claro que hubiera sido conveniente y adecuado. Pero juzgar es difícil. Como dijo Jesucristo, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra.
Alberto Magnone