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Leí con interés la columna del ensayista Oscar Larroca, en la pasada edición de Búsqueda, referida a las “maneras de perder la batalla cultural”. Larroca enumera una larga lista de formas por la cuales dicha batalla “se pierde”, entendida esta como “el conflicto ideológico entre grupos sociales y la lucha por el dominio de sus valores, creencias y prácticas.”
Dentro de su inventario de formas de perder la batalla cultural, incluye algunas muy compartibles como cuando “se separan las dictaduras buenas o ‘democracias diferentes’ de las dictaduras malas”, o cuando “los medios de comunicación (…) se centran en el crimen y el fútbol como los unidos dos ejes de la crónica nacional”.
Así, venía coincidiendo en mayor o menor medida con Larroca en su enumeración de batallas culturales perdidas, hasta que llegué a esta: “..cuando una gestión municipal del interior del país decide desafectar el Departamento de Cultura, cerrar el museo departamental y dejar sin fondos la actividad artística local”.
Luego de décadas de concursos de carnavales, conciertos de Lali Esposito, Montevideo Rock y otras tantas actividades culturales organizadas por los gobiernos departamentales de Montevideo y el interior, hemos internalizado y asumido como función natural de las intendencias el gestionar la cultura de sus departamentos. A tal punto que existen intendencias como la de Montevideo, con más de mil personas en su Departamento de Cultura y hasta un canal de televisión. Pero nadie parece reparar en que las Intendencias no tienen esa función dentro de sus cometidos, al menos no se las dio la Ley Orgánica Municipal No. 9515, que regula los cometidos y competencia de los gobiernos departamentales. En su artículo 35, que detalla 43 atribuciones del intendente, y en el artículo 38, que agrega otras 7, no aparece ninguna referencia a la cultura ni a la gestión de actividades conexas con la cultura. Es que seguramente el legislador, ni en el año 1935 cuando se creó la ley, ni en sus subsiguientes modificaciones en estos 90 años, consideró que era necesario darle ese cometido, cuando existe un Ministerio de Educación y Cultura con competencia en estos asuntos en todo el territorio nacional.
Así que vayan mis felicitaciones a cualquiera sea la intendencia en la que se decidió “desafectar el Departamento de Cultura”, porque no hizo otra cosa que reasignar los recursos de ese departamento a los cometidos que sí le asigna la ley, como la recolección de residuos, el ordenamiento del tránsito o las obras de infraestructura necesarias para beneficio de sus habitantes.
Muchas veces nos preguntamos por qué Uruguay es caro. En buena medida es porque tenemos un Estado sobredimensionado, que se da el lujo de duplicar funciones, haciendo cosas que no le compete, como por ejemplo pagar el sueldo de Atilio Montañez, el director de Cultura de la Intendencia de Flores. No conozco a Atilio y capaz que es el mejor director de Cultura de los 19 departamentos del país. No quiero ser “mileista”, pero hasta que no desafiemos el hecho de que la actividad de Atilio y de los otros 18 Atilios que gestionan cultura departamental, y de que el océano de duplicidades y sobrecostos que tiene el Estado uruguayo, le están generando una carga a la sociedad que ahoga el emprendimiento, saca de competencia a nuestra oferta exportable y limita el crecimiento de nuestra economía, habremos perdido otra batalla cultural, la de intentar convertirnos en un país desarrollado.
Perdón, Atilio, no es contigo.
Con aprecio, le saluda
Lord Ponsonby