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    Los que viven en la calle

    POR

    Sr. Director:

    “La importancia de la plasticidad del cerebro está subestimada” (Óscar Marín)

    “Las neurociencias descubrieron que nuestro cerebro se transforma de manera constante: la experiencia y el ambiente modifican los circuitos neuronales y regulan la expresión de nuestros genes. Un cerebro que no cambia es un cerebro que está muerto” (Burnett, Dean, 2018, El cerebro feliz, Paidós, Argentina, pág. 77).

    “Los vínculos sociales son básicos para nuestra supervivencia, se necesita tiempo y esfuerzo para forjarlos y mantenerlos, por tanto nuestros cerebros evolucionaron potenciando en forma directa la amistad activa. La sola acción de interactuar con otra persona puede resultar placentera. La razón es que el mecanismo que guía nuestro deseo de interacción social está incrustado en la parte del cerebro responsable de experimentar placer” (Burnett, Dean, 2018, op. cit., pág. 143).

    “La idea general es que gran parte de nuestro cerebro está dedicado a potenciar y facilitar las interacciones sociales, lo que hace que estas son una necesidad básica para un cerebro sano. Por tanto la interacción social no solo nos hace felices, sino que su ausencia puede dificultar hasta nuestra capacidad misma para experimentar la felicidad” (Burnett, Dean, 2018, op. cit., pág. 150).

    “A lo largo de la historia, las sociedades han padecido dos tipos de pobreza: la pobreza social, que impide que algunas personas tengan las oportunidades de las que otros disponen, y la pobreza biológica, que pone en riesgo la vida de los individuos debido a la falta de sustento y refugio. Quizás la pobreza social nunca se podrá erradicar, pero en muchos países de todo el mundo la pobreza biológica es cosa del pasado. Hasta hace muy poco, la mayoría de las personas se hallaban muy cerca de la línea de pobreza biológica, por debajo de la cual a una persona le faltan las calorías suficientes para mantener la vida durante mucho tiempo. Las personas todavía padecen numerosas degradaciones, humillaciones y enfermedades relacionadas con la pobreza, pero en la gran mayoría de los países nadie se muere de hambre (Harari, Yuval Noah, 2013, De animales a dioses, Penguin Random House, Grupo Editorial Sudamericana, pág. 294).

    Se asume que la pobreza no es simplemente un déficit de dinero, centrarnos en eso es restar trascendencia a otras dimensiones esenciales para el desarrollo humano (Manes, Facundo y Niro, Mateo, 2018, El cerebro del futuro, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., pág. 407). Las personas más pobres están expuestas a una falta de recursos de muchos tipos: educativos, nutricionales, de ocio. Todo ello supone un obstáculo para el desarrollo cerebral, siendo un lastre para el rendimiento cognitivo.

    En los últimos años, la investigación sobre el cerebro se ha dedicado a estudiar el efecto que tiene el ambiente sobre él. Se ha encontrado que la mayor estimulación social e intelectual produce cambios estructurales y funcionales en el cerebro. Lo contrario también es válido, la pobreza cambia el cerebro, las carencias socioeconómicas reflejan en el comportamiento y en la cognición. Varios factores que actúan conjuntamente (nutrición, estrés, carencia de libros y juguetes, cantidad y calidad de la educación, toxicidad ambiental, etc.) son el obstáculo para un correcto desarrollo cognitivo.

    Estos hombres que viven en la calle son “enfermos”, por tanto, se debe considerar desde lo molecular hasta lo social. Para cambiar su manera de pensar, se debe cambiar su cerebro modificando sus expectativas de vida. Cuando cambia el cerebro, cambia el cuerpo y por tanto se dice que al cambiar la mente se cambia la biología. Es cómo el ambiente se “mete” en el cuerpo y cómo la mente se enlaza con el organismo para crear una nueva situación (Bonet, José, 2015, Cerebro, emociones y estrés, Ediciones B Argentina S.A.).

    Todas las personas en situación de calle luego de un determinado período se convierten en “adictas” a esa forma de vida. Esto se da como consecuencia de la “habituación”, que es la capacidad de adaptarnos a los diferentes cam­bios que van ocurriendo a nuestro alrededor. La “habituación” consiste en la disminución de una respuesta ante la presencia repetida de un determinado estímulo. Una si­tuación que experimentamos en forma frecuente, por ejemplo, el acostumbramiento a esa vida miserable (Burnett, Dean, 2018, El cerebro feliz, Paidós, Argentina, pág. 60), conlleva a que el organismo no solo se adapte a tal situación, sino a que además se transforme en una adicción. Entonces, no solo los tienes que sacar de la calle durante las noches, no puedes dejarlos solos durante el día.

    Si dejas a esos pobres hombres solos, ellos van hacia donde les resulta más cómodo. Tienen grabada en su cerebro la “memoria de dejadez”. Es necesario hacer con ellos “ejercicios de socialización” y tener férreas disciplinas de trabajo sistemático exigente que ayude a subir un peldaño por vez, a “elevar la vara de su vida”.

    Reconstruir la autoestima de los sujetos, ayudarlos a descubrir su propósito en la vida. Se comienza cambiando los automatismos adquiridos (hábitos, actitudes) de su inteligencia computacional (inconsciente, cognitiva, motora y afectiva), para que su inteligencia ejecutiva (operacional y consciente) elija las mejores prácticas para una buena vida.

    El espacio público. “Únicamente los seres conscientes pueden ser seres libres” (Georg Wilhelm Friedrich Hegel). El espacio público es el espacio propio de la acción y el discurso, mediante los cuales aparecemos ante los demás y que a su vez confirman nuestra existencia: “Solo donde las cosas pueden verse por muchos en una variedad de aspectos, solo allí aparece auténtica y verdaderamente la realidad humana” (Arendt, Hanna, en Sánchez Muñoz, Cristina, 2019, Hannah Arendt, Shackleton Books, pág. 100). El sujeto se constituye intersubjetivamente desde que aparece en ese espacio público compartido. Sin ese espacio, es estar privado de cosas esenciales a una verdadera vida humana, como la presencia plural de los demás.

    “La democracia es la búsqueda de la buena vida, porque es el régimen que reconoce a los individuos y a las colectividades como sujetos, estimulándolos en su voluntad de vivir su vida y de dar una unidad y un sentido a su experiencia”. Se requiere entonces que “el cerebro se construya a sí mismo” (Norman Dodge, en Marina, José Antonio, 2014, La inteligencia en el siglo XXI, Ariel, Barcelona).

    ¡Pensar que en este país hubo un político que dijo que los “ciudadanos debían tener la libertad de vivir en la calle”!

    Rafael Rubio

    CI 1.267.677-8.