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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“El futuro ya está aquí, pero no está equitativamente distribuido” (William Gibson)
En mi fantasía de robot inteligente, me imagino una superchica con el rostro de Jennifer Aniston que me contesta si Dios existe y me da los cinco números del 5 de Oro del domingo que viene. Ahora no hace falta que me diga quién gana el próximo clásico del fútbol uruguayo, eso ya lo sabe todo el mundo. La realidad de los uruguayos es que usamos cajeros automáticos que son robots inteligentes, eso sí, mucho menos sensuales que mi fantasía.
¿Cuál era la fantasía de Lady Ada Lovelove que predijo la inteligencia artificial (IA) en el año 1840? (Boden, Margaret A., Inteligencia artificial, Turner, 2016). Más concretamente, ella predijo parte de ella, en los símbolos y la lógica, no tenía atisbos de las redes neuronales ni la IA evolutiva. Como su interés era puramente tecnológico, tampoco sentía inclinación por el objeto psicológico de la IA. Pero dijo que una máquina podría componer piezas musicales elaboradas y científicas de cualquier grado de complejidad o extensión y que también podría expresar los grandes hechos de la naturaleza y haría posible una época gloriosa para la historia de las ciencias. Dos siglos más tarde, los científicos utilizan el “big data” y trucos de programación diseñados especialmente para mejorar los conocimientos de genética, farmacología, epidemiología, etc., etc. Pero la tecnología disponible para Lady Ada Lovelove era sumamente primitiva y mucho no avanzó en su propósito. Lo interesante de esta anécdota pasada es que todo eso ya está y mucho más aún. En el siglo XXI ha quedado claro que las preguntas diferentes requieren diferentes tipos de respuestas, por tanto, existe cooperación entre los diferentes enfoques que se van desarrollando, rutas diferentes a través de la representación compleja del conocimiento.
Si se piensa en inteligencia, se asocia al cerebro, que es el órgano del pensamiento, el cual subjetivamente da origen a la mente. La mente humana es lo que el cerebro hace y se puede considerar una máquina virtual o más bien un conjunto de máquinas virtuales que interactúan unas con otras, funcionando en paralelo, desarrolladas y aprendidas en momentos diferentes, que están instaladas en el cerebro. El software es una máquina virtual, una ficción útil que desarrolla tareas concretas, Por tanto, el sistema mente-cerebro es un sistema de símbolos físicos.
“Emulación del cerebro completo”. En 1997, el programa de ajedrez Deep Blue de IBM fue capaz de vencer al campeón mundial Kasparov, pero no logró vencerlo siempre. Pero, si ese programa hubiese jugado al ludo contra mi nieto, este seguramente le hubiese ganado. ¿Adónde se va con esta conceptualización? A que recién estamos ingresando en el tema, a que difícilmente la IA solucione todos los problemas del hombre, a que la IA por su origen humano va a persistir con errores, claro está que significativamente el salto que damos con ella es más que relevante. Este análisis también me introduce en la barbaridad muy frecuente que ocurre en nuestro país que muchos piensan que la “lucha de clases es el motor de la historia”, como lo dijo un “iluminado” en el siglo XIX, cuando se observa la complejidad del cerebro humano y, por tanto, la complejidad de las relaciones humanas y la convivencia. La lucha de hoy entre los gigantes EE. UU. y China no es entre capitalismo o socialismo, es la lucha por la IA.
“La utopía de la IA”. ¿Estaríamos de acuerdo en delegar nuestro voto en un programa que nos representa mejor, o hay temas que no pueden dejarse en manos de las máquinas? Así como existe “grieta” entre los “software libre” y software propietario, ¡me imagino las “marchas de uruguayos” partiendo de la Udelar por 18 de Julio a favor o en contra de tal posibilidad!
Bromas aparte, ante un tema tan serio, conviene brindar información al respecto. El primer paso en el camino de búsqueda a la IA: emular y replicar la inteligencia humana (Sigman, Mariano y Bilinkis, Santiago, Artificial: La nueva inteligencia y el contorno de lo humano, Penguim Random House, 2023, p. 16). Si usted leyó con atención el texto precedente, ¿descubrió la disonancia? Si faltara poco para ser disonante, la IA es “antropomórfica”, pues asume que la inteligencia general tiende a asemejarse a la humana (Sigman y Bilinkis, ibidem, p. 18).
El problema evidente de dar entrada a la IA a la función pública y el ejercicio del gobierno es la enorme dificultad de definir la función de valor que guíe sus decisiones. Se puede ser excelente en llegar a la meta fijada, pero ¿cuál es la meta fijada? La barrera esencial es la variada y ecléctica definición de “bien común”.
Según Yuval Noah Harari, la IA representa un peligro para el sistema democrático tal y como lo conocemos, ya que dependen de la conversación pública. La democracia es básicamente conversación, gente hablando entre sí. La conversación es la fábrica de ideas, el lugar que se construyen ideas y creencias (Sigman y Bilinkis, ibidem, p. 189). ¿Es aceptable el uso de la IA para manipular ideologías o para dirigir el debate público?
“El lenguaje es el sustrato del pensamiento”. El lenguaje es la materia de la que está hecho el pensamiento humano. Cuando la IA aprende a generar lenguaje, está aprendiendo a pensar. Incluso hoy parece entender la ironía, el humor y otras propiedades sutiles que se expresan. El lenguaje es la ventana de acceso más privilegiada a la mente de otra persona o de cualquier otro ser (Sigman y Bilinkis, ibidem, p. 45).
El lenguaje dirige nuestros pensamientos hacia direcciones específicas y, de alguna manera, nos ayuda a crear nuestra realidad al potenciar o limitar nuestras posibilidades. La habilidad de usar el lenguaje con precisión es esencial para una buena comunicación. Hablar correctamente es fundamental, ya que lo que nos diferencia de los animales es el sonido ordenado que transmite sabiduría, conocimiento y capacidad de comunicación. Las palabras no son neutras, siempre son el producto de relaciones humanas. Dicho concepto cambia la forma en que pensamos acerca del lenguaje. Las maneras en que hablamos, las palabras de las que disponemos, las herramientas que nos ayudan a construir y a vivir en el mundo. En 1921, Ludwig Wittgenstein publicó el libro Tractatus lógico–philosophicus, considerado uno de los libros más importantes de filosofía del siglo XX, y que se conociera como filosofía del lenguaje. En palabras de Wittgenstein: “Los límites de mi vocabulario son los límites de mi mundo”. Esto implica que cuando creamos nuevas historias, nuevas metáforas y nuevo lenguaje, estamos cambiando el tejido mismo de la sociedad. Cuando el lenguaje comienza a cambiar, un mundo entero de posibilidades se abre. Detrás de esto existe una dinámica social poderosa y sutil, las palabras guían como percibimos e interpretamos las experiencias que se tienen. Se requiere pensar las palabras como acciones, como herramientas poderosas que hacen cosas.
El soberbio filósofo austriaco tenía razón. Una serie de estudios encabezados por la investigadora de ciencias neurocognitivas de Stanford y MIT, Lera Boroditsky, parecen confirmar científicamente esta intuición profunda de la historia del pensamiento humano. Nombrar, como su etimología lo sugiere, es necesario para conocer. Las palabras son ojos. De rígida formación científica, Lera se llevó una estremecedora sorpresa después de asimilar sus resultados investigando la percepción del tiempo, las formas y los colores en sujetos que habitan diferentes lenguajes. “Mi intención era mostrar que el lenguaje no afecta la percepción, pero encontré exactamente lo opuesto. Resulta que el lenguaje interviene en niveles básicos de percepción, y, sin tener conocimiento o consentimiento, transforma la sustancia misma de cómo vemos el mundo”.
Las palabras son más que vocablos, instrumentos de retórica o conductos de información; son formativas al guiar la manera en que las personas construyen el mundo, son los recursos que guían cómo, de hecho, viven sus experiencias. En las conversaciones en común creamos el mundo en sociedad que luego experimentamos como normal y real. Y creamos el mundo a través de las palabras que usamos. Cada vocablo identifica y valida cierto tipo de acciones. Las palabras verdaderas tienen un poder creador y catártico. Las palabras son símbolos que postulan una memoria compartida. El lenguaje es vinculante, surgen los caminos de las palabras, comunican y dan forma a la experiencia. De acuerdo al orden en que son dispuestas o las combinaciones en que se ordenan, logran escenas, mundos y realidades desconocidas.
En esa riqueza radica el corazón humano, el lenguaje permite contar historias, fijar objetivos, creencias, valores, sueños, tener ideas y poder cambiarlas. Bienvenidas las máquinas a este lugar privilegiado que la inteligencia hasta hoy solo reservaba a los humanos.
“Singularidad tecnológica”. Ray Kurzweil es un inventor, futurista e investigador en IA que en sus libros más famosos (La singularidad está cerca, Cómo crear una mente, El secreto del pensamiento humano) difunde el concepto de la “singularidad tecnológica”. ¿Qué dice tal concepto? Si se crea una máquina ultrainteligente, que sobrepasa nuestras capacidades, se produciría una suerte de fenómeno de superación exponencial: la máquina es capaz de autoperfeccionarse y crear a su vez, otra máquina más inteligente que sí misma, y así sucesivamente, lo que genera cambios drásticos para la civilización imposibles de predecir y controlar.
Esto suena a ciencia ficción. No obstante, hasta hace unos pocos años nadie pensaba que una máquina le ganara al campeón mundial de ajedrez. Los algoritmos dependían de la integración humana para interpretar sus respuestas y la forma de clasificar la información y percibir si esta era adecuada o no. Hoy existe el aprendizaje supervisado, que no necesita de lo humano. Aprende solo conociendo las reglas. Juega millones de veces contra sí mismo comenzando con jugadas aleatorias hasta aprender cuáles son las mejores. Por tanto, el peligro potencial que las máquinas devengan más inteligentes que los humanos no está tan lejos.
La inteligencia humana es una capacidad muy compleja, aún no bien definida ni entendida, involucra diversas habilidades motoras, emocionales, sociales y cognitivas. Las máquinas son más eficaces que la mente humana en algunas áreas específicas. Pero no debemos dejarnos engañar, más allá de estas particularidades, la IA es limitada en su capacidad de integración y la toma de decisiones en el sentido que lo aplicamos los humanos. La evolución, durante millones de años, ha generado en el hombre cualidades tales como la intuición, perspicacia, ingenio, empatía, creatividad, capacidad de sentir y de tener expresiones morales. Por tanto, el hombre tiene conciencia y autodeterminación, creencias, deseos y motivaciones.
Para construir una máquina consciente deberíamos ser capaces de reproducir cada uno de los componentes esenciales que dan lugar a la conciencia. Esto es imposible, pues, de hecho, no sabemos explicar cómo el cerebro da lugar a la conciencia.
Rafael Rubio
CI 1.267.677–8