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    La guerrilla del fútbol en Montevideo: a 57 años de una final mítica

    Al partido de definición de la Copa Intercontinental de 1967 que Racing le ganó al Celtic en el Estadio Centenario se lo recuerda por el gol mitológico de Juan Carlos Cárdenas, el Chango

    Columnista de Búsqueda

    Si este es el tiempo de las bengalas para los recibimientos en el fútbol sudamericano, de las tribunas prendidas fuego, hubo una época menos pirotécnica en la que intimidar a los rivales era un hecho cuerpo a cuerpo. A la final por la Copa Intercontinental de 1967 que Racing le ganó al Celtic en el Centenario se la recuerda por el gol mitológico de Juan Carlos Cárdenas, el Chango, un zurdazo que atravesó el ángulo del arquero escocés John Fallon. Fue el recorte, la repetición en continuado de un instante icónico dentro de un partido que contuvo otras historias menos románticas. Este 4 de noviembre se cumplieron 57 años de lo que, para algunos, fue la batalla de Montevideo.

    Para encontrar explicaciones a esa denominación solo hay que buscar el partido completo en YouTube. No es un registro nítido, pero hay pocos partidos de esa década que puedan verse completos, y alcanza, además, para ver la rudeza del juego desde el inicio. En realidad, la historia es previa al capítulo de Montevideo y se construyó en los encuentros anteriores: el triunfo por la ida 1-0 del Celtic en Glasgow, en Hampden Park, y, sobre todo, la vuelta en Avellaneda, donde Racing se impuso 2-1 el 1º de noviembre de 1967, lo que forzó a un tercer partido de desempate.

    Durante una negociación hasta la madrugada en el Hindú Club, en Buenos Aires, se resolvió que ese tercer partido se jugaría en el Centenario, según cuenta Nicolás Zuberman en su libro El gol del Chango Cárdenas. Los escoceses no estaban convencidos de jugar en Uruguay, donde se suponía que Racing sería local. Pero era la solución para poder hacerlo 72 horas después. Decían, además, que no habían tenido garantías de seguridad suficientes en la Argentina. La Confederación Brasileña de Fútbol ofreció, entonces, el estadio Maracaná como una alternativa. Pero la sede finalmente se quedó en Montevideo.

    El arquero titular del Celtic era Ronnie Simpson. Pero en el partido que se jugó en Avellaneda terminó con la cabeza rota. Según una versión, se trató de un piedrazo. Pero algunos periodistas escoceses dicen que a Simpson lo golpearon con una barra de metal. Como haya sido, lo cierto es que el arquero no pudo jugar el tercer partido en Montevideo, por lo que tuvo que ingresar en su lugar el suplente, John Fallon. Este no fue un asunto menor si se considera lo que pasó en la historia. Fallon, un arquero que no usaba guantes, quedaría marcado por su vuelo, tan bello y perfecto como impotente, en el gol del Chango Cárdenas.

    Muchos años después, Fallon se dio el tiempo para escribir un libro, Keeping in Paradise: My Autobiography, en el cual rememora sus tiempos con los Lisboa Lions (los Leones de Lisboa), el Celtic que le ganó la final de la Copa de Europa, jugada en la capital portuguesa, al Inter de Milán, el mítico equipo de Helenio Herrera. Hay una historia misteriosa detrás de ese partido en el que solo Fallon fue suplente (el arquero era el único jugador con reemplazo) y es sobre la medalla de campeón. Resulta que el capitán Billy McNeill le entregó una durante la cena posterior al partido, pero esa medalla desapareció con el tiempo. En su autobiografía, Fallon revela que Jock Stein, el entrenador, le pidió que la devolviera. Y que al final le entregaron una réplica.

    Con Stein no tenía una buena relación, pero el técnico se vio obligado a incluirlo en el partido con Racing que se jugó en Montevideo. Pero el incidente en Avellaneda con su colega Simpson, el arquero titular, hizo pensar a los dirigentes escoceses en reclamar por el resultado. Hay hinchas del Celtic, un club históricamente antimonárquico, que todavía sostienen que podrían haber pedido la nulidad del partido. Para los hinchas de Racing, sin embargo, estaba claro que había que jugar en Uruguay. Incluso antes de que se confirmara la sede del encuentro que desempataría la final, se habían agotado los pasajes de Buenos Aires a Montevideo. En su libro, Zuberman cuenta que la Flota Fluvial del Estado que prestaba servicio para cruzar el Río de la Plata de una orilla a la otra aumentó los viajes en barco. Y que Pluna, la aerolínea uruguaya, habilitó más vuelos para satisfacer la demanda.

    Todos estos datos, además de la cercanía con la sede de los hinchas de Racing, sobre todo respecto a los escoceses, hacían pensar que el equipo argentino sería local. Viajaron unos 30.000 hinchas argentinos. Ese Racing era el equipo de José. Así se lo conocía porque su técnico era Juan José Pizzuti, que no solo había construido una formación imparable para el torneo argentino durante 1966, sino que un año después había llevado al club de Avellaneda a ser por primera vez campeón de América. Esa final, Racing se la ganó a Nacional de Montevideo también en tres partidos. Hubo empates sin goles en el Cilindro y el Centenario, pero el conjunto argentino se impuso 2-1 en Santiago de Chile.

    Ese final de Copa Libertadores explica en parte la bronca que los uruguayos conservaban todavía tres meses después, en tiempos donde los clubes representaban el orgullo de los países. El triunfo de Racing era el argentino, la derrota de Nacional era la uruguaya. Así que cuando los jugadores del equipo de José se instalaron en el hotel Ermitage, frente a la playa de Pocitos, comenzaron a recibir llamados telefónicos que intentaban enloquecerlos. “Les van a llenar la canasta”, les decían voces anónimas que se hacían pasar por hinchas argentinos. Eran uruguayos. Todo lo contrario pasaba con los futbolistas del Celtic, que recibían el aliento de los locales. “Les tienen que ganar a estos porteños fanfarrones”, les pedían por la calle.

    Eso se trasladó al día del partido, la tarde del 4 de noviembre en la que los argentinos llenaron la tribuna América. “Argentina, Argentina”, se gritó en ese sector del estadio. “Y ya lo ve, y ya lo ve, es el equipo de José”, se escuchó también. En el resto del Centenario se cantó por el Celtic. Hubo piñas y agarradas en algunas zonas bajas de las plateas. “Mezcla de fútbol, boxeo y safari”, titularía el diario argentino La Prensa al día siguiente. El partido no fue distinto. Apenas pasada la media hora, el jugador del Celtic Bobby Lennox le cometió una falta al argentino Juan Carlos Rulli. Alfio Basile corrió en defensa de su compañero y empujó al escocés. Entró la Policía al campo de juego. El capitán de Racing, Oscar Martín, recibió un palazo oficial. El árbitro paraguayo Rodolfo Pérez Osorio expulsó a Basile y a Lennox, los dos primeros del partido en una época en la que todavía no existían las tarjetas.

    Fue a los 11 minutos del segundo tiempo que el Chango Cárdenas hizo su golazo. Lo que siguió fue pura resistencia celeste y blanco y arremetida escocesa. El árbitro expulsó a Jimmy Johnstone, la gran figura del Celtic. Y al rato, John Hughes le pegó un puntinazo a Agustín Cejas, el arquero argentino. Roberto Perfumo, defensor de la Academia, lo empujó como en el barrio. El árbitro le indicó la salida al escocés. El Celtic se quedó con ocho jugadores. Y ya cuando se acercaba el final, Tommy Gemmell, defensor escocés, le pegó una piña a Rulli. Los dos afuera, señaló el juez paraguayo. Aunque Gemmell no le hizo caso y siguió en la cancha.

    El zapatazo del Chango Cárdenas en el Estadio Centenario de Montevideo fue el primer gol viralizado en tiempos sin redes sociales, el zurdazo más repetido de la televisión porteña. Una y otra vez, en loop, como recuerdo de lo que era el primer campeón mundial del fútbol argentino. Porque así se conocía por entonces a los campeones intercontinentales. Y porque significó para Racing el último gran título. Luego, como en un maleficio, vendrían tiempos oscuros. El descenso y la quiebra. Y, por supuesto, la resurrección. Es cierto que en 1988 ganó la Supercopa en una final contra Cruzeiro, pero fue recién 35 años después de aquel equipo de José que consiguió un campeonato local. Ahora está a las puertas de otra final, la primera en más de tres décadas, y otra vez contra Cruzeiro. La Copa Sudamericana se definirá en Asunción el 23 de noviembre.

    “Racing del mundo: viril triunfador”, fue el título de tapa del diario argentino Crónica, siempre vinculado al periodismo de impacto. “El público uruguayo agredió a los académicos: 52 argentinos atendidos en los hospitales; el presidente de la AFA, Valentín Suárez, sufrió un ataque cardíaco”, se leyó en la bajada. Es cierto que el interventor de la AFA, histórico dirigente de Banfield, tuvo que ser atendido. En el mismo periódico, un título interno lo graficó así: “Crónica de una guerrilla”. Johnstone, uno de los expulsados, quizá el mejor futbolista en la historia del Celtic, dejó una frase para la posteridad sobre ese partido: “Fue un vandalismo total”. A Johnstone, una leyenda del fútbol escocés, lo persiguió el alcohol. Murió a los 61 años. Una estatua lo recuerda en Hampden Park.

    Así como en Escocia se escribieron libros y se hicieron documentales sobre lo que llaman la batalla de Montevideo, a los argentinos les quedó la historia para siempre. Mario Romano, histórico director general del Estadio Centenario, monumento del fútbol, sede de la primera final de la Copa del Mundo, alguna vez reconstruyó todo. Rioplatense, de familia argentina y uruguaya, con su corazón en Racing, se encargó de hacer pisar al Chango Cárdenas otra vez el césped del Centenario. Incluso, replicó su zurdazo en el mismo arco que defendía Fallon, al mismo ángulo en el que puso la pelota. El Chango, nacido en Santiago del Estero, murió en marzo de 2022 a los 72 años, pero quedó para siempre en ese lugar que lo hizo inolvidable.