Hay un eslabón uruguayo en la historia de Lionel Scaloni, la conexión hacia Europa en su carrera como futbolista. En la biografía del entrenador campeón del mundo con la Argentina aparece el nombre de Luis Malvárez. Todos lo conocen como Lucho. En Montevideo, en Buenos Aires y en La Coruña, una encantadora ciudad portuaria en la región de Galicia, al noroeste de España, con unos 250.000 habitantes, el destino que Malvárez eligió para Scaloni después de leer los diarios durante un vuelo a Madrid.
Lucho Malvárez salió como lateral derecho de Danubio, el único club uruguayo en el que jugó y con el que consiguió la primera clasificación del equipo a una Copa Libertadores, en 1978. De ahí, cuatro años después, cruzó el Río de la Plata. Carlos Salvador Bilardo, que todavía no era el técnico campeón del mundo de México 86 con la selección argentina, se lo llevó a Estudiantes de La Plata. Malvárez recién había cumplido los 21 años. Ganó con el Pincha el Metropolitano 82 y, al poco tiempo, se fue a San Lorenzo, lo que significó llegar a un club grande de la Argentina. Aunque las cosas no fueron tan sencillas.
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Lucho Malvárez jugando en San Lorenzo
El 7 setiembre de 1986, San Lorenzo salió a jugar de visitante con Independiente, el puntero del campeonato, sin haberse entrenado durante los días previos. Lo hizo, además, apenas con los 11 titulares y cinco jugadores en el banco. Tampoco tenía entrenador. El técnico para ese partido fue el arquero suplente, Rubén Cousillas, un ídolo del club, con el que había atravesado el descenso y el ascenso. Aunque tiempo después se convertiría en asistente de distintos entrenadores, esa sería la única vez que dirigiría al equipo. Con todas esas limitaciones, San Lorenzo ganó 1-0 en Avellaneda.
En el vestuario, después del partido, sintiéndose como si hubieran salido victoriosos de una batalla, todos se dieron ánimo y celebraron la hazaña. Malvárez se acordó de una película que había visto por esos días sobre la lucha por la independencia de Camboya. “¿Sabés qué, Turco?”, le dijo a su compañero Sergio Marchi, defensor central, “nosotros parecemos guerreros, camboyanos, vivimos en el lodo, vivimos en los problemas, en los quilombos. Ese camboyano que se tira en la selva y que quiere pelear y va al frente siempre. Somos los camboyanos”. El nombre quedó para siempre. El equipo también, una mezcla de garra con momentos de buen fútbol.
Lucho Malvárez quedó enmarcado dentro de esa historia. Su nombre remite a Los Camboyanos. Aunque no soy de San Lorenzo, crecí con el fútbol de los 80. Por eso, Malvárez es un personaje de mi infancia. No supe más nada sobre él hasta que leí su nombre en un archivo del diario La Voz de Galicia mientras trabajaba en Revolución Scaloni, un libro sobre la formación del técnico campeón del mundo con la selección argentina. Aunque fue el periodista español Arturo Lezcano, hincha del Deportivo La Coruña, el primero en contarme que Scaloni había llegado a ese club de la mano de Malvárez. Pero Lucho ahí estaba también en las crónicas de la época.
A mediados de 1997, Scaloni jugaba en Estudiantes de La Plata. Había sido campeón con la selección argentina sub-20 en el Mundial de Malasia. Su nombre tomaba relevancia. Malvárez, que hacía poco había dejado el fútbol profesional, se dedicaba por esa época a la intermediación de jugadores. Claudio Gugnali, con el que había jugado en Estudiantes y San Lorenzo, fue el primero en hablarle de ese lateral que puede jugar como volante, que llega al gol, que no para de correr, que es un buen pibe y que pone mucho corazón en la cancha. Un jugador que con 19 años ya tiene destino europeo.
Malvárez aprovechó sus contactos con la dirigencia de Estudiantes, su antiguo club, aunque luego había tenido un paso por Gimnasia y Esgrima La Plata, y comenzó a tejer una relación de confianza con Chiche, el padre de Scaloni, su verdadero representante. La idea era negociar al jugador con el Sevilla. Así que desde Montevideo se tomó un vuelo a Madrid con videos de Scaloni. Pero fue en ese avión que abrió los diarios españoles. Las secciones deportivas contaban que Augusto Lendoiro, el presidente de La Coruña, buscaba jugadores. Era el Superdépor, un equipo que les peleaba a los grandes, que había ganado la Copa del Rey en 1995 y, empujado por la Ley Bosman que había ampliado el mercado para quienes tenían pasaporte comunitario, salía a buscar más jugadores extranjeros para poblar el equipo. Por ese tiempo llegaron Rivaldo, Djalminha y Flavio Conceição. Ya había pasado Bebeto y Mauro Silva era ídolo de los hinchas, un científico del mediocampo. La ciudad se acostumbró a los futbolistas brasileños, técnicos y finos en el oficio de la pelota, pero el equipo llegó a tener jugadores de 13 nacionalidades distintas. Le decían Deportivo de la ONU.
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Scaloni en un partido de Estudiantes de la Plata
“Algo, una especie de intuición, me dijo que tenía que ir. Entonces, me bajé en Madrid, donde hice escala y cambié de vuelo”, le contó Malvárez al periodista Lucas Gatti durante una entrevista para el sitio Infobae. Desde la capital madrileña, Lucho viajó a La Coruña. Estaba seguro de que su hombre era Lendoiro, un empresario que denominó su gestión en el Dépor como “capitalismo popular” y que comenzó a disputarle al duopolio construido por el Real Madrid y Barcelona, al que incluso estuvo por sacarle la liga en la temporada 1993-1994. Apenas llegó a la ciudad, Malvárez fue a buscar a Lendoiro a un acto del Partido Popular. El dirigente había sido concejal, diputado y senador, e incluso candidato a la alcaldía de La Coruña.
Malvárez esperó durante cinco horas en el lobby del hotel Riazor, frente al mar, hasta que logró interceptarlo. Lendoiro caminaba junto a dos mujeres. Malvárez se le acercó. “Yo sé que necesita un delantero”, le dijo. Algo le llamó la atención porque lo citó para el día siguiente en su oficina.
—Me aceptó muy rápido —me cuenta Malvárez por teléfono desde Montevideo—. Como diciendo: “Fah, este me cae bien”. Porque yo le dije: “Presi, le voy a tener jugadores para que salga campeón. Porque tengo unos huevos así, como Los Camboyanos”.
Porque, por supuesto, al día siguiente, en su oficina, Lendoiro escuchó toda la historia camboyana. Malvárez se lo compró enseguida con su simpatía. Al ver que el dirigente tenía un cuadro de Jesucristo, le mostró el crucifijo que llevaba colgado. “Jugamos para el mismo equipo, presi”, le dijo. Lendoiro se enamoró del uruguayo Lucho, que le insistió que tenía jugadores decididos, listos para hacer historia. “¿Quiénes son?”, le preguntó el dirigente. Malvárez le habló de Scaloni y también de Walter Pandiani, entonces goleador de Peñarol. “¿Quién es Scaloni?”, se interesó Lendoiro, y aceptó ver los videos que le llevaba. Malvárez mostró el resumen. “Es una buena persona, presi, y encima va al frente y es ganador”, le insistió a Lendoiro.
—A Scaloni lo querían todos en ese momento, pero cuando fui a la Argentina y llegué a la casa de la familia, le expliqué al padre y a él que el club tenía que ser La Coruña— reconstruye Malvárez, que ya había convencido a los dirigentes de Estudiantes.
Las negociaciones, sin embargo, tuvieron algunas trabas. Un punto fue acordar con Newell’s, el club con el que Scaloni debutó en Primera antes de llegar a Estudiantes, que todavía tenía una parte de la ficha. El otro asunto fue la condición familiar de que Mauro, el hermano mayor de Scaloni, también fuera parte de la operación. Aunque Mauro, si bien había hecho las inferiores en Newell’s y había pasado por Estudiantes, nunca había debutado en Primera. El que finalmente destrabó todo fue el exfutbolista español Richard Moar, asistente de Lendoiro, que viajó a la Argentina para cerrar la operación. Mauro viajaría a La Coruña pero para sumarse al Deportivo Fabril, el filiar del Dépor. Según informó el club gallego, el pase se cerró en 2,7 millones de euros en un principio y la misma cifra si a los tres años decidía quedarse con el jugador.
Scaloni y su hermano llegaron a la ciudad gallega en las vísperas de la Navidad. La presentación se hizo con ambos. “Ha sido uno de los fichajes más complicados de la historia del club”, dijo Lendoiro. Y le agradeció a Malvárez: “Fue la primera persona que descubrió a Lionel Scaloni”. En ese mercado también llegaron a La Coruña dos delanteros uruguayos: Sebastián Loco Abreu, de 22 años, que había tenido un gran paso por San Lorenzo, y Sergio Manteca Martínez, de 29, ídolo de Boca. Malvárez, que se quedó en la ciudad para trabajar con Lendoiro, cuenta que fue él quien negoció esas contrataciones, aunque ese episodio está en disputa porque otra versión indica a Paco Casal como el intermediario de los pases. Abreu jugaría apenas seis meses en el Dépor. Martínez, con algunos problemas físicos, tendría solo tres partidos con el club. Scaloni se convertiría en campeón y leyenda. Como Malvárez se lo había prometido a Lendoiro.
* Periodista de Fox Sports, Radio Con Vos y Tiempo Argentino. Ha publicado artículos en el Washington Post, El País y La Nación, de Chile. Su último libro es Revolución Scaloni.