A la transmisión de mando del 1º de marzo vino pila de gente ilustre.
La excusa que llevó al presidente Milei a faltar con aviso fue que tenía que pronunciar el discurso inaugural de las sesiones del Congreso argentino, que estaba fijada para las nueve de la noche del mismo día
A la transmisión de mando del 1º de marzo vino pila de gente ilustre.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPresidentes, primeros ministros, embajadores, representantes especiales, en fin, de todo un poco dentro de la representatividad esperada para una ceremonia de esos quilates.
Con la excepción de Maduro, Ortega y Díaz Canel, que no se sabe bien todavía por qué faltaron a la cita, estuvo lo más granado del mapa político internacional. Desde el presidente de Alemania, un gordito simpaticón con cara de “me encanta la cerveza”, hasta un flaco de túnica azul que los porteros confundieron con uno de esos vendedores de prendas femeninas de verano que circulan con su perchero portátil por las playas del este (pero que era nada menos que el representante de la República Saharaui, faltaba más), pasando por personajes de la más variada pero igualmente noble estirpe.
Pero no vino Javier, el libertario.
La excusa que llevó al presiente Milei a faltar con aviso fue que tenía que pronunciar el discurso inaugural de las sesiones del Congreso argentino, que estaba fijada para las nueve de la noche del mismo día.
Cualquiera se da cuenta, pues, que Milei no vino porque no quiso, porque con un avión liviano, con un helicóptero y hasta con una lancha más o menos rápida podía venir al Uruguay, participar en las fiestitas protocolares y volverse a Buenos Aires con tiempo de sobra para vociferarles a sus congresistas el tradicional discurso inaugural.
Cuando su secretaria le avisó, con semanas de anticipación, que había llegado una invitación oficial del Uruguay para participar en la transmisión del mando, Milei le dijo a la muchacha una serie de improperios acerca de las orientaciones políticas del partido que asumiría el gobierno uruguayo ese día, los que no transcribimos por respeto a nuestros lectores, que son gente muy sensible.
—Andá y decile a Werthein (N. de R.: el canciller argentino) que si quiere ir él, que vaya, que le prometo que no lo voy a despedir por ir a abrazarse con esos tarados mentales marxistas que gobernarán por cinco años al pobre país vecino —le dijo luego el presidente a su secretaria, cosa que la muchacha hizo de inmediato—.
Pero el rebote fue casi inmediato. El canciller argumentó que tenía una recepción en el consulado honorario de Latvia, en la que se celebraría el Día del Honor Latvio, una fecha de enorme importancia para el hermano país del Báltico, a la cual él se había comprometido a asistir.
Werthein lo llamó al jefe de Protocolo de la Cancillería, con el fin de ofrecerle la oportunidad de ir a Montevideo y comerse un chivito uruguayo con cargo a los viáticos (pidiéndole asimismo que, si lo hacía, no dejara de traer la factura, para justificar el gasto), pero no lo encontró en su oficina. La secretaria le dijo que estaba gozando de su licencia anual y que no regresaría de Mar del Plata hasta el 2 de marzo. La secretaria recibió entonces la instrucción formal de encontrar a alguien que pudiera asistir a los actos del 1º de marzo en Uruguay.
El tiempo iba pasando, la fecha de la transmisión del mando se acercaba y no había quién representara a la Argentina en las ceremonias.
Siguiendo instrucciones de su jefe y la libertad de acción que le habían dado, la secretaria llamó a la sede de la ONG libertaria Patria y Desregulación y habló con Von Mises Martínez, su presidente, a quien afectuosamente llaman Fonmi debido a su extraño nombre de pila, que, según le dijeron a ella, le había puesto el padre, que era un gran admirador de un economista extranjero, o algo así.
—Fonmi, haceme una pierna —le dijo la muchacha, a lo que su amigo le respondió—:
—Pichón, a vos te hago una pierna o la parte que vos quieras —pero la muchacha lo cortó en el aire y le explicó que había que ir a Uruguay para la transmisión de mando del 1º de marzo, y que estaba difícil conseguir a quien pudiera representar a la Argentina. Le preguntó si él quería ir, y le explicó que era con todos los gastos pagos—.
Fonmi le dijo que para él era imposible, porque justo ese día y el siguiente tenía un torneo de ajedrez en el club Amigos del Anarcocapitalismo, y que ya había pagado la inscripción y todo. Pero para ayudarla a la muchacha, le recomendó que llamara al secretario general de la ONG, David Ricardo Beracochea, que en fija que le iba a encantar la idea.
Lo llamó, y no le fue tan bien como esperaba. Beracochea estaba demorado en una comisaría desde la semana anterior, porque lo habían detenido junto con un grupo de amigos apedreando una sede del kirchnerismo ubicada en el mismo barrio en el que funciona la ONG. Le avisaron que no lo largarían con tiempo como para ir a Montevideo.
Así se fueron sucediendo ofrecimientos y rechazos, por las más inesperadas y obtusas razones, y la Argentina corría el riesgo de no estar presente en una ceremonia tan señalada.
Cuando ya se iba perdiendo toda esperanza, el mismo día de la transmisión de mando, un vehículo del MPP fue a Rincón del Cerro a buscar a don Pepe Mujica en su chacra, para llevarlo al Palacio Legislativo con el fin de presenciar la ceremonia.
Mujica estaba sentado en el horrible banco de las tapitas de plástico ese que tiene en el jardín, conversando animadamente con una anciana de cabello y pañuelo blanco.
—Pepe, ¿quién es esta señora a la que le encuentro cara conocida? —le dijo el compañero chofer del vehículo, que había bajado a ayudarlo a subirse al auto—.
—Es Estela de Carlotto, la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, que me vino a visitar… —respondió el Pepe, aprestándose a despedirse de su visitante—.
—¡Ya me parecía! ¡Entonces es argentina! —dijo con entusiasmo el chofer, viejo militante de la causa emepepista—. Invítela a que lo acompañe, que no tenemos a nadie de Argentina que haya venido a la ceremonia.
Así fue que, si mirar las fotos o las filmaciones de ese día durante la ceremonia, en la barra atrás del balcón donde están Mujica y los demás expresidentes, hay una anciana de pañuelo blanco, que resultó ser —por fuerza de las casualidades— la representante de la Argentina en la transmisión de mando.
Por suerte no faltó el país hermano a tan trascendente ceremonia.