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    Científicos muestran cómo “la ansiedad bloquea la empatía” y vinculan ese síntoma con el bienestar psicológico

    Investigaciones en neurociencia muestran que niveles elevados de ansiedad modifican la forma en que el cerebro responde al dolor y al miedo de otros, un vínculo que llegó al Parlamento y abrió el debate sobre salud mental, convivencia social y políticas públicas

    “Cuando el miedo se instala, cuando la incertidumbre se vuelve cotidiana, el cerebro reacciona cerrando sus puertas. Y cuando eso ocurre, no solo se empobrece la vida interior de las personas, se fractura el lazo social. La evidencia científica nos está diciendo que un entorno ansioso familiar, institucional, como país, tiende a volverse menos empático. Y la falta de empatía nos vuelve más proclives a la violencia. Hablar de salud mental es hablar de convivencia democrática”. Con esas palabras, durante una sesión del Parlamento el pasado 14 de octubre, la senadora Patricia Kramer intentó trasladar al debate político un asunto sobre el que empieza a acumularse conocimiento científico.

    De hecho, en su exposición Kramer se refería a una investigación de las científicas Florencia Moreira y Florencia Romero como proyectos de maestría en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable. Bajo la tutoría de la experta especializada en neurociencia y salud mental María Castello, contó, existen al menos dos trabajos que relacionan la ansiedad con la empatía: “Uno busca entender cómo la ansiedad bloquea o inhibe la capacidad de ponernos en el lugar del otro, y el otro cómo reaccionamos al miedo de otra persona”.

    La senadora, que es presidenta de la Comisión de Salud Pública de la Cámara de Senadores y de la Comisión Bicameral de Salud Mental, afirmó que el país necesita “instituciones que escuchen a la ciencia y una ciencia que sepa hablar el lenguaje de lo humano y lo político”. Llamó, en este tema, a asumir el desafío político de transformar el conocimiento en acción pública.

    A partir del planteo de Kramer, Búsqueda consultó a María Castello sobre los trabajos impulsados bajo esta línea de investigación. Según explicó, el estudio al que aludió Kramer fue financiado por la International Brain Research Organization junto con la Welcome Trust de Inglaterra, y se llevó a cabo junto con colegas de la Universidad Iberoamericana en Santo Domingo, República Dominicana.

    La investigación analizó la respuesta del cerebro de estudiantes universitarios del país caribeño al observar situaciones de dolor ajeno y si variaba según su nivel de ansiedad. Trabajaron con 44 personas, a las que dividieron en dos grupos mediante un cuestionario estandarizado: ansiedad alta y baja. Mientras los participantes observaban imágenes de manos y pies en situaciones dolorosas y no dolorosas, su actividad cerebral fue registrada mediante electroencefalografías.

    El análisis se centró en una señal cerebral conocida como potencial positivo tardío, vinculada con el procesamiento de estímulos emocionales. El estudio encontró diferencias según el nivel de ansiedad: los investigadores observaron que las personas con mayor ansiedad presentaron una respuesta cerebral más intensa frente al dolor ajeno que las de menor ansiedad, lo que, según los autores, sugiere un mayor involucramiento afectivo frente al dolor ajeno, así como una posible mayor vulnerabilidad en la regulación emocional.

    Los investigadores también analizaron cómo el nivel de ansiedad se relaciona con la respuesta del cerebro frente al miedo. Para eso, los estudiantes observaron rostros con expresiones de susto y rostros neutros, mientras se registraban sus señales cerebrales vinculadas con la empatía y el procesamiento emocional.

    De esta manera, el estudio concluye que hay una relación entre el nivel de ansiedad y la supresión del ritmo mu (asociado a mecanismos de respuesta empática) durante el procesamiento de estímulos de miedo. En particular, señalan que los participantes con ansiedad moderada presentaron una menor supresión del ritmo mu frente a rostros con expresión de miedo en comparación con los participantes con ansiedad baja. Esto quiere decir que frente a rostros que expresan miedo el cerebro de las personas con ansiedad moderada reacciona menos que el de las personas con ansiedad baja.

    Castello y otros investigadores uruguayos participaron junto con la Universidad de Santo Domingo, que buscó mostrar que la ansiedad no solo es prevalente entre los estudiantes dominicanos —quienes mostraron niveles altos de ansiedad—, sino que también se asocia de manera sistemática con peores indicadores de bienestar. Es decir que, a mayores niveles de ansiedad, existía un menor bienestar psicológico.

    En paralelo a esta investigación, la neurobióloga dijo que se han realizado proyectos similares en Uruguay. Uno se encuentra actualmente en proceso de desarrollo y está vinculado a test de estrés a estudiantes de primer y tercer año de la carrera de profesorado de secundaria o del Instituto de Profesores Artigas. Los resultados serán difundidos en 2026. La científica dijo que la Facultad de Química está interesada en aplicar una estrategia similar.

    Según contó, este año también se llevaron adelante experiencias piloto, con docentes y estudiantes de la Universidad Católica, que utilizaron el método Feldenkrais, un sistema de aprendizaje que usa el movimiento consciente para mejorar la coordinación y la autoconciencia. También se aplicaron test de bienestar, cuyos resultados aún se encuentran en proceso de publicación. “Vamos generando pequeños pilotos y de a poco se ha ido transformando en una línea de investigación vinculada a la ansiedad, la empatía y el impacto de técnicas que promueven el bienestar”, señaló Castello.

    Maestras

    Uno de los primeros trabajos de esta línea de investigación en Uruguay comenzó en 2019, con un análisis de la entonces estudiante de maestría, Tamara Liberman, cocoordinado por Castello. La idea fue estudiar las bases psicológicas y neurobiológicas de técnicas que promueven el bienestar, como las técnicas de mindfulness self-compassion y el yoga kundalini, tomando como población objetivo a las maestras uruguayas del área metropolitana. Eligieron esa profesión porque es una de las de mayor “estrés y burnout en el país”, argumentó Castello.

    El proyecto, apoyado por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, se basaba en la meditación y el manejo del cuerpo y se dividió en tres partes. Primero, se les pidió a las maestras que realizaran test autorreportados, validados internacionalmente, de bienestar, de estrés, de burnout y de empatía, y en simultáneo completaron test de mindfulness y de autocompasión. “Encontramos que las maestras desarrollaban esas habilidades y que eso estaba relacionado con un aumento del bienestar y con una disminución de la ansiedad y el estrés”.

    También se les solicitó que observaran imágenes en las que había una interacción —buena o mala— entre dos personas o imágenes en las que había objetos peligrosos cerca de alguna parte del cuerpo, mientras se tomaban registros electroencefalográficos y electrocardiográficos. Además se realizaron diversos test de estrés, cuyos resultados aún no se publicaron. “Medimos no solo qué pasa con la frecuencia cardíaca, que sube frente al estrés, sino qué pasa con su variabilidad. Las técnicas contemplativas ayudan a que mejore el tono parasimpático y que el estrés que se genera sea más transitorio”, explicó Castello.

    Para la experta, estos temas han llegado al debate político porque los niveles de ansiedad y estrés, que están en la antesala de la depresión y el suicidio, producen hoy impactos sociales, personales, familiares, laborales y económicos muy importantes para los países. Ante ello, se busca “aportar evidencia de aproximaciones que permita promover el bienestar y trabajar de manera preventiva”.