—¿Qué desafíos enfrenta el sistema educativo para implementar modelos basados en la neurociencia?
—Hay prejuicios de parte de la comunidad educativa en general, diciendo “ustedes están encerrados en un laboratorio y quieren venir al aula a decirnos cómo se hacen las cosas”. Y desde el lado más científico existe el prejuicio de que la educación no cambia. Es este cuento de que a alguien lo transportás en el tiempo de hace un siglo hasta ahora y va a entender perfectamente cómo es un aula. También es cierto que en toda actividad humana hay mucho de que esto siempre se hizo así. Todo cambio requiere tiempo y consensos. El ejemplo más importante de esto es la lectoescritura, donde en la mayoría de los lugares se sigue apelando al conocimiento analítico de las palabras, mientras que la neurociencia apuesta bastante a propósito de la conciencia fonológica, de cómo suenan las palabras, luego cómo unirlas y después tener una visión integral de esa palabra.
—¿Cómo se vinculan el sueño y la consolidación de la memoria en el contexto del aprendizaje escolar? ¿Cree que las instituciones educativas deberían tomar más en cuenta los ritmos circadianos de los estudiantes?
—Tenemos conciencia de la importancia del sueño desde tiempos relativamente recientes. El sueño históricamente fue un lujo; hoy sabemos que no es así, el sueño no es un lujo, es una necesidad vital. Hay experimentos en los cuales vos privás a animales de laboratorio de sueño y se mueren, igual que si no comen. Es una necesidad vital principalmente por cuestiones de salud. Si no dormís bien de manera crónica —no dormir las horas suficientes, no tener la calidad de sueño adecuado o no dormir en el horario adecuado—, te enfermás mucho más, tu susceptibilidad frente a infecciones u otro tipo de enfermedades es mucho mayor, también cambia tu metabolismo. Otra de las funciones del sueño es la de consolidar la memoria y el aprendizaje. Y el otro asunto es la cantidad de horas de sueño, que estamos por debajo de lo recomendado, sobre todo en el Cono Sur. Argentina y Uruguay son muy parecidos en eso, son países muy noctámbulos, todo es muy tarde, pero al día siguiente el mundo empieza temprano, por lo cual comprimís las horas de sueño. El otro asunto es en qué horario realizamos las actividades, lo que se denomina el cronotipo de una persona. Todos tenemos un pedacito de cerebro que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es, se llama el reloj biológico, pero no marca el mismo horario en todas las personas. Hay personas más matutinas, llamadas alondras, personas más vespertinas, llamadas búhos, y a lo largo del desarrollo eso también va cambiando. El ejemplo más típico es el de los adolescentes, que son búhos. Las agujas del reloj biológico de los adolescentes apuntan hacia más tarde, pero al día siguiente nuestras escuelas empiezan muy temprano. En Uruguay, como en Argentina, empiezan 7.30 de la mañana, 7.40 en el mejor de los casos. Si vos les hacés un encefalograma a esa hora, están dormidos. Encima en invierno a esa hora hay oscuridad y la nafta del reloj biológico es la luz. Un buen manejo de los turnos escolares redunda en un mejor desempeño académico.
—¿Cómo deberían ajustarse los horarios en función del sueño y el aprendizaje?
—Hay que jugar también con horarios sociales, no podés pedir que las clases empiecen a las 10 de la mañana. Nosotros decimos que las clases del secundario no empiecen antes de las 8, idealmente antes de las 8.30. Es muy factible hacerlo y hay muchas pruebas piloto y pruebas ya definitivas en lugares del mundo que muestran que efectivamente los chicos se enferman menos, faltan menos, llegan menos tarde y el desempeño académico es mejor si coincide el horario de escuela con el de su cerebro.
—¿Cuáles son los principales beneficios del aprendizaje por inquisición (inquiry-based learning) en comparación con métodos más tradicionales?
—Es una metodología muy exitosa para la enseñanza de las ciencias. Hay muchas metodologías, una es la tradicional de transmisión de conocimiento. Yo dicto algo, alguien habla y otro toma nota. Es un modelo muy pasivo en el cual los estudiantes reciben información, la manejan de cierta manera y ya verán cómo se las arreglan. No es que esté completamente perimido, hay cosas que hay que aprender de esta manera. El aprendizaje inquiry-based science se refiere a planificar muy detalladamente las clases provocando las preguntas adecuadas. Vas guiando a la clase para que los jóvenes vayan haciéndose preguntas que les sean relevantes porque surgieron de ellos, pero dentro de ciertos límites que el docente va marcando. Y esas preguntas se resuelven experimentalmente. La única forma de aprender ciencia es haciendo ciencia.
—¿Cómo percibe la formación de docentes en Uruguay en términos de conocimientos sobre neurociencia y aprendizaje? ¿Cree que deberían incorporarse más estos temas en la capacitación docente?
—Diste en el clavo. Si uno tuviera que hacer política educativa, obviamente empieza en la formación docente, porque eso va a redundar en que la enseñanza en las aulas vaya cambiando de manera sostenible. Si centrás todo en el aula, te quedás corto. Hay muy buenas iniciativas en Uruguay, muy buena investigación en psicología educativa, en neurociencia educativa. De hecho, el Centro de Investigaciones Psicológicas (Cipsi) de la Udelar (Universidad de la República) trabaja en cómo funciona el cerebro para aprender a leer o hacer cuentas. Y son investigadores de primerísimo nivel internacional. En Argentina en este momento nada es posible. La falta de Estado, el estar liderado por personas ignorantes, malvadas y un poco estúpidas hacen que ninguna planificación, por lo menos a nivel ciencia y educación, sea posible.
—Usted ha estudiado el cerebro que sueña. ¿Qué se sabe hoy sobre la relación entre los sueños y los procesos de aprendizaje? ¿Existe algún vínculo entre el contenido de los sueños y la solución de problemas o la creatividad en el aprendizaje?
—Si sabemos poco sobre el sueño, sabemos mucho menos sobre los sueños. Durante un tiempo se puso de moda el aprendizaje subliminal durante el sueño. Pero no hay ninguna evidencia al respecto. Los sueños en general son recapitulaciones de lo vivido recientemente, el día anterior, la semana anterior. Obviamente, al haber menos censura del cerebro durante los sueños, se pueden combinar los elementos, los personajes y la situación de manera muy alocada. Pero, más allá de este fenómeno de que durante el sueño se consolidan memoria y aprendizaje, no tenemos una verdadera ciencia del aprender durante el sueño. Hay gente que tiene la capacidad de ser un poco más consciente de sus sueños, se denomina sueños lúcidos. Hay gente que dice “quiero soñar con tal cosa” o están soñando con algo y no les gusta por donde va y es una especie de “elige tu propia aventura”. Ahí hay una oportunidad para aprendizaje, pero nos falta muchísimo, y el porcentaje de gente que se entrena en sueños lúcidos es muy bajo todavía.
—¿Se puede entrenar el cerebro con el fin de utilizar los sueños para, por ejemplo, aprender o consolidar conocimientos?
—En este momento te diría que no. Sí se pueden entrenar los sueños lúcidos, pero hay una etapa, cuando empezás a consolidar el sueño, en la cual podés incorporar estímulos, por ejemplo, auditivos. Pero no hay mucha evidencia al respecto, como mucho es para divertirte con los sueños. Todavía esto no tiene una aplicación directa, salvo en aquellas cuestiones de pesadillas muy recurrentes o terrores nocturnos, para que puedas entrenar al cerebro para que vaya por otro lado. Hay gente que la pasa muy mal con las pesadillas e incluso no duerme para no soñar cosas feas, sobre todo los niños. Ahí hay una oportunidad de aplicación.
—¿Cómo cree que el uso de tecnología impacta en la atención, la memoria y el aprendizaje de los estudiantes?
—Con respecto a las computadoras y al sueño, lamentablemente todos nos vamos a dormir con pantallas. Una computadora, la tablet, la TV, el celular. Esto es muy malo porque te bombardea de información y cambia la estimación del tiempo; en términos cronobiológicos, la luz de las pantallas es la luz mala. Porque las pantallas LED iluminan con una longitud de onda muy particular verde azulada que es la que estimula de manera máxima el reloj biológico y le dice que es de día.
—¿Cómo se explica eso?
—Evolucionamos para estar despiertos de día y de noche estar en oscuridad y dormidos. El cuerpo está adaptado a este ciclo de luz-oscuridad y de actividad-descanso. Entre esa fisiología hay una serie de hormonas de mucha importancia metabólica y la secreción de alguna de estas hormonas es muy sensible a la luz. Y si se prende luz a la noche, ¿es de noche o de día? Y se vuelve a su estado basal. Y eso es lo que interfiere con el metabolismo. Lo mismo pasa con el crecimiento. La hormona de crecimiento se secreta en la mitad de la noche si estás dormida y en oscuridad. En modelos animales, si vos privás de sueño a un bicho, no crece o no crece bien. Realmente la luz a la noche influye mucho. La luz que está ahí afuera también. Si por la ventana ves la luz de la calle, algo está mal.
—En las pruebas internacionales, los estudiantes uruguayos han mostrado dificultades en comprensión lectora y pensamiento crítico. ¿Pueden la neurociencia y el estudio del sueño contribuir a mejorar estos aspectos?
—Hay instituciones que cambian los horarios de una manera más cronobiológicamente razonable y las notas son mejores. No me cabe duda de que, si hacemos políticas públicas a nivel nacional o departamental, va a haber cambios en este tipo de evaluaciones estandarizadas. Con respecto a neurociencias, el francés Stanislas Dehaene tiene dos líneas de investigación. El cerebro lector, cómo hace el cerebro para aprender a leer, y el cerebro matemático, cómo hace el cerebro para aprender a hacer cuentas. Y son cosas que se demuestran en laboratorio, pero nos falta el paso de llevar eso a una política pública educativa.
—¿Cómo imagina que será la educación dentro de 50 años si se aplican los avances de la neurociencia y del estudio del sueño?
—El sueño es un parámetro que está en nuestras manos fomentar, concientizar, hacer campaña, modificar los horarios. Y eso va a tener un techo de mejora pero es muy fácilmente implementable. Con la neurociencia falta un poco más. El otro asunto es que no estamos enseñándoles a 30 cerebros, sino a 30 personas que tienen un cuerpo, una fisiología y una emocionalidad. Si no incorporamos cuestiones más empáticas, más sociales y emocionales en la enseñanza y nos quedamos solamente con cómo funciona el cerebro de manera abstracta, vamos a estar equivocándonos.