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    Los resultados de las elecciones legislativas en Argentina representan un “cable a tierra” en Mileilandia

    Por más que los porcentajes finales sorprendieron a vencedores y derrotados, son un aterrizaje en la realidad para el gobierno libertario; ¿serán también una pista de despegue?

    En el mundo del Javier Milei todo tiende a la desmesura. Llegó para “poner fin a 100 años de decadencia”, se presentó como “el primer presidente libertario de la historia del mundo”, dijo haber aplicado “el ajuste más drástico de la historia de la humanidad”, se apresuró a calificarse como “el mejor gobierno de la historia”, hasta se hizo llamar “emperador”. Prometió convertir a la Argentina en una de las diez principales potencias del mundo, proclamó una alianza con Estados Unidos (EE.UU.), Israel e Italia “en defensa de la gran gesta civilizatoria de Occidente”, aleccionó a los líderes económicos y políticos en los foros internacionales, de Davos a la Asamblea General de la ONU, sobre sus fracasos y defecciones, se manifestó merecedor del premio Nobel de Economía, y así...

    Con tantas medallas autoasignadas y ambiciones inconmensurables no podía sorprender que hiciera de su primera prueba electoral, las elecciones de medio término y renovación parlamentaria de este año, una “batalla final” en la que se jugaba no solo el destino de su gobierno y el futuro del país, sino también el curso de la geopolítica mundial, con una Argentina camino a convertirse en otro escenario estratégico de la nueva Guerra Fría entre EE.UU. y China.

    Empezó bien arriba con sus expectativas electorales prometiendo “pintar el país de violeta” (el color de su partido, La Libertad Avanza) y “terminar de sepultar al kirchnerismo”, absorbiendo al PRO de Mauricio Macri, cuyos votos le dieron su triunfo en 2023. Y terminó planteando estos comicios del 26 de octubre como “la última oportunidad”. “Es a todo o nada”, decía su spot principal de campaña, como reconociendo que las cosas no estaban saliendo todo lo bien que esperaba.

    Esto fue lo que le transmitió al propio Donald Trump, a quien rindió pleitesía incondicional en varios viajes previos a su llegada a Washington, al anunciarse la “alianza estratégica” entre Washington y Buenos Aires, presentada en sociedad en una conferencia de prensa que Trump brindó al recibir a Milei en la Casa Blanca, dos semanas antes de los comicios, seguida del anuncio de un respaldo explícito —contante y sonante— del Tesoro estadounidense, que proveyó de asistencia financiera para sostener al peso argentino.

    El presidente norteamericano le dio allí un fuerte respaldo a la administración libertaria, en la previa de las elecciones legislativas. Pero condicionó dicho respaldo: “Si un socialista o un comunista gana, te sentís diferente sobre hacer una inversión. Si (Milei) pierde con un candidato de extrema izquierda, no seremos generosos con Argentina”, apostrofó Trump delante de los visitantes. La euforia pareció trocar en preocupación y desconcierto. Desde el gobierno argentino buscaron aclarar que Trump no se refería a estos comicios, sino a las próximas presidenciales de 2027. “Fue una mala interpretación”, dijo Milei, explicando que, mientras esté él “o alguien que defienda las ideas de la libertad” en la Casa Rosada, el respaldo norteamericano estaba garantizado. Milei descartó que Trump pidiera algún beneficio relacionado con la soberanía del país a cambio del apoyo financiero y explicó que se trata de una visión estratégica de la política internacional por parte del presidente norteamericano que él comparte.

    En esta sucesión de pasos adelante y pasos atrás, no pasaron un par de días para que el propio Trump volviera a pinchar el globo exitista del “despegue argentino”: “Argentina está luchando por su vida, están luchando por su vida… No tienen dinero, están luchando con todas sus fuerzas para sobrevivir. Si puedo ayudarles a sobrevivir en un mundo libre... me gusta el presidente de Argentina. Creo que está haciendo todo lo que puede. Pero no hagas que parezca que les va muy bien (le enfatizó a la cronista que lo interrogaba). Se están muriendo. ¿De acuerdo? Se están muriendo”, remató con crudeza el mandatario estadounidense.

    Días antes de la elección, se sucede la intervención explícita y activa del secretario del Tesoro, Scott Bessent, anunciando más fondos de asistencia, el desembarco en Buenos Aires de Harry Bennett de la consultora Tactic Global, asociado al asesor presidencial Santiago Caputo, “el Mago del Kremlin” de Javier Milei, y la banca en pleno de JP Morgan, con una impresionante ostentación de poder e influencia, mientras otro de sus exempleados, el hasta entonces secretario de Finanzas Pablo Quirno, era designado al frente de la Cancillería, reforzando la gravitación del ministro de Economía, Luis Toto Caputo, en el gobierno argentino.

    Con las estimaciones de los encuestadores en la mano, el gobierno buscó moderar al máximo las expectativas electorales confiando en un resultado favorable, cuya magnitud pocos previeron. Milei llegó incluso a adelantarse diciendo que su aspiración era conseguir un tercio de la Cámara de Diputados para poder defender los vetos que firme para dejar sin efecto las leyes que impulse la oposición y que, según él, comprometen el equilibrio fiscal.

    La elección legislativa resultó una bisagra, tanto para el gobierno como para el armado de la oposición en el Congreso, donde el oficialismo superó con holgura su objetivo de máxima, que era asegurarse el tercio en el Parlamento para sostener los vetos presidenciales, y podrá engrosar su número de bancas tanto en Diputados como en el Senado. Con resultados aún mayores a los que esperaba en las estimaciones previas y, sobre todo, con un sorprendente e inesperado triunfo en la provincia de Buenos Aires, el gobierno de Javier Milei logró un respaldo contundente en las urnas. Aunque en los papeles se renovaba la mitad de la Cámara de Diputados (127 diputados) y un tercio del Senado (24), la elección se presentó como un plebiscito a la gestión, y los votos le dieron ese firme espaldarazo político. No solo derrotó al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, que concentra casi el 40% del padrón nacional. Ganó también en los otros cuatro distritos más grandes del país —Córdoba, Santa Fe, CABA, Mendoza—, superando el 40% en la sumatoria nacional, relegando al peronismo K de Fuerza Patria y sus aliados, que obtuvieron poco más del 31%. Milei ganó en total en 16 de las 24 provincias. Además del impacto político y sobre la gobernabilidad del espaldarazo en las urnas, los triunfos provinciales —en definitiva, se trató de 24 elecciones diferentes en cada uno de los distritos— deja al oficialismo con un bloque de más de 90 diputados propios (tenía 37) y más de una veintena de aliados del PRO, que se integraron a las listas violetas en casi todos los distritos.

    Necesitaría aún el apoyo de unos 15 diputados para llegar al quorum que le permita abrir una sesión y aprobar leyes, pero haber superado el tercio de la Cámara le permitirá a Milei alejar el fantasma de un eventual juicio político y asegurarse el blindaje del veto presidencial, algo que no pudo lograr ante la insistencia de las leyes “de discapacidad”, “de financiamiento de las universidades nacionales” y “de emergencia pediátrica” (ley Garrahan), que el gobierno todavía se resiste a aplicar alegando que no tiene los recursos. En el Senado, La Libertad Avanza quedaría con un bloque de 19 senadores propios y el kirchnerismo perderá buena parte de sus senadores. De las ocho provincias que eligieron senadores nacionales, LLA ganó en seis: CABA, Chaco, Entre Ríos, Neuquén, Salta y Tierra del Fuego —obteniendo los dos senadores por la mayoría—.

    Estos resultados, que sorprendieron a vencedores y derrotados, representan un aterrizaje en la realidad para el gobierno libertario. Un presidente que gobernó hasta ahora con una magra minoría parlamentaria podrá contar con apoyos para construir mayorías en condiciones de aprobar sus proyectos de ley o bloquear leyes que impulse la oposición. ¿Utilizará ese capital de confianza que el electorado le ha dado para implementar una apertura al diálogo y los acuerdos que le permitan avanzar en su gestión? ¿Seguirá Milei favoreciendo la endogamia o abrirá el juego para ampliar su sistema de alianzas?

    Habrá que ver ahora, con los muy buenos resultados obtenidos en esta elección de medio término, si el presidente argentino toma por el camino de la desmesura, a la que su predisposición lo tienta, o se atiene a los datos de la realidad para avanzar en una estabilización macroeconómica sustentable en los dos años que le quedan y eventualmente aspirar a una reelección si los datos de la economía y el humor social lo acompañan. Disipado el fantasma de la ingobernabilidad y el bloqueo, quedará por disipar el otro fantasma que acecha: el del triunfalismo arrollador y las tentaciones hegemónicas.

    A 80 años de aquel “Braden o Perón” que acompañó el origen del peronismo en 1945, la Argentina 2025 tiene su “Trump y Milei”. La conversión de la conjunción disyuntiva en copulativa remite a la imagen del presidente Milei como aquel que viene a terminar con “la era peronista”. Un reverso de la imagen de aquel caudillo populista que modeló su ascenso al gobierno confrontando con los EE.UU. y construyó un modelo estatal de regulación económica que hace años da signos de agotamiento.