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La diplomacia argentina en una encrucijada: entre la ideología de Javier Milei y la necesidad de pragmatismo
El giro de Trump hacia América Latina transformó a Argentina en una pieza importante del tablero geopolítico estadounidense después de décadas de intrascendencia
Leyenda foto: El presidente argentino, Javier Milei, con su par estadounidense, Donald Trump.
Si de algo puede jactarse Javier Milei en estos casi dos años de gobierno es de su estrategia de alineamiento incondicional con Donald Trump. Le dio, por ahora, excelentes resultados: el presidente de Estados Unidos salió a rescatarlo cuando más lo necesitaba. El apoyo económico con instrumentos financieros “creativos” que incluyeron la compra de pesos por el Tesoro de Estados Unidos, un swap de 20.000 millones de dólares, respaldo del FMI y gestos políticos contundentes le permitieron al gobierno argentino estabilizar la economía lo suficiente para llegar a las elecciones legislativas con números presentables. Y eso fue clave para que las haya ganado de la forma en que lo hizo. Milei apostó todo a esa carta, por motivos ideológicos, personales y pragmáticos desde el primer día de su mandato, incluso antes de asumir, y Trump le respondió.
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El rescate económico al gobierno de Milei también revela cómo la región vuelve a ser prioridad para Estados Unidos después de mucho tiempo. Hay un mensaje claro: a mis aliados ideológicos que se alinean incondicionalmente con nosotros, todo; al resto, nada. El resto es el Brasil de Lula, la Colombia de Petro y el Chile de Boric. Pero más que nada es un mensaje a lo que podría venir: en esos tres países hay elecciones entre este año y el próximo. Se trata de un mensaje al electorado para que apoyen a candidatos alineados con el trumpismo. Pero no en todos los casos acercarse a Trump da beneficios o pelearse con él trae problemas. En Canadá y en Australia, los candidatos que se pegaron a Trump perdieron. En Brasil, Lula creció en las encuestas después de que Trump se metió en la política interna y les puso los aranceles más altos del mundo.
Hace poco más de un mes, con el alto el fuego en la Franja de Gaza, Donald Trump alcanzó su principal éxito en política internacional, aunque Estados Unidos mantiene su decisión de seguir desenganchándose de Medio Oriente. Envalentonado por haber frenado la guerra entre Israel y Hamás, Trump sigue obsesionado con el fin del conflicto en Ucrania. Sin embargo, reiteró que no está dispuesto a poner más armas ni más dinero porque, como siempre lo dijo, esa guerra es un asunto europeo. A esto hay que sumarle que Trump tampoco se mete demasiado en lo que hace China en el mar de China Meridional, donde Beijing gana influencia a la fuerza mientras aliados de Estados Unidos, como Taiwán, se inquietan. Pero lo que sí mira Estados Unidos es a América Latina.
Estados Unidos mira hacia América Latina porque le preocupa el despliegue chino en la región, especialmente en materia financiera, en infraestructura y en inversiones en sectores estratégicos. En ese sentido, Argentina, intrascendente para Estados Unidos durante muchos años, hoy tiene importancia porque tiene lo que necesita: litio (es el segundo productor del mundo), gas y petróleo no convencional. Estados Unidos ve con alarma el dominio global chino sobre la producción de minerales de tierras raras. De ahí salen materias primas que se usan para la fabricación de celulares, computadoras, autos eléctricos, misiles, turbinas eólicas, satélites y equipos médicos. Quien tiene el control tiene ventaja, y es China la que concentra un 80% de la extracción y el procesamiento de las tierras raras. Trump parece haber llegado tarde y busca respuestas en América Latina.
También están en juego las infraestructuras clave para controlar pasos bioceánicos, el Atlántico Sur, la Antártida y vías navegables esenciales para el comercio: Estados Unidos quiere evitar que los chinos sigan construyéndolas y luego gestionándolas. En eso piensa Estados Unidos cuando no escatima en gestos y en ofrecer instrumentos financieros creativos para salir al rescate de la economía argentina.
Se impone la doctrina Trump en seguridad
La doctrina Trump en seguridad también pisa fuerte en la región. Detrás de los más de 120 muertos que dejó la Operación Contención, el más letal operativo policial de la historia contra el crimen organizado en Río de Janeiro, hay una guerra política entre el presidente de Brasil, Lula da Silva, y el bolsonarismo representado por Claudio Castro, gobernador de Río de Janeiro, que polariza las discusiones políticas y mediáticas. En estos debates sobran las opiniones que solo buscan exacerbar la polarización y faltan datos certeros que las sostengan. Lo primero que hizo Castro, quien ordenó el operativo con el objetivo de detener a uno de los líderes del Comando Vermelho (CV), fue instalar el debate sobre cómo abordar la agenda de seguridad pública. Criticó la falta de apoyo del gobierno federal y, pensando en Trump, definió a los miembros del CV como “narcoterroristas”.
El contexto internacional y regional es el ideal para eso, y Castro y los gobernadores bolsonaristas que salieron a respaldarlo inmediatamente lo saben. Donald Trump les dio el marco doctrinario: designó a los grandes grupos narcos de la región como organizaciones terroristas. Luego desplegó un inédito operativo militar en el Caribe y en el Pacífico para combatir al Cartel de los Soles y al venezolano Nicolás Maduro, a quien señalan como su jefe, y al Tren de Aragua. Para esto tomó recaudos e impuso una orden para que las fuerzas armadas realicen operaciones militares en territorio extranjero contra los ahora designados narcoterroristas. Ya son más de 40 los muertos que viajaban en “narcolanchas” atacadas por disparos estadounidenses.
América Latina es la región más letal del planeta, entre otras cosas, por el crimen organizado: su tasa de homicidios cuadruplica la media global. Por eso, la magnitud del operativo y sus fatales resultados atravesó rápidamente las fronteras y se transformó en tema principal en la región. Desde México hasta Argentina, la seguridad pública es una preocupación muy presente y central para sus poblaciones y se instala en todas las campañas políticas. Ya está en Brasil, y no está ausente ni en la campaña presidencial de Chile, que vota el 16 de noviembre, ni en la que se celebrará el año próximo en Colombia.
Los números de las encuestas conocidas pocas horas después de la operación militar en Río sostienen esto. En todo Brasil, un país en el que el crimen organizado gobierna a 50 millones de personas, marcan apoyo a la decisión tomada por Castro. En Río, ese número crece, y en las favelas es abrumadora la mayoría de habitantes que quiere que el Estado termine con las bandas criminales a como dé lugar. La primera reacción de Lula fue la de confrontar, con Castro y con todo el bolsonarismo. El gobierno federal cuestionó directamente la legalidad del operativo. Sin embargo, a las pocas horas, Lula percibió el clima de apoyo a la intervención policial de Castro y salió a criticar al crimen organizado y a hablar de coordinar lo que viene con el gobernador. Lula también mira las encuestas.
Los desafíos del nuevo canciller argentino
El cambio de canciller en Argentina coincide con una nueva etapa en la política exterior argentina. Pablo Quirno, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores que reemplazó poco antes de las elecciones legislativas a Gerardo Werthein, tiene como misión más urgente consolidar la alianza con Estados Unidos. Deberá administrar esa relación privilegiada sin sacrificar intereses estratégicos a largo plazo ni quedarse completamente aislado en la región. El giro de Trump hacia América Latina transformó a Argentina en una pieza importante del tablero geopolítico estadounidense después de décadas de intrascendencia. Pero esa relevancia tiene un precio, y la Cancillería argentina deberá empezar a pagarlo.
Estados Unidos no mira a Argentina por su tradicional peso político o cultural en la región, que hace tiempo perdió. La mira porque tiene lo que necesita en su disputa con China: litio, gas y petróleo no convencional. Trump quiere que las empresas norteamericanas dominen esos sectores y que desplacen a las chinas, que ya tienen presencia significativa en el país.
Ahí aparece el primer dilema para Quirno. Argentina mantiene acuerdos comerciales, financieros y de infraestructura con China que son imposibles de desactivar de un día para el otro sin provocar un colapso económico. El swap de monedas con el Banco Popular de China sigue siendo un instrumento clave para sostener las reservas del Banco Central. Las inversiones chinas en energía, minería y tecnología están activas. Y Beijing es uno de los principales destinos de las exportaciones argentinas, especialmente en el sector agropecuario. La presión de Estados Unidos para que Argentina se aleje de China y priorice a empresas norteamericanas en sectores estratégicos no es una sugerencia: es una condición implícita del apoyo que Trump le dio a Milei. Pero romper con China sin alternativas claras y rápidas sería un problema para Milei.
El segundo desafío es regional. Argentina quedó del lado de Estados Unidos en una división cada vez más marcada entre gobiernos alineados con Trump y gobiernos progresistas que Washington considera, en el mejor de los casos, irrelevantes y, en el peor, adversarios. Brasil, Colombia y Chile están en ese “resto”. Lula, Petro y Boric representan exactamente lo opuesto a lo que Trump promueve en la región. El triunfo de Rodrigo Paz en Bolivia y el posible regreso de la derecha en Chile auguran un cambio importante en la región.
Quirno asume en un momento en el que esa tensión es crítica. Por un lado, debe mantener la relación privilegiada con Trump, que fue la apuesta central de Milei y que le dio resultados concretos. Por otro lado, debe empezar a construir una política exterior que no dependa exclusivamente de esa relación, porque Trump no va a estar en la Casa Blanca para siempre y porque los intereses de Argentina no siempre coinciden perfectamente con los de Estados Unidos. La pregunta es si la Cancillería tendrá margen para hacer ese trabajo o si la línea ideológica del gobierno seguirá dominando cada decisión.
Un difícil contexto regional
El contexto regional complica todo. Trump intensificó su presión sobre Venezuela y autorizó operaciones de la CIA en tierra para atacar objetivos vinculados al narcotráfico, lo que incluye potencialmente a Maduro y su círculo cercano. La designación de grupos criminales como organizaciones terroristas por parte de Trump abre la puerta a intervenciones que van mucho más allá de lo que la región está acostumbrada, y Argentina deberá decidir hasta dónde acompañar esas políticas.
También está la infraestructura. Estados Unidos quiere evitar que China siga construyendo y gestionando puertos, rutas bioceánicas y otras infraestructuras clave en América Latina. Argentina tiene varios proyectos con participación china que ahora están bajo escrutinio. La presión para que esos proyectos pasen a manos de empresas norteamericanas o aliadas es fuerte, pero las alternativas no siempre existen o no son económicamente viables. Quirno deberá negociar esa transición sin frenar proyectos necesarios para el desarrollo del país.
Milei construyó una relación personal con Trump que le dio resultados inmediatos. El apoyo económico estadounidense fue decisivo para estabilizar la economía argentina antes de las elecciones, y eso le permitió al gobierno llegar a las urnas sin un colapso financiero. La estrategia de alineamiento incondicional funcionó. Pero ahora que Milei consolidó poder, la pregunta es si Argentina puede sostener esa estrategia sin pagar costos demasiado altos. Porque el alineamiento con Trump implica tensión con China, aislamiento regional, presión para tomar posiciones en conflictos que no son prioritarios para Argentina y el riesgo de quedar atada a una administración estadounidense que puede cambiar en pocos años.
El desafío es enorme. Argentina recuperó relevancia geopolítica después de décadas, pero esa relevancia viene con demandas, en un mundo en el que dos gigantes mundiales se disputan poder. La Cancillería deberá demostrar si es capaz de navegar esas contradicciones con profesionalismo o si la ideologización de la política exterior termina limitando las opciones del país. Milei ganó las elecciones con ayuda de Trump, pero ahora viene lo difícil: gobernar la complejidad sin sacrificar intereses estratégicos a largo plazo. Y eso requiere una diplomacia que hasta ahora no se vio.