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Expectativas insatisfechas y el péndulo de la ideología
Creo que los días de esta política, en la que sobran acusaciones mutuas y tormentas en vasos de agua, pero faltan diferencias sustantivas en materia de política pública, están llegando a su fin
En un reportaje muy interesante publicado por El País el domingo pasado, el economista Javier de Haedo y mi colega Rafael Porzecanski analizaron la marcha del gobierno. Uno de los apuntes de Porzecanski me resultó particularmente fermental. Dijo Rafael: “Por ejemplo, una de las principales preocupaciones de la ciudadanía es la seguridad pública, y el gobierno todavía está trabajando en la elaboración de un diagnóstico para generar un plan nacional de seguridad. Es clave que esto funcione, porque hay una expectativa insatisfecha de la ciudadanía que, por lo menos, lleva 20 años. Y ya lo vimos en Argentina: cuando hay una expectativa insatisfecha de los dos bloques, queda abierta la opción a un tercero”. Luego de leer este pasaje me quedé pensando en dos asuntos. En primer lugar, en qué otras demandas circulan por la opinión pública. En segundo lugar, en qué consecuencias podrían tener estas expectativas insatisfechas. ¿Cuál es el espacio para algo nuevo? ¿Quién o quiénes podrían ofrecer lo que se demanda? Paso a presentar mi punto de vista sobre el tema.
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Desde luego, persiste una demanda por mayor seguridad que, a pesar de muchos discursos y otras tantas acciones, no mengua. El presidente José Mujica, que no precisaba encuestas para entender lo que sentía la gente, estaba tan preocupado por el tema seguridad que, junto con sus ministros Eleuterio Fernández Huidobro y Eduardo Bonomi, elaboró, en ese marco, la nueva política sobre cannabis. Jorge Larrañaga logró relanzar su carrera política y ser ministro del Interior del presidente Luis Lacalle Pou gracias al “balón de oxígeno” de la campaña Vivir sin Miedo. Guido Manini Ríos irrumpió en la escena electoral y tuvo un excelente resultado en 2019 en buena medida porque la ciudadanía asocia, todavía, militares con mano dura, y mano dura con orden. Pasaron tres ministros, cinco años de Coalición Republicana en el gobierno, se verificó una nueva alternancia con el regreso del Frente Amplio al poder, y la ciudadanía sigue desconforme con la seguridad ciudadana. Tiene razón Porzecanski. Hay espacio para que, a caballo de este issue, aparezca algo nuevo. Todos los días alguien menta a Nayib Bukele.
Pero me quiero detener en otras expectativas insatisfechas, también mencionadas en ese reportaje, que vienen circulando más o menos visiblemente por los pliegues de la opinión pública. Una de las que me resultan más desafiantes es la demanda de políticas públicas menos “tibias”. La Coalición Republicana en el gobierno fue menos liberalizante y promercado de lo que una parte significativa de sus bases políticas y sociales habría esperado. Las razones para esto pueden ser muchas. En primer lugar, es cierto que lo urgente (pandemia, sequía, diferencia cambiaria con Argentina) dejó poco espacio y energía para lo importante (el giro en la política económica). En segundo lugar, también es cierto que la presencia y la capacidad de movilización del Frente Amplio (y actores sociales relacionados) invitan a la prudencia. Finalmente, hay razones para pensar que, en términos ideológicos, Luis Lacalle Pou es más centrista que su padre, el expresidente Luis Alberto Lacalle. El Frente Amplio, por su parte, de regreso al gobierno, está siendo todavía más centrista y gradualista de lo que se podía suponer. También aquí se combinan distintos factores: desde la presencia gravitante del ministro Gabriel Oddone hasta el estilo de liderazgo del presidente Yamandú Orsi, pasando por el proverbial pragmatismo genético del MPP, convertido en columna vertebral del frenteamplismo.
Veinte años de resultados magros en política de seguridad generan frustración y demanda de cambios. Si mi interpretación es correcta, 10 años (2020-2029) —o 15, si incluimos la última presidencia de Tabaré Vázquez— de políticas y discursos centristas son un excelente caldo de cultivo para el crecimiento de propuestas divergentes. Permítaseme una digresión para ilustrar la lógica pendular. El jueves pasado, en la primera sesión de trabajo de la Fundación Círculo de Montevideo que lidera Julio María Sanguinetti, tuvimos la oportunidad de escuchar reflexiones de expresidentes (además del anfitrión, hablaron el español Felipe González y el chileno Eduardo Frei). Los tres hicieron el elogio del centro. Es lógico. Los tres lideraron gobiernos en tiempos de transición del autoritarismo a la democracia. En el caso de Sanguinetti y Frei, además, ambos padecieron, a comienzos de los setenta, tiempos de polarización y aprendieron a valorar la moderación ideológica. Así funciona el péndulo de la ideología. La moderación (la búsqueda del centro) deriva de la confrontación (los discursos radicales). Pero, a su vez, y vuelvo al presente, llega un momento en que la competencia centrípeta, la convergencia programática, toca su límite. No es imprescindible recitar a Hegel. Pero hay algo de tesis y antítesis en esta dinámica.
No puedo dejar de pensar que algo de esto va a terminar pasando en Uruguay. Pasó en Chile. Luego de años de política de acuerdos, de cambios de presidentes y de elencos de gobierno sin modificaciones sensibles en políticas públicas, llegó el estallido de 2019. Y ahora sí, izquierda y derecha están bien marcadas (podrían pasar al balotaje una comunista y un libertario…). Pasó en EE.UU. Luego de años de convergencia entre republicanos y demócratas llegó Donald Trump y pateó el tablero. Ahora, entre republicanos y demócratas es posible distinguir diferencias muy importantes. Va a pasar en Francia, en cuanto termine la presidencia de Emmanuel Macron, que fue un verdadero artista en esto de las políticas centristas. Y creo que vamos camino a eso en Uruguay. Creo que los días de esta política, en la que sobran acusaciones mutuas y tormentas en vasos de agua, pero faltan diferencias sustantivas en materia de política pública, están llegando a su fin. Me imagino electores frenteamplistas buscando candidatos (o candidatas) de izquierda. Me imagino votantes de la Coalición Republicana buscando líderes que se atrevan a mover el statu quo. La polarización de los setenta generó moderación y convergencia a partir de los noventa, y luego, ahora, frustración y apatía. No me sorprendería que el péndulo empiece a moverse en la dirección opuesta.