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Si los integrantes del Parlamento consideran que es buena cosa hacerse autorregalos, la vieja y querida vaquita es una buena opción para no usar el dinero de todos y no alimentar el rechazo que inevitablemente genera
Resulta que las cámaras de Diputados y Senadores tuvieron larguísimas reuniones en los últimos meses para poder delinear y finalmente aprobar el Presupuesto quinquenal. A pesar de la clásica frazada corta, se logró redistribuir partidas para que la educación fuera el rubro más beneficiado, pero todo esto tuvo análisis quirúrgicos para mover un peso de un lado al otro sin destapar demasiado al herido. Cuando se aprobó con mucha más adhesión de la esperada en el comienzo del debate parlamentario, todo fue alegría, espaldas palmeadas, autorreconocimientos. Y mientras se celebraba ese logro que tanto había costado, y que habría más dinero para destinar al combate a la pobreza infantil y a la enseñanza, gracias a una nota de Leonardo Haberkorn en El Observador nos enteramos del último chiste del año.
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“Cámara de Representantes compró 600 sets de parrilla como regalo de fin de año para diputados, funcionarios y guardia policial”. La primera reacción es un “no puede ser” grande como una casa. Sobre todo cuando avanzamos en la nota y vemos que las tablitas con tenedor y cuchillo costaron casi medio millón de pesos. Es verdad, en términos de asignaciones presupuestales y grandes gastos el monto es diminuto, pero no deja de ser medio millón de pesos para los que podemos imaginar infinidad de destinos en rubros que lo necesitan. Si miramos los temas que estaban discutiendo los parlamentarios pocas horas antes, vinculados a repartir lo poco que hay para solucionar asuntos tan duros como la pobreza, los asentamientos, la inclusión de profesionales en las escuelas para que ningún niño con discapacidad quede por fuera del sistema, la creación de juzgados y tantas otras cosas que les cambian la vida a las personas, el regalo de la tablita provocó la reacción esperada. Molestia, indignación, descrédito, rechazo. Nadie salió a defender el gesto, digamos. Al menos no públicamente.
Pero más allá del monto, lo que molesta es la señal. Porque si pensamos que el regalo de fin de año es para los integrantes del Batallón Florida y para los funcionarios, podemos entenderlo e incluso compartirlo. En especial los soldados, el sector peor pago de la sociedad. Pero ¿cómo explicamos el autorregalo a los legisladores? ¿Necesitan la tablita? ¿No pueden comprarla? ¿No es suficiente el salario muy por encima de la media de los uruguayos para no tener que usar dinero público para hacerse un regalito? Vamos. Es mucho peor la señal que el gasto. Estas cosas solo abonan el descrédito y en este caso quien se queje tendrá razón. Cualquiera podría preguntarse por qué ese dinero, que es de todos los uruguayos, no se destina a algo más importante que un regalo findeañero. Me cuesta creer que no lo hayan pensado. Me cuesta creer que en el Parlamento y en el Estado en general no existan políticas de ahorro en lugar de gastos innecesarios. Un mes y medio se debatió a qué área se destinaría peso por peso y no podemos pensar en los beneficios extraordinarios de algunos de los funcionarios del Estado. Y las fiestas, los caterings, los lunchs, los viajes, los viáticos. Miles y miles de pesos de todos cuando desde hace mucho tiempo, muchísimo, el mensaje debería ser de austeridad y de urgencia hacia lo que verdaderamente importa.
Y esto no es un palo exclusivo al último presidente de la Cámara de Diputados, el frenteamplista Sebastián Valdomir, que incluso con el voto de todos los legisladores logró que se devolvieran $ 200 millones desde Diputados a Rentas Generales, con el fin de destinarlos a políticas de infancia y adolescencia, según consta en el texto de devolución. Excelente. También explicó que el regalo se eligió en función de los obsequios de años anteriores, el presupuesto disponible y que se siguieron los procedimientos establecidos para las compras de la institución. Claro, esto se hace, no es algo extraordinario, es hasta casi un hecho, como la canasta de fin de año de algunas empresas. Pero eso no lo hace menos inconveniente e innecesario. Insisto, en el caso de los legisladores. A los soldados ojalá se les pudiera dar mucho más que una tabla y unos cubiertos.
La cosa es que, a pesar de las expresiones horrorizadas de varios integrantes del sistema político y los intentos de devolución del presente cuando esto se hizo público, el tema de los regalos no es nuevo ni exclusivo de ningún partido. El diario El País hizo un relevo que muestra que la mayoría de los presidentes de la Cámara en los últimos 10 años hizo regalos de este estilo a fin de año. Con excepción del frenteamplista Alejandro Sánchez, el colorado Ope Pasquet y el blanco Martín Lema, el resto hizo regalos cada año. Allí se destacan billeteras, yerberas, bombillas, maquetas del Palacio Legislativo, vinos, quesos y aceite de oliva, chocolate, decantadores, y más tablas parrilleras.
Entonces, si bajamos el indignómetro y reconocemos que es algo que usualmente se hace, tenemos la enorme oportunidad de no hacerlo más. ¿Qué tal? Al menos hasta que el país no tenga urgencias de la magnitud de las que tiene y que deberían avergonzarnos a todos. En especial, a los que tienen el poder y el mandato popular de tomar decisiones. Digo más, si los integrantes del Parlamento consideran que es buena cosa hacerse autorregalos, la vieja y querida vaquita es una buena opción para no usar el dinero de todos y no seguir motivando el rechazo que inevitablemente generan estos actos.