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El ciclo electoral todavía no está terminado. Es cierto que se hace un poco largo y que, apenas asumidos un nuevo gobierno y Parlamento, quedan pocas ganas de volver a sumergirse en una contienda proselitista. La mayoría de los uruguayos ya estamos un poco sobrepasados de tantas disputas políticas y campañas que parecen no terminar nunca.
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Pero lo que todos los ciudadanos de los distintos departamentos del país debemos definir el próximo domingo 11 de mayo es muy importante. Casi tanto como lo que resolvimos durante el último año, al votar a un nuevo presidente y vicepresidente y a 30 senadores y 99 diputados.
Cada uno de los 19 intendentes que sean electos en las elecciones departamentales, junto con todos los ediles y los alcaldes de las distintas localidades, tendrán a su cargo una tarea por demás significativa y definitoria de la vida cotidiana de sus vecinos. De ellos dependerán muchas cuestiones que suelen quedar relegadas ante la importancia que todos los uruguayos damos al gobierno nacional y a la agenda marcada por los grandes temas.
Pero basta recorrer los distintos lugares del país para darse cuenta de la incidencia que tienen las distintas intendencias en la situación en la que se encuentra cada uno de los departamentos. Hay diferencias muy claras entre algunas administraciones y otras, y también hay todo un mundo, algunas veces, de talentos y otras veces de amiguismo, clientelismo y acomodo, que rara vez ocupan los principales titulares de los medios de comunicación nacionales.
No es intención de este editorial hacer una comparación departamento por departamento, pero sí destacar lo trascendente que es lo que los uruguayos estaremos votando el próximo domingo 11 de mayo y realizar algunos apuntes sobre Montevideo, la capital del país, en la que vive casi la mitad de la población.
Hace 35 años que Montevideo está gobernado por el Frente Amplio. El primer intendente de la coalición de izquierda fue Tabaré Vázquez, que asumió en 1990. Después se han sucedido varios y varias. Quizá el más destacado, además de ser el único que repitió mandato, fue Mariano Arana, porque fue uno de los pocos que se dedicó exclusivamente a intentar mejorar la ciudad en lugar de a su carrera política futura.
Luego vinieron varios jefes comunales de Montevideo, pero ninguno se mantuvo por más de un período. Dos de ellos terminaron compitiendo por la Presidencia y la última, Carolina Cosse, será la próxima vicepresidenta de la República. No está mal que eso ocurra. Ser intendente de Montevideo es el segundo cargo más importante al que puede aspirar un político, ya que tiene bajo su responsabilidad a casi la mitad de los uruguayos.
El problema es que hace mucho tiempo que no se piensa la ciudad de una forma absolutamente descontaminada de los intereses políticos nacionales. Hace demasiado que no hay un plan a mediano o largo plazo para la capital del país, que trascienda las siguientes elecciones y que se aplique con criterios pragmáticos y basados en objetivos que no midan los eventuales costos políticos. Ya hace 15 años que el exvicepresidente Raúl Sendic pronunció aquella nefasta frase de que el Frente Amplio en Montevideo ganaba igual con una heladera como candidato, pero esa concepción sigue demasiado presente en algunos dirigentes políticos.
Llegó la hora de cambiar la pisada a nivel departamental. El que se inicie a partir de mayo debería ser un tiempo nuevo, en el que los que sean electos intendentes piensen en clave departamental y no nacional. Habría que empezar a elegir a los mejores gestores de las cuestiones relativas a cada uno de los departamentos y no a los dirigentes políticos con más proyección nacional.
Y todo esto cuadra especialmente para Montevideo, pero también para otros departamentos, algunos de ellos que tampoco tienen recambio de partidos políticos en el poder desde hace décadas. Todas las principales colectividades políticas uruguayas han tenido buenas, mediocres y malas gestiones en los departamentos que les ha tocado gobernar. El punto es que empiecen a pensar más en esos departamentos en lugar de en sus propios intereses políticos o los sus colectividades. Ese sí que sería un gran cambio.