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El riesgo de ese protagonismo de los fanáticos, que viene creciendo año tras año, es que se produzca un divorcio entre el sistema político y la población en general, como ocurre en muchos otros países
La discusión política entre oficialismo y oposición aumentó de tono durante los últimos días. Las principales autoridades del Poder Ejecutivo realizaron hace una semana una denuncia sobre supuestas irregularidades cometidas durante la administración anterior y eso motivó una respuesta de indignación entre algunos de los dirigentes de la oposición. El intercambio se puso muy intenso y un tanto radical, y de ambos lados sacaron a relucir viejas cuentas que permanecían en un segundo plano.
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Para un recién llegado a la política uruguaya la impresión podría ser que se acerca un quiebre definitivo, que la virulencia ha aumentado tanto que es casi imposible que no termine por hacer reventar la cuerdita que todavía une a las dos mitades ideológicas en las que se divide el país. Pero es un error pensarlo de esa manera porque aquí la inercia hacia el centro es tan grande que hasta las batallas más grandes se terminan disipando.
El problema es que quienes ocupan la agenda pública son cada vez más los que fomentan la confrontación y apuestan por una grieta que en nuestro país no es más que una rajadura apenas visible. Por más fuerte que griten todos ellos, la mayoría de los uruguayos no se siente parte de esa guerra y lo único que quiere es una solución a sus problemas más acuciantes.
Hace unos días, se difundió una encuesta de la empresa Equipos Consultores que puede funcionar como uno de los principales síntomas de lo que está pasando en nuestro país. Se refiere a la orientación ideológica de los uruguayos y los resultados son por demás elocuentes. El 36% se considera de centro, el 16% de centro izquierda y el 17% de centro derecha. Eso es: casi siete de cada 10 uruguayos se ubican al centro del espectro ideológico. Luego, hay 14% que dice sentirse de derecha, 12% de izquierda y el 5% restante no sabe o no contesta.
Más de centro, imposible. Sumados, los más corridos hacia la derecha o la izquierda no llegan ni a tres de cada 10. Una demostración numérica de por qué los movimientos más radicales no tienen mucho andamiento en Uruguay, sean para un lado o para el otro. También de que es imposible tener aspiraciones reales de ganar una elección nacional sin ubicarse bien al medio, al abrigo de la tibieza.
Sin embargo, al repasar los comentarios que generaron los resultados de esa encuesta en medios de comunicación y redes sociales durante la última semana, salta a la vista que los que marcan el ritmo son los agitadores radicales. Porque la mayoría de los que se tomaron el trabajo de referirse públicamente a esos porcentajes lo hicieron para destacar que los de derecha son más que los de izquierda o para decir que, en realidad, casi todos los de centro votan al Frente Amplio.
Se quedaron en la anécdota y no están viendo una realidad grande como un elefante. Se están abrazando solo a una rama cuando lo que tienen alrededor es todo un bosque. Alegrarse porque derecha o izquierda tienen una diferencia de uno o dos puntos porcentuales es como festejar con rabia un gol de tu equipo por más que ya esté perdiendo seis a cero.
El riesgo de ese protagonismo de los fanáticos, que viene creciendo año tras año, es que se produzca un divorcio entre el sistema político y la población en general, como ocurre en muchos otros países. No parece ser el caso todavía en Uruguay, porque los agitadores siguen siendo minoría en casi todos los ámbitos públicos, pero sería importante que la mayoría centrista haga valer un poco más su peso.
Se puede. Mucho más de lo que se viene haciendo. En definitiva, esa sería la mejor forma de hacer los cambios “a la uruguaya” que muchos reivindican, pero que nadie concreta. Seguramente no sean los necesarios ni tampoco los suficientes o a la velocidad requerida, pero al menos podrían ser un avance en el sentido indicado. Hace falta.