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    ¿Coalición de partidos o coalición partida?

    Muchísimas veces se ponen por encima los intereses de los líderes temporales a los proyectos a mediano y largo plazo; de lo contrario, no se puede entender lo que está ocurriendo con la coalición republicana

    Director Periodístico de Búsqueda

    Si hay algo que comparten en sus discursos públicos muchos políticos de distintas orientaciones ideológicas es hablar en primera persona del plural. No falla. Solo unos pocos logran escapar a esa especie de mandato lingüístico que sienten los que tienen algún tipo de responsabilidad pública o están en busca de sumar la mayor cantidad de votos posibles. “Nosotros pensamos que…”, se repite hasta el cansancio. Y también aparecen algunas formulaciones más rebuscadas e insólitas, como cuando le preguntan a alguien qué decisión adoptará sobre determinado tema y responde como si su definición personal fuera la de una multitud.

    Algunos, que en el caso uruguayo se cuentan con los dedos de las manos, evitan ese modismo y hablan directamente en primera persona del singular, como corresponde. Lo hacen los que llegan a los principales lugares, por ejemplo, y otros que se animan a romper con las viejas costumbres, con más o menos éxito. Pero lo grupal siempre parece estar por encima de lo individual en la política.

    Para poner solo dos ejemplos: el concepto de “proyecto colectivo” es de los más repetidos dentro del Frente Amplio y el de “la unión nos hará fuerza” funciona como frase fundadora y credo del Partido Nacional. Es un hecho que los principales partidos políticos son mucho más sólidos y permanentes que las individualidades en Uruguay y eso se expresa en sus liturgias y discursos públicos.

    Tiene lógica porque a los partidos los hacen y llenan de contenido sus votantes y porque los líderes no son más que sus representantes temporales. Las instituciones, como son las colectividades políticas más importantes de Uruguay, están muy por encima de las personas y así lo demuestra la historia.

    Lo que no tiene mucho sentido es que todo eso quede en una hermosa declaración de principios, intenciones y una evocación histórica, pero que poco se respete a la hora de tomar algunas decisiones importantes. Porque en la realidad política uruguaya, muchísimas veces se ponen por encima los intereses de los líderes temporales a los proyectos a mediano y largo plazo.

    De lo contrario, no se puede entender lo que está ocurriendo con la coalición republicana. Si realmente lo importante fuera el proyecto, por encima de las individualidades, ya se debería haber iniciado un proceso mediante el cual esa alianza temporal entre distintos partidos políticos comience a adquirir otra formalidad y estructura para poder competir electoralmente en bloque.

    Pero siempre que se acerca ese momento, aparecen resistencias internas que suelen ser producto de rivalidades entre los dirigentes políticos, en una dirección contraria a lo que opinan muchos votantes. El problema es que no son esos votantes los que tienen que dar los pasos fundacionales de una nueva estructura, sino lo que están temporalmente al frente de los partidos.

    Lo que ocurrió con el oficialismo en las elecciones nacionales del último año es una clara prueba de que es necesario cambiar la figura jurídica de la coalición republicana. Si lo hubiese hecho antes, hubiera obtenido mayoría parlamentaria en octubre y hubiera sido mucho más competitiva en noviembre. No hay dos lecturas al respecto, todos los analistas políticos coinciden en eso. Pero casi nadie está trabajando para generar ese nuevo estado de los coalicionistas republicanos.

    La excepción es el Partido Independiente, la más pequeña de las colectividades políticas socias. Es lógico que así ocurra porque no tiene aspiraciones reales de llegar a la Presidencia de la República. Pero blancos y colorados sí las tienen y algunos de ellos están priorizando sus intereses particulares por encima de los generales.

    Para que no resulte una cuestión meramente electoral, ahora es el momento en el que se debería empezar a trabajar en una unión más firme y establecer las reglas de juego para institucionalizarla. Que efectivamente ocurra depende de las principales autoridades tanto del Partido Nacional como del Partido Colorado, porque las del Partido Independiente ya están y Cabildo Abierto se ha manifestado públicamente por fuera de la jugada.

    Entre los blancos es más probable que esa idea tenga más empuje porque son los que lideran la coalición republicana, hasta ahora por un amplio margen. Entre los colorados parece haber distintas visiones, más asociadas a los líderes actuales que a los militantes. Pero en ninguna de las dos colectividades fundacionales del Uruguay parece haber demasiado interés en generar el clima necesario para fusionarse de una forma más definitiva.

    Andrés Ojeda, que fue el candidato presidencial colorado y ahora electo secretario general de esa colectividad, dice tener una formación “coalicionista”. Es más, muchos de sus discursos fueron halagando al presidente Luis Lacalle Pou, líder indiscutido del Partido Nacional. Eso podría ser leído como un avance en el sentido de generar una unión.

    Pero no lo está siendo. Ojeda parece estar más concentrado en su interna partidaria, en la que convive con el senador electo Pedro Bordaberry, que tiene otro estilo, otro discurso y que le está disputando espacios que pueden ser fundamentales de cara a cómo posicionarse en la oposición para el próximo período de gobierno y a cómo encarar el largo camino hacia las elecciones.

    Hoy, más importante que cambiar el formato de la coalición republicana, parece ser el rol que cada uno de sus integrantes va a ocupar en la oposición. Prueba de ello es que el primer debate interno se generó luego de que Bordaberry y otros dirigentes se reunieron con Orsi sin ninguna representación del sector de Ojeda. Ese no parece ser el inicio de una nueva etapa.

    Además, existen ciertas diferencias de estilo y de formas de encarar algunas cuestiones públicas entre Ojeda y el expostulante del Partido Nacional, Álvaro Delgado, como quedó de manifiesto muchas veces durante la larga campaña electoral del último año. Tampoco mantienen un vínculo muy cercano Lacalle Pou y Bordaberry. Todos esos son secretos a voces en la interna de la coalición republicana.

    A eso se suma que en breve, una vez que el Frente Amplio asuma el gobierno, es probable que existan negociaciones para lograr mayorías circunstanciales en algunos temas importantes. Eso dificulta todavía más la creación de un bloque sólido y permanente, si antes no está suficientemente conversado y, al menos en parte, decidido la forma de encarar la oposición al gobierno.

    Por eso no parece haber demasiado tiempo. Si la mayoría de blancos y colorados sigue mirando para el costado, si los principales dirigentes están más preocupados en competir entre ellos que en unirse hacia afuera y si siguen hablando de una coalición como un hecho de la realidad, pero no la consolidan e institucionalizan, corren el riesgo de pasar a ser en lugar de una coalición de partidos, una coalición partida.