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    Cuando la evidencia es el problema

    Y el sujeto omitido, los estudiantes, los más pobres sobre todo, seguirán viendo cómo las políticas públicas no se modifican en función de sus necesidades y la eventual mejora de sus posibilidades, sino en función de lo que la agenda partidaria necesite a cada instante

    Columnista de Búsqueda

    ¿Qué ocurre cuando los malos resultados de una política se hacen evidentes? En general, que el mar se divide en dos aguas: por un lado, la de quienes implementaron dicha política, que se van a desvivir por reivindicarla a pesar de sus malos resultados o les van a echar la culpa a los que gobernaron antes; por otro, la de quienes se oponen a dicha política, que van a declarar que el lío se veía venir porque esos que gobiernan llevan el mal en la sangre y como son ontológicamente malos o corruptos o ineptos, las cosas necesariamente iban a salir mal. Y así, entre puteadas y lavadas de manos propias, pasaremos unos días en una nube de fuegos artificiales retóricos, hasta que se empiece a terminar la pólvora y aparezca un nuevo diferendo que sirva para repetir el esquema.

    Ahora, ¿qué debería ocurrir cuando los resultados de una política pública son malos y evidentes? Se debería cambiar la política pública, porque el objetivo de esta no es proveer munición de cara a las elecciones, sino que determinada población se vea beneficiada por sus buenos resultados. Recordemos: política pública, del Estado (los municipios también son Estado), no política partidaria. El objetivo de una política pública es beneficiar o al menos mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, no de los militantes partidarios o de los políticos. Y sin embargo, ese redireccionamiento, ese velar por la ciudadanía pocas veces ocurre. O mejor dicho, en el discurso ocurre siempre, aunque por lo general venga salpimentada con esa retórica partidista que elude el problema y su posible solución, en vez de aludirlo. Ese es el doble carácter de la ideología, es alusiva y elusiva a la vez, y ese es el problema de usarla como única herramienta para hacer políticas públicas.

    Todo este rollazo viene a cuenta de un dato que se hizo público en las últimas horas. Tal como titula Búsqueda en X, el egreso en Secundaria cayó al 56,4% en 2023, la cifra más baja desde 2019. De inmediato las autoridades comenzaron a matizar la cifra y a buscar datos que sirvan para mostrar que en realidad la cosa no está tan mal. Desde la militancia más radical de la oposición, la respuesta fue reafirmarse en una sola palabra: fracaso. Pero no “fracaso porque deberíamos estar haciendo esto otro”, sino “fracaso y por eso me tienen que votar a mí, que después veo qué hago”. Esto es la más triste y chata partidización de los problemas y sus eventuales soluciones. Esa chatura, esa falta de perspectiva es precisamente el mecanismo antes descrito, actuando aquí sobre una política concreta y sus resultados.

    Al mismo tiempo, ese dato coexiste con estudios que afirman, con un tufo a delirio negacionista bastante importante, que no existe problema alguno y que todo señalamiento que se haga a los resultados del egreso en secundaria se debe a un plan maligno diseñado por los medios y algunas organizaciones (también malignas) que quieren incidir en la agenda política. Según esta versión de los hechos, no existe una crisis en el egreso de secundaria, por más que los datos de la Unesco y otros organismos vengan registrando malos resultados desde hace años. Recuerdo que esas mismas voces dijeron hace ocho años que el exsubsecretario de Educación Fernando Filgueira exageraba cuando en una entrevista televisiva afirmó que la tasa de egreso de secundaria era de las peores de la región, con Uruguay solo por encima de Guatemala, Nicaragua y Honduras.

    No deja de ser llamativo que lo que se conoce de ese estudio, en el que se afirma que la crisis de la educación es esencialmente una construcción de medios y grupos cercanos al poder, no diga una palabra sobre el dato duro del egreso de secundaria. Ese dato que señala que casi la mitad de los estudiantes no termina el ciclo. O quizá sí lo diga, porque lo que conocemos de dicho informe, preparado por distintas facultades y especialistas de la Universidad de la República, aún no se ha hecho público y solo sabemos lo que sobre él dicen los medios. Y se sabe, el mismo informe estaría afirmando esto, los medios se especializan en construir relatos falsos que dicen que hay crisis donde no las hay.

    Leo los párrafos previos y entiendo que, nuevamente, el mecanismo descrito al comienzo está en acción: ¿por qué intentar corregir el resultado de una política pública que está fallando cuando puedo descalificar la propia política pública desde su base, negando que exista un problema? ¿Por qué revisar la evidencia si puedo decir que hasta la propia idea de evidencia es una construcción social y que la realidad es solamente el resultado del choque entre narrativas más y menos exitosas? ¿Por qué meterse en líos con los datos si mi proyecto político necesita otra cosa? ¿Estudiantes? ¿Qué importan los estudiantes y sus posibles futuros, frente a la monumental y radical importancia de mi proyecto político partidario?

    Más o menos lo mismo ocurre en las tiendas del oficialismo: busquemos aquellos números de la secuencia que sirvan para demostrar que estamos mejor y esquivemos aquellos que nos perjudican. Hagamos cherry picking, que eso siempre funciona. Y es verdad, para el proyecto político en general funciona. Pero no funciona para los destinos de esos 44 estudiantes de cada 100 que quedan colgados de un pincel por el resto de sus días. “Gente grande y poderosa que no está dispuesta a dar, pequeña en visión y perspectiva”, decía una letra de los Bad Religion y resumía mejor que media docena de sociólogos el meollo del asunto: si vos, como integrado y miembro honorario de la clase media, no tenés una visión de conjunto, una mirada que vaya más allá de tu agenda partidaria inmediata y los plazos de un gobierno, siempre te vas a quedar corto en tus planes y en tu perspectiva.

    El elefante en la habitación es aquí el porcentaje de egreso, que en sus mejores momentos (año 2023) “solo” dejó a pata a 40 estudiantes de cada 100. Y si desagregamos (en estas columnas lo hago permanentemente) por nivel socioeconómico, entre los más pobres son casi 80 de cada 100 los que quedan a pata. Estudiantes que son precisamente quienes más necesitan culminar el ciclo para poder aspirar a cierta movilidad social. Son quienes peor punto de partida tienen en esa escalera y quienes son el sujeto omitido en una charla que, se supone, los tiene en el centro. Pero no es verdad, el centro del debate educativo no han sido ni son los estudiantes pobres, sino el combate dialéctico entre las distintas visiones partidarias que imperan en esta penillanura levemente ondulada.

    El sonido de los fuegos artificiales suele ser ensordecer pero también se disipa rápido. Una vez que desaparezca el ruidaje de esta semana, aparecerá otro que nos mantendrá ocupados por lo menos una semana más. Y el sujeto omitido, los estudiantes, los más pobres sobre todo, seguirán viendo cómo las políticas públicas no se modifican en función de sus necesidades y la eventual mejora de sus posibilidades, sino en función de lo que la agenda partidaria necesite a cada instante. Así las cosas, no es raro que la evidencia sea vista como un problema, sobre todo cuando contradice el speech partidario.