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El ciclo electoral 2024-2025 llegó a su fin dejando dos saldos muy distintos. En el plano nacional se produjo una alternancia de fuertes implicancias políticas: el péndulo volvió a girar hacia la izquierda con el regreso del Frente Amplio (FA), aunque, esta vez, sin mayoría parlamentaria. En el ámbito departamental y municipal, al contrario, predominó la continuidad sobre el cambio, más allá de la derrota del FA en Salto, su victoria en Río Negro y de qué lado termine cayendo la moneda en Lavalleja. El Partido Colorado (PC) retuvo el departamento de Rivera, su único bastión, y el Partido Nacional (PN) sigue acaparando la gran mayoría de los gobiernos departamentales. El FA y el PC obtuvieron exactamente la misma cantidad de alcaldías que hace cinco años (aunque había 11 más en disputa): 32 el FA, tres el PC. El resto fueron para el PN y la Coalición Republicana. Por tanto, la alternancia a nivel nacional no derivó en una modificación sustantiva a nivel subnacional. No hubo, “efecto arrastre”.
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La elección del domingo pasado aportó nueva evidencia sobre lo difícil que es desafiar al poder político en cada uno de los 19 departamentos. De los nueve intendentes que intentaron la reelección (ocho del PN, uno colorado), siete lo lograron (la cuenta subiría a ocho si termina ganando Mario García en Lavalleja). La tasa de reelección en el ámbito departamental pasó de 63,6% en 2020 a 77,7% en 2025. El FA, por su lado, además de vencer en Canelones, logró volver a imponerse en Montevideo a pesar del extendido descontento existente en la capital con aspectos cruciales de la gestión saliente (como limpieza y movilidad). Los escándalos sobre horas extras y clientelismo no impidieron los triunfos de Emiliano Soravilla en Artigas (recibe la posta de manos de la exdiputada nacionalista Valentina Dos Santos) y de Carlos Albisu en Salto, Coalición Republicana mediante. El proceso judicial de Guillermo Besozzi tampoco evitó su reelección en Soriano.
La falta de alternancia no tiene nada de sustantivamente malo. Pero, en el caso de las elecciones subnacionales, revela defectos serios de nuestra democracia. Uruguay tiene la mejor democracia de la región. Pero esto no debe impedir que nos tomemos en serio lo que no funciona bien. El segundo gobierno está mal diseñado. Hay que hacer cambios de fondo. No es tan difícil ser reelecto intendente. De hecho, está demostrado que es el resultado más probable. Cuando los intendentes no pueden ser reelectos, designan a su sucesor. El heredero suele ser electo. En esta elección tuvimos varios casos, desde Miguel Abella en Maldonado (delfín de Enrique Antía) hasta Francisco Legnani en Canelones (mano derecha de Yamandú Orsi durante años). Los intendentes son electos, suelen ser reelectos, designan con éxito sucesores y, en cuanto pueden, vuelven. En esta elección, por ejemplo, asistimos al retorno de Carlos Enciso en Florida. Por eso mismo, el candidato desafiante en un departamento en el que hay un intendente popular o un partido predominante no puede limitarse a hacer una buena campaña electoral. Además, debe hacer oposición todos y cada uno de los días durante cinco años.
La contracara de la desmedida influencia de los intendentes en el proceso electoral de los departamentos es la debilidad de quienes intentan oponerse a ellos. La oposición es débil porque el partido del intendente tiene mayoría automática en el legislativo (Junta Departamental). La oposición es débil porque los ediles son honorarios (aunque en todos los rincones del país se han creado mecanismos para retribuir su trabajo). La oposición es débil porque es difícil crear opinión contra los intendentes: tienen muchas formas de incidir en las pautas publicitarias de los medios de comunicación. La oposición es débil porque los desafiantes no tienen un nicho institucional potente a partir del cual construir una propuesta alternativa a la del poder vigente. En todos los casos, a los intendentes es preferible tenerlos de amigos que enfrentarlos. Además, suelen estar dispuestos a ayudar a sus fieles con todos los medios a su alcance, a menudo, sin reparar en costos o restricciones legales.
El tercer nivel de gobierno también tiene problemas serios. Solemos decir que hay elecciones municipales como si todos los ciudadanos pudieran votar. Mis colegas Antonio Cardarello y Ernesto Nieto llevan tiempo explicando que no es el caso. Solamente el 31% del territorio nacional está municipalizado. Solamente tres departamentos (Montevideo, Canelones y Maldonado) tienen municipios que cubren por completo sus respectivos territorios. Dicho de otro modo, todos los vecinos de estos tres departamentos votan en las elecciones municipales. En los otros 16 departamentos la situación es muy distinta. El 70% de los ciudadanos de estos otros departamentos vive en territorios que no tienen municipios. Los intendentes, desde luego, impulsan la creación de municipios donde creen que les conviene. Y tratan de evitar que las alcaldías se conviertan en focos de resistencia a su hegemonía. Por eso mismo, el triunfo de Morel sobre Yurramendi en Cerro Largo es tan llamativo: un exalcalde logró vencer al intendente en funciones.
El problema es más serio todavía. Montevideo tiene ocho municipios desde el año 2010. Pero, pese al tiempo transcurrido, la población montevideana sigue mostrando muy poco interés en las elecciones municipales. Los niveles de desinformación son altísimos. Según una encuesta presentada por Opción en un evento organizado por el Centro de Estudios para el Desarrollo, el 58% de los montevideanos no conoce o nombra incorrectamente el municipio en el que reside, y el 82% no conoce al alcalde (o alcaldesa) de su municipio. Tomando en cuenta estos datos, no puede sorprender que la tasa de participación en las elecciones municipales de Montevideo sea tan baja. En 2020, fue de apenas 41%. Es a esta altura muy claro que los municipios montevideanos tienen serios problemas de diseño. Son muy distintos a los del interior profundo. Son mucho más grandes y no corresponden a identidades locales bien definidas. Distintos estudios realizados por colegas muestran que el tamaño del municipio (esto es, el número de electores) es inversamente proporcional a la tasa de participación.
Tenemos excelentes razones para sentirnos orgullosos de la democracia uruguaya. Pero es tiempo de atrevernos a mirar el otro lado, la cara oculta, la que nos empecinamos en no ver.