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    Decir que no

    Además de marcar el rumbo, establecer las reglas de juego, premiar y castigar cuando sea necesario y elegir cuando nadie más lo puede hacer, el presidente tiene que saber decir que no

    Director Periodístico de Búsqueda

    No hay tanto misterio. O sí lo hay, pero de otro tipo. El presidente de la República no es alguien con superpoderes, que durante gran parte del día tiene entre sus dedos los hilos que hacen funcionar al país y mueven a la mayoría de sus habitantes. No es una persona que permanece en una especie de dimensión paralela, por encima de todo y todos, y que puede con solo algunas órdenes cambiar el curso de la historia en la que se encuentra inmerso. Esa creencia popular de que quien llega al máximo lugar de jerarquía política de un país prácticamente todo lo puede es un tanto cinematográfica y falsa.

    Al menos así lo sintieron y lo sienten quienes accedieron a ese cargo después de haber sorteado todos los obstáculos previos. Son muy pocos los que lo logran, cada uno con su estilo propio. Pero todos ellos coinciden, al evaluar ese pasaje por la cúspide política, que lo que se puede hacer desde el despacho presidencial no es tanto como la mayoría imagina. Uno de los que llegó dos veces, el colorado Julio Sanguinetti, suele decir que los presidentes son igual o más importantes por lo que evitan que por lo que hacen. Y sabe de lo que habla, tiene experiencia. Los demás coinciden, aunque con matices. Tienen claro que gran parte del tiempo presidencial se va en disolver problemas o frenar empujes peligrosos y no en ejecutar grandes reformas o cambios que impliquen un punto de quiebre en el país que dirigen.

    En definitiva, una de las principales funciones con las que cumplen los que están en el lugar más alto de la autoridad es discernir, funcionar como una especie de tribunal de alzada. A veces para decidir entre dos males, a veces para priorizar algunos aspectos y dejar otros de lado, a veces para reencauzar el rumbo o establecer prioridades. Porque dentro de sus deberes está también que todo funcione de la mejor manera posible, sin demasiados sobresaltos. Como los árbitros de fútbol, que cuanto mejor hacen su trabajo, más desapercibidos pasan.

    Por supuesto que hay momentos para todo lo contrario. Un buen presidente es un líder y el líder es el que muestra el camino. A veces es necesario hacerlo en silencio y otras lo que hace falta es gritar bien fuerte hacia dónde ir y a eso acompañarlo con acciones que pueden llegar a ser muy drásticas. Cuando el fuego se está expandiendo, la única forma de frenarlo es con decisión y coraje, además de con mucha agua. Eso también debe ser, a veces, el presidente: un bombero aguerrido.

    Pero además de marcar el rumbo, establecer las reglas de juego, premiar y castigar cuando sea necesario y elegir cuando nadie más lo puede hacer, el presidente tiene que saber decir que no. Esa es quizá una de las principales cualidades con las que tiene que contar, porque para lograr un buen desempeño en su rol son muchas las veces que se tiene que negar a lo que le piden o le proponen desde distintos lados. Y hacerlo, además, sin titubear, con convencimiento.

    Es muy importante que Yamandú Orsi lo haga. También lo fue para sus antecesores, pero el futuro presidente tiene por delante una situación un tanto compleja en la interna del Frente Amplio, su partido político, que ahora estará a cargo del gobierno. Porque Orsi es un líder emergente pero no consolidado todavía. Eso le puede hacer más difícil la contención de algunos posibles desbordes y demandas exageradas o fuera de lugar. Por eso es especialmente importante el no presidencial en esta oportunidad, aunque siempre lo sea.

    En un primer repaso, ya se podría hacer un listado de algunas personas o grupos a los que Orsi les tendría que decir que no. En definitiva, de eso también depende que pueda encabezar un gobierno con buenos resultados para todos los uruguayos, que es lo más importante que se le puede reclamar a un presidente.

    A los que, desde dentro del Frente Amplio, tienen ideas refundacionales para Uruguay. A esos les tendría que decir que no. De una forma firme, definitiva y rápida. No son mayoría en su fuerza política ni mucho menos en el gobierno electo, pero están, y van a jugar su juego.

    Están los que entienden que los derechos de algunos, sus compañeros, están por encima de los de otros, los que no lo son o los que se ubican en la vereda de enfrente desde el punto de vista ideológico, económico, religioso o cultural. Estos son un poco más que los anteriores. Es un problema bastante frecuente en Uruguay, aunque también en otros países de la región y del mundo. Es aquello de los míos son los que valen y los otros que revienten. En el ámbito sindical se ve muy claramente, pero no solo. A ellos también debería decirles que no.

    A los que buscan que siempre sea el Estado el que los salve, los mantenga y les solucione problemas surgidos de sus propios errores, o malos desempeños profesionales, o lo que sea. A los que para todo quieren al Estado y buscan frenar cualquier tipo de iniciativa privada que sacuda un poco la modorra o amenace con despegarse de la media o ponga en peligro sus injustos privilegios. A esos, que no son pocos, también tendría que decirles que no.

    A los que creen que Uruguay solo tiene que tener relaciones con los países que le son afines ideológicamente y miran con recelo y hasta con resistencia a algunas de las grandes potencias mundiales. A los que siempre culpan al imperialismo y recurren a un mundo bipolar para tratar de explicar todos los males. A los que se quedaron en el siglo pasado con respecto a la lectura de la actual geopolítica internacional. A esos, con quienes también comparte espacios políticos dentro del Frente Amplio, Orsi debería decirles que no.

    A los que buscan instalar una especie de trinchera ideológica desde la educación y dejan en un segundo o tercer lugar a los alumnos, que deberían ser el centro del sistema. A esos destructores de cualquier avance educativo, que tantos disgustos han dado a los sucesivos gobiernos después de la restauración democrática, incluidos los tres del Frente Amplio, también tendría que decirles que no.

    A los que buscan politizar la Justicia y tratan de interferir en los juzgados, de sumar militantes a lugares que deberían estar destinados a los técnicos, que planifican cada una de las movidas judiciales a partir de intereses partidarios. A esos, que todos saben que los hay, debería decirles que no.

    A los que ponen a la militancia por encima de los talentos y van construyendo desde la administración pública un ejército de soldados políticos en lugar de un espacio en el que se puedan lucir los mejores en cada una de las áreas del conocimiento. A ellos, que se abrazan a la estructura estatal y, aunque no son mayoría igual se hacen sentir, también habría que decirles que no.

    Pero muy especialmente, el futuro presidente tendría que decir “no” a todos aquellos que asuman el poder con odio y que pongan por encima la venganza a los verdaderos intereses del país. De ellos está empedrado el camino al infierno.