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    Dejen morir

    Es una cuestión de derechos. El derecho a morir con dignidad. El derecho a morir, simplemente, cuando ya no se quiere, no se soporta una vida que ya no es

    Columnista de Búsqueda

    Todos alguna vez nos preguntamos cómo quisiéramos morir. Seguramente la respuesta es la más común, la menos dolorosa. Durmiendo. De un sueño a otro. Sin enterarnos, sin sufrir. Nunca pensamos en la posibilidad de que nuestro último momento sea insoportable; sin embargo, para muchos lo es. Hay enfermedades terminales dolorosas, inhabilitantes, indignas. Y a veces, muchas veces, es imposible aliviar el dolor. El propio y el de los que nos acompañan, si tenemos esa suerte.

    No es fácil hablar sobre la muerte. No queremos ni pensar en eso. Pero no hay opción, tenemos que hacerlo por nosotros y por los otros.

    Es difícil ponerse en el lugar del que sufre cuando no es nuestro padre, nuestra madre, nuestra hermana, nuestro hijo. Pero seguro todos conocemos historias duras, durísimas.

    Una es la de Pablo Salgueiro, que conocimos a través de su hija Florencia. Pablo fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa que, poco a poco va afectando distintos órganos hasta que la vida se torna insoportable. No es un eufemismo. Insoportable. Florencia lo ha contado mil veces. Primero empezó con algo leve, y la enfermedad avanzó, incluso, con cuidados paliativos que lo aliviaron, hasta el punto de que su papá, ya dependiente por completo, sin poder hacer nada por sí mismo, no podía respirar. Se ahogaba. Y ya no quería vivir. Ya no quería vivir así. Pero Pablo y otros tantos no tienen una solución. Están obligados a esperar la muerte aun en las peores condiciones, y sus familias están obligadas a verlos sufrir hasta el final. Inhumano, ¿verdad?

    Unos días antes de morir, el 11 de marzo de 2020 Pablo le mandó a su hija un mensaje de whatsapp en el que una noticia publicada por Montevideo Portal decía que el entonces diputado colorado Ope Pasquet presentaba el proyecto de ley de eutanasia. Florencia tiene ese mensaje publicado en su perfil de X, y cuenta que fue una de las últimas conversaciones con su padre. También que espera que esta vez sí, cinco años después, la eutanasia sea una realidad. “Para familias que hoy sufren como en 2020 sufrió la mía”, dice Florencia. Y vaya si sufrió la suya. Y tantas más sufrieron y siguen sufriendo hoy.

    La pregunta es sencilla. ¿Por qué cuesta entender y respetar la voluntad de alguien que no quiere seguir viviendo en condiciones insoportables? ¿Por qué los demás tenemos la potestad de decidir que esa persona que está sufriendo tenga que seguir sufriendo y listo? ¿No sabemos acaso que los cuidados paliativos, que ayudan mucho pero no siempre lo suficiente, no llegan a todos en Uruguay? ¿Por qué no podemos aceptar la decisión de otro sobre su propia vida? Parece una tontería, pero la existencia de la eutanasia no obliga a nadie a utilizarla, desde ya. Entonces, ¿queremos seguir tolerando que se practique en los hechos, pero que no sea legal? Todos sabemos que se practica. En las sombras, de callado, pero se practica y se va a seguir practicando en la ilegalidad.

    Todo esto no quiere decir que quienes no acompañen con su voto la ley que acaba de entrar —una vez más— al Parlamento sean insensibles a estas realidades. Por supuesto que no. Hay motivos de conciencia, hay motivos religiosos. Hay personas que simplemente no soportan la idea de ayudar a morir a alguien. O de que alguien realmente desee dejar de vivir. Y todas las formas de ver este tema tan profundo, doloroso e importante son válidas. Lo que no es válido es hablar de “cultura de la muerte”, como se ha escuchado en boca de varios detractores de la iniciativa. Es una cuestión de derechos. El derecho a morir con dignidad. El derecho a morir, simplemente, cuando ya no se quiere, no se soporta una vida que ya no es.

    En la pasada legislatura, con idas y vueltas, pedidos de que no se trate, de que quede en la Comisión de Salud y no pase al Plenario para ser abordado, el proyecto naufragó. Tuvo media sanción en Diputados en 2022, pero en el Senado no estaba esa mayoría. Hubo tensas discusiones en la interna colorada por la falta de apoyo y el encajonamiento del proyecto. Hubo negativas en el Partido Nacional y en Cabildo Abierto. Hoy estamos nuevamente ante la posibilidad de la muerte digna.

    El proyecto fue ingresado esta semana para su discusión en comisión y lleva la firma de legisladores del Frente Amplio, del Partido Colorado, del Partido Nacional y del Partido Independiente. Todo indica que, esta vez sí, las manos levantadas serán suficientes y será consagrado un nuevo derecho en Uruguay para quienes quieran utilizarlo y reúnan las condiciones. No es un tema de partidos, no es de izquierda o de derecha, es de todos.

    El trabajo sobre el texto ha sido intenso, fueron años de discusiones para llegar a acuerdos y que esta vez no muera en la orilla. Y el proyecto establece que “toda persona mayor de edad, psíquicamente apta, que padezca una o más patologías o condiciones de salud crónicas, incurables e irreversibles que menoscaben gravemente su calidad de vida, causándole sufrimientos que le resulten insoportables, tiene derecho a que su pedido, y por el procedimiento establecido en la presente ley, se le practique la eutanasia para que su muerte se produzca de manera indolora, apacible y respetuosa de su dignidad”.

    El proyecto también establece las condiciones, el procedimiento y los controles para dar la tranquilidad de que se hará con todas las garantías. Incluso, deja claro que la voluntad del paciente de poner fin a su vida es siempre revocable.

    Así como Florencia Salgueiro contó una y otra vez el caso de su papá para que se comprenda a cabalidad lo que es padecer la vida, Pasquet dijo una y otra vez algo que parece tan lógico que resulta difícil no estar de acuerdo. Que nadie le imponga sus creencias y convicciones al otro cuando decida por su propia vida y su propia muerte.

    Si no, ¿dónde queda la libertad de la que tanto hablamos por estos días? ¿Qué tan libres somos si ni siquiera podemos decidir sobre nuestra propia muerte? Se trata de derechos y de dignidad. Ni más, ni menos.