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Los accidentes de tránsito, por tratarse de algo involuntario, no son fáciles de asignar a la responsabilidad de un partido o gobierno; es decir, no son fáciles de usar como trompada dirigida al rival político y, por lo tanto, no resultan vendibles de la forma en que sí lo son los asesinatos
Suelo ser un quejoso respecto a los males que se han acelerado con las redes sociales. Que si se ha desjerarquizado la información, que cualquiera puede soltar cualquier bolazo y que hacerlo le sale gratis, que hasta los políticos de la nueva generación no se plantean otra forma de comunicación que no sea a los tortazos en X. Y, aunque creo que todo eso es verdad, al mismo tiempo es cierto que a veces alguien se hace las preguntas correctas en las redes. Por ejemplo, hace un par de días un contertulio virtual matizaba el tuit de un periodista que reclamaba declarar la situación en seguridad “emergencia nacional” apuntando que “hay más fallecidos por siniestros de tránsito que por asesinatos, pero no veo a nadie pidiendo la emergencia nacional”.
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Y es verdad, en 2023, fueron 384 los muertos en accidentes de tránsito, mientras que los muertos en homicidios fueron 382. Y, aunque ambas cifras implican una reducción respecto a los números del año previo (400 y 383, respectivamente) la tendencia es la misma: año tras año, en los recientes, ha sido mayor la cifra de muertos por accidentes de tránsito que por homicidios. Sin embargo, una de esas dos cifras tiene a periodistas reclamando declaraciones de emergencia, ha sido usada de manera profusa por políticos del gobierno y la oposición en un sentido y otro (como munición electoral, digamos), mientras que la otra no ha generado la menor brisa colectiva.
¿Por qué unas cifras sí y otras no, incluso si son peores o hasta más alarmantes? Mi apuesta es: porque ambos fenómenos no resultan igual de operacionales para la política. Esto es, es más difícil lanzar piedras en rancho ajeno con aquello que es percibido como falta de pericia individual o resultado del azar y contrario a la naturaleza de las cosas. Las tres primeras acepciones de la palabra accidente en el diccionario de la RAE son: “1. m. Cualidad o estado que aparece en algo, sin que sea parte de su esencia o naturaleza. 2. m. Suceso eventual que altera el orden regular de las cosas. 3. m. Suceso eventual o acción de la que involuntariamente resulta daño para las personas o las cosas”. Esto es, un suceso antinatural, algo que ocurre contra el orden regular y que involuntariamente resulta en un daño. Seguramente, los accidentes de tránsito, por tratarse de algo involuntario, no son fáciles de asignar a la responsabilidad de un partido o gobierno. Es decir, no son fáciles de usar como trompada dirigida al rival político y, por lo tanto, no resultan vendibles de la forma en que sí lo son los asesinatos.
Se dirá, y no sin razón, que la violencia fatal ejercida por un padre contra su hijo de meses difícilmente pueda ser atribuida de manera directa a la inoperancia del Estado. Pero sí que puede hacerse tal operación si se la inserta, también con algo de razón, en una narrativa sobre el estado de la violencia en el país en un momento dado. Según esa narrativa, todo asesinato que se produzca en el país es resultado de una buena o mala política de seguridad. Por supuesto, esto es un extremo, no todos los asesinatos pueden ser prevenidos, ni siquiera por la mejor política de seguridad. Eso es wishful thinking, pura expresión de deseo. De ahí que todos los llamados a “terminar” con tal o cual violencia no pasen de ser eso, expresión de un sanísimo deseo que difícilmente pueda concretarse en la realidad. Son expresión de una preocupación, el activismo que se construye en torno a esa preocupación. Harina de otro costal es el relato mediático que se puede construir con esos mimbres. Eso sí que funciona y es por eso por lo que se lo viene usando como material de campaña electoral, sea para intentar anotarse porotos (el gobierno), sea para tirarle piedras al rancho oficial (la oposición).
En todo caso, los casi 400 muertos anuales del tránsito no aparecieron en la campaña electoral y es difícil que aparezcan ahora, a pocos días de la segunda vuelta, en un momento en el que todos parecen estar convencidos de que se vota a dios o al diablo, dependiendo de qué lado de la mecha se ubique cada uno. Y sin embargo, los accidentes de tránsito son resultado de al menos tres problemas que son muy evidentes en Uruguay y que podrían ser modificados por una política pública que dé resultados a mediano plazo: la mala formación de los conductores, la pésima señalización de calles y avenidas y la ineficiente fiscalización de lo que se hace en esas calles. Ojo, no digo que no se esté haciendo política pública alguna. Digo que esa política no está sometida al escrutinio ciudadano porque no se la percibe como responsabilidad ciudadana, sino como resultado de la mala suerte personal o la casualidad. Y que tampoco es el centro de interés de los partidos, ocupados como andan con materiales que son más fácilmente manipulables de manera emocional y en los que es más fácil identificar “culpables”.
En un muy buen artículo publicado hace pocos días en el digital Contraviento, Manuel Da Fonte señala: “Leyendo las 48 medidas propuestas por el Frente Amplio, se puede constatar que no se menciona ni una sola vez la inseguridad vial. Lo mismo ocurre con el recientemente publicado acuerdo programático de la Coalición Republicana. En todo el texto publicado no existe ni un capítulo, ni una frase, ni una sola palabra que señale a este tema, como un problema grave de la sociedad que deba ser abordado y tratado como prioridad”. Y aventura una explicación: “Evidentemente, la política de culpar al ciudadano como único causante de los siniestros, ya sea por imprudente, distraído, o por incumplir las normas de tránsito, ha hecho que la política de seguridad vial no le interese a nadie. Ningún político pone el tema sobre la mesa, porque piensa igual que la ciudadanía, que todo es culpa del comportamiento individual y que no hay nada en lo cual el Estado esté omiso y en falta”.
¿Qué se puede hacer entonces? Da Fonte señala un par de cosas en lo inmediato: “Uruguay, si implementara estas dos simples medidas (la incorporación de las normas ONU en la construcción de vehículos, y un sistema de información al consumidor sobre la seguridad de los vehículos) podría incrementar su PBI entre un 0,6 y un 1,7%. Es de destacar que ninguna de las dos medidas tiene costo alguno para el Estado. Pero además, se evitaría el 30% de los muertos en el tránsito. Sólo teniendo en cuenta esto, debería ser un imperativo ético para todas las autoridades”. Yo agrego, aunque cueste plata: unificar la señalética en todas las ciudades del país y señalizar las calles como se debe. Last but not least, mejorar sustancialmente la formación de los conductores.
Mientras se considere a los accidentes de tránsito resultado del error individual, la mala suerte o la casualidad, no lograremos establecer el sentido del reclamo que se le debe hacer al Estado. Y mientras esa demanda no se estructure, los partidos seguirán haciendo la plancha al respecto, por carecer de incentivos para tomar el tema. Si nos escandalizan los 382 muertos por homicidios, nos deberían escandalizar los 384 de los accidentes de tránsito. Bajo ningún concepto deberíamos aceptar que existen distintas categorías de muertos.