En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En Cuchilla del Perdido (Soriano), El Sambullón remató su mobiliario; en Melilla, se alquila el Cavalieri, mientras el almacén del Poli en Paso del Carretón mantiene a sus fieles parroquianos
¿Hay milquinientos por la balanza? Una antigüedad. ¿Quién da más? ¿Hay milquinientosquinientosquinientosquinientos…? ¿Quién da más? ¡Una coquetería la balanza! Milquinientosquinientosquinientosquinientos a la una, milquinientos a las dos, milquinientos a las… ¡Están todos distraídos acá! Y sale vendida por milquinientos.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
El Sambullón, almacén rural y bar de copas del paraje Cuchilla del Perdido, en el departamento de Soriano, remató su mobiliario el 11 de octubre pasado. Se lo conocía también como el boliche de Gilmet y Rodríguez, los apellidos del matrimonio que lo mantuvo abierto hasta hace tres años. “Fue sede de reunión de vecinos para promover la instalación de la policlínica o arreglar el camino; fermentario de futuros políticos locales, departamentales y nacionales que aparecían antes de las elecciones a buscar su voto; en las elecciones, reunión de tabas y asado con cuero, las faenas, las criollas, en fin, el lugar de encuentro…”, escribió en redes sociales la maestra Mariángeles Bugani, creadora del Museo Escolar de Altos del Perdido. Ese día, el del remate, los políticos faltaron y se perdieron la oportunidad de rememorar victorias junto con los parroquianos convocados por última vez.
Por unas horas convivieron al aire libre desde una fumigadora hasta un juego de bochas. El rematador, Hebert Altuna, alzaba la voz para motivar las compras en medio de aquel desconcierto. Las tripas del almacén se revolvían inquietas, clasificadas en lotes numerados como si el pasado pudiera cuadricularse. Una cabeza de Geniol, la del pelado con clavos, se la llevó un hombre que siendo niño la había roto. Al recuperarla cerraba el círculo de una travesura. Hubo quien pagó $ 12.000 por una máquina manual de picar carne y el doble por una a motor. “Las máquinas de picar carne son muy buscadas”, dice Altuna. Pero la mayoría estaba allí para escuchar el murmullo tibio de la evocación, por la despedida. “Muchos nos encontramos para llenarnos de historias con los otros”, escribió Bugani, siempre atenta a la diferencia entre recordar y coleccionar antigüedades.
Objetos-El-Sambullon
Objetos en remate del almacén El Sambullón
Mariángeles Bugani
Cuando Alejandro Gilmet e Irma Rodríguez llegaron a Cuchilla del Perdido, él tenía 23 años y ella 19. Ahora rondan los 80. Recién casados, se les ocurrió comprar un boliche que cimentara la familia. “Acá hay que zambullirse”, les dijo un sobrino impresionado por el empuje que necesitarían. De la ocurrencia nació El Sambullón sin mar a la vista.
Otro que se tiró al agua fue Néstor Guerra, el Polilla. En 1999 dejó el tambo para embarcarse en la compra de un almacén en Paso del Carretón, a unos 90 kilómetros de Montevideo. Ha superado varias debacles: la corrida bancaria de 2002, la pandemia de 2020 y un robo que le dejó una bala incrustada en la pierna. El almacén del Poli lo llama la gente; a él le gusta esa familiaridad tanto como su oficio. “Tengo de todo —dice orgulloso—, cosas para comer, para tomar, cigarrillos, bar y algo de sanitaria”. A las nueve abre y a las nueve cierra. Descansa los domingos de tarde. El negocio se sostiene a pesar de la merma de vecinos. Sus clientes más veteranos son fieles al boliche, y a las copas. Si suman cuatro, puede saltar un truco. Si son tres, llaman al Poli para que complete el cuadro, aunque es difícil estar de ambos lados del mostrador. A sus 61 años el Poli no está pensando en jubilarse. Le gusta ser bolichero y además, si soltara el hilo, el paraje perdería una isla donde no ha entrado el POS.
Almacen-Cavalieri
Almacén Cavalieri
Los almacenes de campaña florecieron hasta el siglo pasado en los cruces de caminos, lugares estratégicos de pasaje. Así nació también Cavalieri en Melilla, en el camino de la Redención y Azarola, la siesta rural montevideana. Su primer dueño fue Jean Pierre Cousté, un vasco francés al que sus compañeros de viaje apodaron il Cavalieri. Tiempo después, desembarcado y lejos del puerto, pensó en ellos cuando le dio nombre al negocio. Fue pura coincidencia que Silvio Berlusconi se hiciera conocido de la misma manera. Lo de Berlusconi fue un título honorífico otorgado por su actividad empresarial. Más tarde lo acusaron de fraude fiscal y tuvo que renunciar a ser Cavalieri. La palabra quedó con una mácula desde entonces, pero nada de esto imaginó Cousté en la década de 1920.
El antiguo almacén ha sido tema de entrevistas y artículos de diarios, capítulo de un libro y sitio señalado en el Día del Patrimonio. Hoy permanece cerrado, aunque su suerte está abierta a los deseos del mercado. Majestuoso, se conserva en perfecto orden tal cual fue una vez, un día indefinido de su existencia casi centenaria. El gran salón está dispuesto para atender al cliente que ya no llegará y como un buque fantasma navega solitario con la mesa servida, sin pasajeros ni tripulación.
“Este lugar está detenido en el tiempo”, dice Geraldine, representante de la cuarta generación de los Cousté. Geraldine se desvive por mantener los objetos en su burbuja. En el brillo de las maderas sin una mota de polvo se lee el celo que ha puesto en honrar a sus antepasados. El Cavalieri por dentro es una foto, mientras afuera se balancean las horas en el cartel de “Se alquila”.