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El domingo pasado, la balanza ciudadana se inclinó, y más de lo que algunos pensábamos, para el lado de la oposición, encarnada esta vez en la candidatura presidencial de Yamandú Orsi. Paso a compartir apuntes sobre la jornada electoral y su desenlace.
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No puedo dejar de empezar por subrayar que, una vez más, la elección fue un gran momento de reproducción de valores democráticos. Durante todo el día una parte muy importante de la ciudadanía la siguió a través de los medios masivos de comunicación y las redes sociales. Y, una y otra vez, líderes y gente de a pie, al ser consultados, dijeron con orgullo que en este país se vota con tranquilidad, con alegría, en paz. Decimos, un poco en broma, otro poco en serio, que la elección fue otra “jornada cívica ejemplar”. Lo repetimos en cada elección, pero sin tener plena conciencia de lo importante que es decirlo. Vivir el día de la elección como una fiesta, celebrarlo como tal, decirlo y repetirlo una y otra vez, construye valores cívicos y reproduce la cultura política democrática que, a 40 años del fin de la dictadura, nos sigue distinguiendo en el concierto internacional. En términos de Emanuel Adler, he aquí un conjunto de prácticas que nacen de nuestro apego a la democracia y que contribuyen a vivificarlo: estar pendientes de la elección, vivirla y enunciarla como una fiesta.
La democracia es así. A algunos les toca ganar. A otros les toca perder. A la coalición republicana, en esta ocasión, le tocó perder. Perdió, aunque hizo, en general, una campaña electoral razonable. Se dirá que la fórmula no brilló. En verdad, quedó demostrado que la decisión de sumar a Valeria Ripoll no dio resultado. Se dirá que la campaña, poco a poco, se centró más en defender al gobierno y atacar la credibilidad del Frente Amplio que en entusiasmar al electorado con el “salto al desarrollo” y el “segundo piso de transformaciones”. Se dirá que fue una campaña demasiado centrista y que faltó determinación y audacia para proponer un giro más profundo hacia el liberalismo. Se dirá, además, que la campaña también fue demasiado tímida en el plano de los valores. Al fin de cuentas, en muchos países una parte de la sociedad está cansada de “los feminismos” y “las diversidades”. A pesar de todas estas “restas”, la campaña que encabezó Álvaro Delgado fue esforzada, seria y profesional. Álvaro Delgado hizo un esfuerzo programático importante. Recorrió el país. Logró unir a su partido y, luego, a los socios de la coalición. Defendió al gobierno y atacó los puntos débiles del Frente Amplio. No perdió la elección por hacer una mala campaña.
Tampoco perdieron la elección por haber fracasado en el gobierno. Desde mi punto de vista, el que se está terminando fue un buen gobierno. Entiendo por buen gobierno aquel que ajusta sus decisiones y políticas públicas en el sentido esperado por la ciudadanía. En general, la orientación de este gobierno no tomó a nadie por sorpresa. El hilo conductor fue la libertad. La libertad responsable fue la consigna de la pandemia. La libertad económica y el libre comercio marcaron (aunque tenuemente) el rumbo de la política económica. Pusieron énfasis en la seguridad ciudadana. Se empeñaron en “transformar” la educación pública y lograron aprobar una nueva ley de seguridad social. Desplegaron un plan de obras públicas ambicioso e hicieron un esfuerzo significativo por atender la emergencia social derivada de la pandemia. Gobernaron tres de los cinco años con viento en contra: pandemia, sequía, diferencia cambiaria con Argentina.
La campaña no fue mala. La gestión tampoco. Entonces, ¿por qué perdieron? Desde mi punto de vista, por dos grandes razones. En primer lugar, porque hicieron un gobierno de tono jacobino. Desde el primer día, hicieron lo imposible por ignorar al Frente Amplio y por tratar de demostrar, frente a la opinión pública, que podían gobernar mejor que ellos y, sobre todo, sin ellos. Se dirá, y puede ser, que el Frente Amplio hizo lo mismo durante los 15 años que gobernó. Desde mi punto de vista, esa afirmación merece algunos matices. Tabaré Vázquez fue mucho más duro con la oposición que José Mujica, que mostró desde el principio otra apertura a la negociación entre bloques. El gobierno de Luis Lacalle Pou se centró en sostener la coalición. Lo hizo bien. Pero minimizó el trato con el otro bloque. Diría más: algunas decisiones, como la Ley de Urgente Consideración, fueron vividas por el Frente Amplio como un agravio. Grave error. El Frente Amplio, malherido después de la derrota de 2019 y confundido por el éxito de Lacalle Pou en el primer año de la pandemia, encontró razones y emociones para activarse. Fernando Pereira terminó siendo la cara visible de ese fastidio. En cuanto el Frente Amplio se puso de pie, el panorama empezó a cambiar y pasó al ataque.
En segundo lugar, perdieron la elección porque hubo una sucesión de irregularidades y escándalos que terminaron hiriendo la imagen de toda la coalición. Revisen la lista de funcionarios de primer nivel que no terminaron sus gestiones envueltos en escándalos de mayor o menor proporción. El primero en partir fue Ernesto Talvi. Cuando dijo “la política no es lo mío” sembró la primera duda. Otros casos, los más comentados, fueron los de Germán Cardoso (Ministerio de Turismo), Irene Moreira (Vivienda), Francisco Bustillo (Cancillería) y Luis Alberto Heber (Interior). El jefe de la custodia presidencial terminó preso. El principal asesor del presidente en materia de comunicación fue acusado por Carolina Ache (número dos de Cancillería) de destruir documentos. El principal senador del gobierno todavía está privado de libertad por delitos contra menores. El presidente, en general, actuó rápidamente intentando minimizar el daño. Los niveles de aprobación de su gestión confirman que pudo preservar su imagen. Pero no la de su gobierno.
Finalmente, la coalición republicana fue derrotada porque la oposición trabajó mucho. No perdió ninguna oportunidad de demoler la imagen del gobierno. Advirtió muy tempranamente que el talón de Aquiles de la gestión eran los escándalos. Mordió y no soltó. Fue, como en otros tiempos, una oposición sistemática. Pero también, cuando llegó la hora de la campaña electoral, encontró un candidato apropiado que recorrió el país entero. Orsi no brilló. No lo hizo en ningún momento de la campaña. Tiene poca experiencia en asuntos de gobierno nacional. Pero es evidente que sintoniza fácilmente con rasgos altamente valorados por la sociedad uruguaya. Se muestra dialoguista, sereno, sencillo, sensible, honesto y modesto.