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    El Estado inepto y los niños pobres

    A la hora de los hechos contantes y sonantes, los niños pobres han desaparecido de la charla pública y solo aparecen como tortazo retórico que se le tira al rival político; sin un Estado eficiente, que se adapte al presente, difícilmente esos niños serán parte integrada de nuestro futuro en común

    Columnista de Búsqueda

    Como me encontraba de viaje durante la última elección nacional y no me gusta pagar multas por no ejercer un derecho, tuve que justificar mi ausencia ante la Corte Electoral. Por suerte el trámite se podía hacer a través de la web (también pagar la multa, claro) y así lo hice. Es relativamente sencillo: tras completar los datos más o menos estándar que se nos piden (credencial, nombre, dirección, etc.), se demanda que enviemos una foto de la página de nuestro pasaporte en donde constan los datos personales y de la o las páginas en donde salen los sellos de salida y entrada al país. Parece fácil, pero ahí la cosa empieza a complicarse.

    ¿Por qué? Porque dependiendo de un sistema que nadie explica al viajero en el aeropuerto al volver al país, tu pasaporte puede o no tener ese sello que te pide la Corte Electoral. Si hacés tu ingreso a través de un agente de migración, tenés sello. Si lo hacés automáticamente, es decir, si tu pasaporte tiene chip y el personal te invita a pasar por las máquinas de ingreso, serás escaneando y fotografiado de arriba abajo, pero tu pasaporte no tendrá sello. De pura casualidad, mi pasaporte rebotó en la máquina y pasé por un agente de migración que me puso el sello. Lo interesante, más allá de la anécdota, es cómo es que la Corte Electoral tiene unos sellos que pueden o no, de manera completamente aleatoria, estar en tu pasaporte o no, como mecanismo para justificar tu ausencia de una elección.

    A pesar de lo chiquito del ejemplo, creo que muestra bastante bien la descoordinación que a veces existe entre distintas partes de un mismo Estado que, aunque sea de manera más o menos general, debería tener un mínimo de coordinación. Especialmente cuando se trata de multas que no son baratas (son más de $ 1.700 la multa por no votar). Y cómo es que, gracias a esa descoordinación, queda uno expuesto a una discrecionalidad anónima, en la que, si no se tiene lo que se nos pide en la web, es necesario pagar primero y reclamar después, a ver si hay suerte. Por cierto, hablar sobre la gente de Migraciones del aeropuerto me recuerda que hasta hace unos años era completamente discrecional lo que me pedían allí para poder volar con mi hija (menor de edad) de regreso al país en donde los dos (y también su madre) vivíamos entonces. Más de una vez estuvimos a punto de quedar en tierra porque, dependiendo de quién te tocara, te podían pedir de todo. O nada, como ocurrió otras veces.

    Volviendo a la inquietud que late detrás del ejemplo, entiendo que en Uruguay no es tan rara esta descoordinación. Y que esa descoordinación muchas veces se transforma en más confusión para el usuario o en un uso no particularmente bueno de los recursos. Baste mirar otro ejemplo: el trazado y diseño de las ciclovías en Montevideo. Si uno observa las que existen, podrá ver que los criterios para cada una de estas son distintos. Desde las que son ultraangostas y van en una sola dirección, como las que suben y bajan por Hocquart y Nueva Palmira, hasta las más glamorosas y bien señalizadas, como la de 18 de Julio. Las primeras no tienen el menor mantenimiento desde hace años. Fueron proyectadas, instaladas y nadie parece recordarlas. Ni tampoco usarlas, la mayor parte de los ciclistas que suben o bajan por esas calles preferenciales prefieren circular por la calzada, en donde encuentran menos obstáculos y un pavimento más cuidado. Las ciclovías en sí son un cúmulo de baches y asfalto irregular que nadie quiere (ni puede) transitar.

    Otro cantar es la de 18: más reciente, con un montón de polémica alrededor, en la principal avenida de la ciudad, las autoridades responsables de su realización querían dejar una obra en buenas condiciones. Bien señalizada, bien pintada y con un público ciclista que, al menos mientras se encuentra en esas buenas condiciones, elige usarla. Lo que sí queda claro es que no se usaron los mismos criterios en los casos mencionados, aunque, se supone, todas las ciclovías son parte de un mismo plan rector coordinado. Esa diferencia de criterios seguramente incide en que más gente use más una que las otras. A lo que se suma que ese plan común no parece existir cuando se trata de coordinar y conectar distintas ciclovías. No parece un buen uso de los recursos públicos hacer obras de forma desconexa y con diferentes criterios a lo largo del tiempo. De hecho, eso se parece más a una política de parches que se guía por las necesidades (políticas) del momento que a un plan de largo aliento.

    La descoordinación, la ineficiencia y el uso poco inteligente de los recursos públicos no son cosas raras en el Uruguay. Por eso, cada candidato político de cualquier partido ofrece en su menú electoral corregir esas taras. Taras que, aunque pasan elecciones de todo tipo, siguen allí, como testigo de unas inercias que nos tienen anclados en mitad del siglo XX mientras el XXI nos viene pasando por encima. ¿Quiere decir esto que no existen los planes y que todos los políticos son lo mismo? No necesariamente. Solo que esos políticos muchas veces se ven subordinados a un montón de factores que impiden la realización eficiente de esos planes. El cruce de intereses corporativos con esas inercias de la época de Maracaná es lo que logra que en fechas tan recientes como 2017 cientos de empleados de empresas estatales, como el Correo o Ancap, siguieran cobrando sus sueldos aún cuando no trabajaban desde años atrás.

    Los ejemplos propuestos son apenas eso, ejemplos. Cualquiera que se interese por tener un Estado eficiente, uno que se preocupe por el ciudadano a la hora de hacer un trámite o brindarle un servicio, puede encontrar otros que lo toquen más de cerca. Y en el plano mediático, son varios los casos de mal uso, cuando no dilapidación de recursos públicos, que han sido sonados o siguen sonando, como es el de la división Pórtland de Ancap, que en los últimos 25 años ha generado pérdidas por más de US$ 800 millones.

    Obviamente, las distancias entre un trámite que se hace difícil y una pérdida colectiva de esa magnitud son inmensas. Pero, al mismo tiempo, no es difícil ver que existe un patrón de ineficiencia, omisiones y lentitud a la hora de adaptarse al cambio tecnológico, que resulta visible en ambos casos. O en la descoordinación a la hora de realizar obra pública. Es como si siempre llegáramos tarde y quedáramos mal parados. A tal punto es así que los ciudadanos comenzamos a asumir que no hay otra forma de gestionar lo público y que es inevitable la ineficiencia y la primacía de los intereses corporativos por encima de los comunes. Así, el bien común se diluye en el tironeo de intereses parciales y el dinero público deja de ser de todos para ser de nadie. O, peor aún, de algunas de las partes.

    En campaña se habló muchísimo de la pobreza infantil y la necesidad de erradicarla si Uruguay quiere tener alguna clase de futuro. Sin embargo, a la hora de los hechos contantes y sonantes, los niños pobres han desaparecido de la charla pública y solo aparecen como tortazo retórico que se le tira al rival político. Sin un Estado eficiente, que se adapte al presente, difícilmente esos niños serán parte integrada de nuestro futuro en común.