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    El futuro de Lacalle Pou

    Pasará la banda presidencial sabiendo muy claramente cuál será su destino inmediato: ser el líder de la coalición republicana; y para eso no necesita estar en ningún cargo público

    Director Periodístico de Búsqueda

    Nada. Nada es lo que debería asumir Luis Lacalle Pou luego de pasarle la banda presidencial a su sucesor, Yamandú Orsi, el próximo 1º de marzo. No parece necesario que ocupe algún cargo público a partir de ese día. Podría ser senador de la República, para lo que fue electo, o presidente del Directorio del Partido Nacional, un destino muy codiciado por todos los blancos, pero es probable que esos lugares no le generen beneficios importantes y sí costos innecesarios.

    A unas semanas de la derrota del oficialismo en las elecciones nacionales, cuando ya ha disminuido bastante la espuma y se puede empezar a ver lo que hay debajo, algunas conclusiones se hacen más evidentes. El gobierno de Lacalle Pou perdió en las urnas, no logró ser reelecto. Ese es un hecho incontrastable. También lo es que el mejor escenario para el presidente era que su candidato fuera quien lo sucediera en el cargo porque no hay mayor señal de respaldo de la ciudadanía a un gobierno que esa. Por más popularidad que tenga Lacalle Pou en las encuestas, el oficialismo perdió y esa no es una buena noticia para él.

    Pero, a la distancia, el mandatario no fue el gran derrotado el 24 de noviembre ni mucho menos. Termina su administración con una gran aceptación popular —es uno de los dos políticos mejor valorados de Uruguay y el único de la coalición republicana con un saldo positivo— y es visto por muchos dirigentes blancos, colorados y del Partido Independiente como líder indiscutido de la futura oposición.

    No aparece en el horizonte nadie que pueda llegar a disputarle ese liderazgo, por más que la excandidata a la vicepresidencia por el Partido Nacional, Valeria Ripoll, dijo días atrás que el líder debería ser el expostulante presidencial Álvaro Delgado. Esa reflexión no fue de recibo en la inmensa mayoría de la dirigencia blanca. Tampoco los colorados piensan desplazarlo, por más que haya posturas distintas entre los senadores Andrés Ojeda y Pedro Bordaberry. Algunos ven en Bordaberry la piedra en el zapato de Lacalle Pou, pero eso no significa que tenga posibilidades serias de disputarle la primacía de la futura oposición.

    Así que, desde ese punto de vista, pasará la banda presidencial sabiendo muy claramente cuál será su destino inmediato: ser el líder de la coalición republicana. Y para eso no necesita estar en ningún lado. Al revés, es preferible mantenerse alejado de cualquier lugar que pueda llegar a limitar sus acciones o atarlo a una agenda preestablecida.

    Él ha dicho una y otra vez durante los últimos días, en reuniones y diálogos privados, que no tiene previsto asumir como senador de la República ni tampoco presidir el directorio blanco. Algunos de sus correligionarios dudan de esa negativa porque consideran que Lacalle Pou, con su larga trayectoria política y sus antecedentes de hiperactividad, no tolerará estar todo el día sin nuevas responsabilidades.

    Error. Lo que ocurre si no asume ninguna otra responsabilidad pública es que su agenda diaria se la establece él mismo. Habla solo de lo que quiere, cuando quiere y ante las personas que le parezca conveniente. No tiene que participar en discusiones que considere que no le aportan y no pasa a ser uno más entre 30 senadores o 15 integrantes del Directorio del Partido Nacional. Se puede mover perfectamente a otro nivel y aparecer de manera más esporádica.

    ¿Pierde un poco de protagonismo? Sí, pero la siguiente pregunta es: ¿y cuál es el problema? ¿Hay alguien que vaya a lograr ocupar su espacio si no está todos los días ante los micrófonos y las cámaras? ¿Acaso Lacalle Pou no tiene ya ganado ese lugar de liderazgo? Puede ser leído exactamente al revés: cuanto menos aparezca, más interés tendrá todo lo que diga cada vez que aparezca.

    Hay antecedentes al respecto que suman a la teoría de que no debería asumir ningún cargo luego de quitarse la banda presidencial. Los dos presidentes que repitieron mandatos desde la restauración democrática hasta la fecha, el colorado Julio Sanguinetti y el frenteamplista Tabaré Vázquez, no ocuparon ningún cargo público luego de sus primeras presidencias. Entre 1990 y 1994 Sanguinetti bajó al llano y desde allí comandó a su sector y a su partido para poder ganar las siguientes elecciones. Lo mismo hizo Vázquez, que se fue para su casa y apareció cada vez que lo evaluó necesario —muy poco, por cierto— hasta volver a ser elegido como presidente por un amplio margen en 2014.

    Así que no es ni siquiera una novedad que Lacalle Pou opte por no asumir ninguna de las alternativas públicas que tiene por delante para los próximos años. Teniendo en cuenta lo que ocurrió con los que lograron volver a la presidencia, es hasta el camino más seguro y sensato.

    El problema para Lacalle Pou puede llegar a ser que casi todo el sistema político, o todo, lo están viendo como un candidato seguro para el 2029 y los militantes de la coalición republicana han depositado en él todas sus esperanzas, de la misma forma que los del Frente Amplio ya lo han asumido como el adversario más complicado de vencer. Eso significa que buscarán la forma de atacarlo y debilitarlo desde el próximo oficialismo y las demandas de sus correligionarios también serán grandes para que les dé ciertas seguridades que ahora no tienen.

    “Es obvio que van a ir por él”, me dijo hace unos días alguien que conoce de memoria los procesos políticos en Uruguay y que está muy cerca del futuro gobierno. Y sí, es obvio. Pero ni siquiera eso es motivo suficiente para que Lacalle Pou pretenda blindarse desde un cargo público. Primero, porque lo de los fueros de los legisladores es una gran excusa. Si alguien está involucrado en un delito realmente complicado, no hay fuero que lo salve, y eso todos los políticos lo saben. Ejemplos hay muchos y algunos son de los últimos años. Y segundo, porque entre todas sus armaduras posibles en el futuro cercano capaz que la más resistente sea la de expresidente. Por lo menos es la que le produce menos compromisos que en este momento de su carrera política lo pueden perjudicar más que beneficiar.

    Llegar a la presidencia de la República es solo para unos pocos. Muchos lo intentan, solo algunos se acercan y los menos logran atravesar la meta. Un vez a cargo de la oficina principal del piso 11 de la Torre Ejecutiva, lo que viene después que se abandona ese lugar es en descendencia. Y puede haber dos maneras de descender. Una es para hacerlo temporalmente y tomar impulso para el futuro (y para eso es necesario estar lo menos cargado posible). La otra es para emprender lentamente la retirada. La opción final al respecto solo está en manos de Lacalle Pou y sus consecuencias, a merced del tiempo.