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El liderazgo de Yamandú Orsi leído en clave ideológica
Orsi es un producto típico de la fábrica MPP, que a su vez no es otra cosa que la versión posdictadura, corregida y aumentada, de la vieja escuela MLN-T
La especialísima configuración política que arrojó la elección nacional tendió a sesgar nuestros análisis hacia qué puede esperarse del Parlamento. El interés de periodistas y analistas en el escenario parlamentario está más que justificado. Todo indica que esta institución jugará durante este quinquenio un papel más importante que en los 20 años previos. Pero en nuestro sistema político, como resultará obvio, el presidente es un actor de relevancia por ser el jefe de gobierno. Tiene mucho sentido, por ende, preguntarse qué tipo de liderazgo ejercerá Yamandú Orsi. Y para eso es clave comprender a fondo la ideología del nuevo presidente. Los renglones siguientes están dedicados a indagar en este asunto. Pero antes hay que decir al menos dos palabras sobre el peso efectivo del liderazgo presidencial.
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En ciencia política nadie discute la importancia de las instituciones. Tanto es así que es raro encontrar colegas que no inscriban su trabajo en algunos de los tres o cuatro “nuevos institucionalismos” que circulan en aulas, publicaciones y congresos. Más allá de adscripciones y definiciones, a nadie se le escapa que los entornos institucionales (desde las reglas electorales hasta las estructuras del Estado) inciden en las decisiones y en los comportamientos de los actores políticos, incentivando algunos cursos de acción y desalentando otros.
Sin embargo, negar el papel de los actores es tan difícil como desconocer que las instituciones importan. Entre instituciones y actores hay una relación circular. El presidencialismo uruguayo ofrece un buen ejemplo de esto. El constituyente puso en manos de los presidentes una batería de recursos de poder nada desdeñable, desde el veto hasta el mecanismo de urgente consideración (MUC). Al mismo tiempo, la estructura del sistema de partidos (fraccionalización y fragmentación) estableció límites políticos potentes al poder presidencial. En palabras de Luis Eduardo González: los presidentes uruguayos son institucionalmente poderosos, pero políticamente débiles.
Pero distintos presidentes colocados en contextos políticos similares ejercieron liderazgos diferentes. No fue lo mismo Jorge Pacheco Areco que Juan María Bordaberry, Julio María Sanguinetti que Jorge Batlle, Tabaré Vázquez que José Mujica, Luis Alberto Lacalle de Herrera que Luis Lacalle Pou. Algunos usaron el veto o el MUC. Otros no lo hicieron. Algunos construyeron coaliciones duraderas. Otros no lo intentaron o no pudieron. Algunos tendieron puentes hacia la oposición. Otros priorizaron pactar con los suyos. En todos los casos, eso sí, buscaron dejar la huella de sus preferencias en el gobierno.
Dicho esto, ¿qué podemos esperar del liderazgo de Yamandú Orsi? Sabemos que no es el líder del Frente Amplio (FA). Fue, y en buena ley, su candidato a la presidencia. El FA tiene un presidente, Fernando Pereira, que jugó un papel importante desde que asumió el cargo. Pero tampoco es el líder del partido. Orsi tampoco es el jefe del Movimiento de Participación Popular (MPP). Esta facción tiene a su principal referente en la chacra, José Mujica, y dos líderes en ascenso en la Torre Ejecutiva. El presidente electo es uno de ellos. El otro, notoriamente, es Alejandro Sánchez. También sabemos que Orsi se define a sí mismo como un dirigente pragmático, que está abierto al diálogo con sus adversarios y que concede un amplio margen de maniobra a quienes gobiernan con él. Nada de esto es casual. Todo lo contrario. Es perfectamente consistente con la “escuela” en la que se socializó políticamente.
Orsi es un producto típico de la fábrica MPP, que a su vez no es otra cosa que la versión posdictadura, corregida y aumentada, de la vieja escuela MLN-T (Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros). El rasgo más característico de la matriz ideológica en la que Orsi se formó políticamente a partir de los años 90 es el pragmatismo. Para el pragmatismo no es posible determinar el contenido de verdad de una proposición a priori, es decir, antes de la experiencia. Por eso decían los viejos tupamaros, confundiendo marxismo y pragmatismo, que “la teoría surge de la práctica”. Una organización política construida sobre esta base está genéticamente preparada para mutar y adaptarse a circunstancias cambiantes. No se aferra a una doctrina o un dogma. Se mueve por ensayo y error. Desde luego, ese pragmatismo está al servicio de algunos principios como la defensa de la nación y la búsqueda de la igualdad.
Otro rasgo de esa misma escuela política es su apertura al diálogo con enemigos y adversarios. Son numerosos, bien conocidos y por momentos asombrosos los testimonios de las conversaciones dentro y fuera de cuarteles entre “milicos y tupas”, para decirlo en los términos del excelente libro de Leonardo Haberkorn. Después de la dictadura, durante los últimos años de su vida, Raúl Sendic generó una fuerte polémica en la izquierda cuando insistió con su idea del frente grande, que por definición rompía las fronteras del FA. Esa misma disposición al diálogo puede encontrarse en gestos de José Mujica, antes, durante y después de su presidencia (verbigracia, su relación con Jorge Larrañaga). Orsi ha dejado varios testimonios en la misma dirección. Uno de los más llamativos ocurrió a principios de abril de 2020, cuando junto con Sergio Botana y Marne Osorio hicieron circular una carta en la que convocaban a un “gran diálogo para la reconstrucción nacional”1. El tono conciliador de su discurso del 1° de marzo, desde ese punto de vista, es consistente con su trayectoria y su matriz ideológica.
Dicen los que lo vieron dirigir el gobierno de Canelones que Orsi trabajaba en equipo y dejaba hacer. Desde que fue electo presidente hasta ahora viene enviando señales en la misma dirección. Fiel a la vieja escuela, prefiere la “dirección colectiva” al decisionismo, el trato horizontal al vertical. Fiel a la vieja escuela, tiene una “estrategia política general” (ha enunciado sus prioridades) pero concede un alto nivel de “autonomía táctica”, para seguir usando el lenguaje del documento N° 4 del MLN-T (fechado en 1969), a quienes lo acompañan en el equipo de gobierno. En su mundo no hay dueños de la verdad, como en la vieja escuela tupamara. Cada ministro recluta a sus colaboradores y dirige su “columna” en la dirección fijada colectivamente, pero como le parece. El papel del líder no es mandar, sino articular.
El gobierno que empieza no se propone construir el socialismo ni romper con el imperialismo. Su revolución es la de las “cosas simples”. En el lenguaje de las políticas públicas, incrementalismo puro. En el plano de los objetivos, entre este presidente y la vieja “orga” hay un abismo de 60 años. Pero en la forma de hacer política se reconoce el genoma.