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Es el final de una época en la que la prolongación del cuerpo no era un celular y la de la memoria no era una nube, sino una fábrica, un taller, una editorial con el espesor que le daban los sueños y las batallas de cada uno de los que formaban parte de esa aventura conquistadora
“Exagerar es una forma de creatividad que pertenece al arte. Y el arte es la expresión de las emociones. Exagerar hace bien, es un ejercicio de las pasiones, de las que venimos cada vez más alejados por esta realidad analgésica en la que vivimos”. (Oliviero Toscani)
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En algún momento tenía que pasar; un día el mundo se quedó sin colores. Oliviero Toscani, el fotógrafo que inquietó al mundo, falleció y con el se fue la época más luminosa de la historia contemporánea de los empresarios-industriales-artesanos-artistas, esos que soñaban con cambiar el mundo, contagiándolo con su ADN de trabajo, creatividad, compromiso y llenándolo de colores. Es el final de una época en la que la prolongación del cuerpo no era un celular y la de la memoria no era una nube, sino una fábrica, un taller, una editorial con el espesor que le daban los sueños y las batallas de cada uno de los que formaban parte de esa aventura conquistadora, que solo era viable con el compromiso total que da el estar ahí, físicamente, con los demás, reconociendo a cada persona por su nombre, creándola y creándose en cada contacto.
Como dice el Génesis (creo) cuando nos habla que Dios creó al mundo llamando a cada cosa por su nombre. Es el final de la época del cada uno, muy distinto al todos (Jorge Luis Borges solía iniciar sus charlas diciendo: “Buenas noches a cada uno, no a todos”). Es el final de una época e los en la que empresarios-industriales-artesanos-artistas eran parte de la construcción y la reconstrucción de una humanidad harta de sí misma, que por décadas, hasta mediados del siglo XX, se contaba no por vivos sino por millones de muertos. Estoy exagerando, lo sé. Pero exagerar es una forma de creatividad… y el arte es la expresión de las emociones, ¡exagerar hace bien! Pero era la línea editorial de aquellos días.
No todos los empresarios-industriales-artesanos-artistas eran así y aquella distaba mucho de ser una sociedad que vivía la vida en colores. Era una sociedad violenta (como siempre) la de la Guerra Fría. También era una sociedad que comenzaba a ver en la juventud algo distinto a la materia prima que se utiliza en las guerras, sino también como energía creativa y de consumo.
Lo indiscutible es que eran tiempos de transformaciones sociales, políticas y de conquistas, en los que ya la Tierra no alcanzaba y nos fuimos al espacio. Era una época marcada por el cuerpo. El cuerpo del dolor retorcido de las guerras no declaradas, el cuerpo de las mujeres con la creación de la píldora anticonceptiva, el cuerpo de los jóvenes con jeans, zapatillas y minifaldas y con el culto del rock a base de sexo, droga y rock & roll, el cuerpo de los viajes lisérgicos, el cuerpo de Martin Luther King, Malcon X y JF Kennedy, el cuerpo de los astronautas envueltos en el espacio, el cuerpo de los deportistas forzados hasta el límite de lo imposible por una medalla más que en los Juegos Olímpicos justificase la supremacía de un bloque y de una ideología, los cuerpos de los alpinistas cuando el Everest era un animal fantástico y divino al que se lo desafiaba con el respeto y el cuidado que su excepcionalidad merece y no como un destino más de la industria del turismo masivo, que por donde pasa depreda, como un Atila contemporáneo. Y luego fue el cuerpo de los inmigrantes africanos a merced del Mediterráneo y el cuerpo de cristos sufrientes azotados y humillados por el SIDA, como pinturas de Andrea Mantegna. Y así fue hasta el nuevo siglo, cuando el cuerpo fue desplazado por las aplicaciones.
Como ya sabemos, era una sociedad imperfecta, como todas, muchas veces frágil e hipócrita que ocultaba esos cuerpos. Y entonces llegó Oliviero Toscani, el fotógrafo que involucró a toda la sociedad (a pesar de ella), el que con un solo click atrapaba los demonios ocultos, el lado B de los últimos treinta años del Siglo XX. Un artista que rediseñó la fotografía y la publicidad para siempre. Inútil describir una obra que puede y creo debe ser vista más que explicada porque como pocas, logró identificar y exponer en tiempo real las heridas profundas que perturbaban la vida. Si bien comenzó antes que el formidable empresario Luciano Benetton lo contratara, gracias a él pudo transformar su arte en un manifiesto cultural, social y político internacional. Luciano Benetton, un industrial consciente de que los empresarios son quienes cuentan con las mayores y mejores herramientas para rediseñar su tiempo. Toscani y Benetton llenaron al mundo de colores, sabiendo que con las luces existen las sombras, que aunque se las niegue o se las obture, siempre se abren camino solas hasta que se vuelve imposible ignorarlas
Y a los pocos días falleció David Lynch, el ojo que captó como nadie las perturbaciones psicológicas de un mundo que estaba cambiando para siempre, el mismo de Oliviero Toscani y Luciano Benetton, y las plasmó en obras audiovisuales inigualables. Excelentes artículos y reseñas fueron publicadas apenas se conoció la noticia de su muerte. Pero hay un diálogo, creo que al final de la primera temporada de la nave nodriza de las series de televisión, Twin Peaks (se estrenó en 1990 y yo la vi en el 2003), que me vuelve a la cabeza cada vez con mayor asiduidad, cada vez más potente. En el pueblo de Twin Peaks se producen una serie de crímenes que culminan con la violación y asesinato de una chica, Laura Palmer. Era obra del Demonio. Un detective del FBI descubre al responsable: el padre de Laura, Leland Palmer, un importante abogado, quien poseído por el espíritu maléfico de Bob, había matado a su hija y luego se había suicidado. El pueblo se había liberado finalmente del diablo y aliviado volvía a la normalidad. El detective perturbado por la reacción de la gente se pregunta: ¿en qué mundo vivimos si la presencia del demonio aterroriza más que un padre que viola y asesina a su propia hija?
“La información no es igual a la verdad. Investigar e informar la verdad cuesta caro mientras la ficción es barata. La verdad es muy compleja y la ficción es tan simple como se quiera. Porque la verdad duele y la ficción se acomoda”, dice Yuval Noah Harari.
Del espesor y la complejidad del claroscuro a la monotonía deformante de las luces que encandilan. De Oliviero Toscani y David Lynch a…
“Enojo, depresión y tristeza son cosas bellísimas en una historia, pero son veneno para el artista. Hay que tener claridad para crear”. (David Lynch)
“Este fin de semana voy intentar descubrir si estoy conectado con la luna… estoy casi seguro de que estoy conectado con la luna”. (más David Lynch)