Y, ahora, hay que desandar parte del camino. Las acusaciones, las burlas, incluso los insultos lanzados por dirigentes de un bloque político contra los del otro eran una afrenta contra quienes votaban.
Votar cada cinco años es un factor necesario, pero no suficiente para que una democracia funcione. Se necesita leer correctamente y escuchar con atención la voz de la gente
Y, ahora, hay que desandar parte del camino. Las acusaciones, las burlas, incluso los insultos lanzados por dirigentes de un bloque político contra los del otro eran una afrenta contra quienes votaban.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPero ahora, los tirios necesitan que algún troyano los vote para ganar en el balotaje. Y viceversa.
Si se va a golpear, será con puño de seda, no vaya a ser que los impactos afecten al electorado y lo alejen de alguien a quien ya no votaron en la primera vuelta. Y ahora cada voto que se le saca al otro vale doble. Consigo uno y el otro pierde uno.
Esta lógica que se impone en el balotaje nos lleva a otra que se ha venido repitiendo en el país desde hace décadas. Con o sin mayorías parlamentarias, no se han logrado políticas de consenso que aseguren que esos cambios perdurarán en el tiempo, se profundizarán y, quizás, con los años, se cosechen los frutos, porque lo que se cayó en 50 años no se va a construir en cinco. Un poco de grandeza para sembrar acuerdos y que sean otros los que recojan los frutos.
¿Es complicado un escenario en el que el gobierno no tenga mayorías parlamentarias? Lo es. Pero con mayorías aseguradas no nos fue tan bien que digamos en los temas de fondo que afectan a los uruguayos, sobre todo a los más débiles.
Lo que surgió de las urnas el último domingo de octubre no es más que la evidencia a la que nos enfrentamos desde hace tiempo: el país está dividido en dos bloques casi idénticos en cantidad de votos.
La mayoría de los presidentes de la era posdictadura ganaron con la mitad y apenas un poco más de los votos. O sea, la mitad de la población no los apoyó en las urnas. Pero, luego, deben gobernar para todos: tanto para quienes los votaron como para quienes no.
Esta complicación de la ausencia de mayoría legislativa quizás venga bien. O se toman en serio la voz de las urnas o el país se estancará.
Obligado cualquiera pelea. Ojalá que, obligado, cualquiera pacte.
El blanco o el negro en política no ha funcionado. Quizás haya que transitar por el gris que nos asegure políticas pactadas que perduren. Lo largo, si tenue, dos veces largo.
Lo surgido de las elecciones de octubre pondrá aún más en evidencia la calidad de la democracia, de sus partidos y de sus líderes.
Después de todo, si uno lee los programas de gobierno, en grandes líneas, hay muchas coincidencias en varios temas importantes como la seguridad, la infancia, la economía. Se podría aplicar el término acuñado por el politólogo peruano Alberto Vergara y citado por su colega uruguayo Juan Pablo Luna en su último libro ¿Democracia muerta?: los dos bloques son “enemigos ínfimos”.
Si cumplen lo que prometieron, sea desde el gobierno o desde la oposición, los acuerdos tienen que ser un hecho. Lo otro sería politiquería barata, que sale cara y que mina la credibilidad en las instituciones.
¿Habrán tomado nota de que un antisistema como Gustavo Salle entró al Parlamento?
¿Habrán tomado nota de que el 90% de los políticos, los técnicos, los empresarios y el sistema de medios llamó a no votar el plebiscito contra la reforma de la seguridad social, pero 40% les (nos) dio la espalda?
Ahora parece que entramos en un debate, que se incorporó a la campaña hacia el balotaje, sobre cómo leer la votación. Los votos a favor de una candidatura o de alguno de los dos plebiscitos que se pusieron a consideración en octubre son claros. Pero ¿cómo leer o interpretar los votos en contra?
Por un lado, se señala que el 40% a favor de la reforma de la seguridad social debe ser tenido en cuenta cuando, en caso de que gane el Frente Amplio, se vaya a un diálogo social para modificar el régimen de pasividades.
“No creo que (se) pueda ignorar que un 40% de la población votó a favor de una papeleta proponiendo cambios importantes”, dijo el eventual ministro de Economía si gana el Frente, Gabriel Oddone.
¿Cómo y en qué tenerlos en cuenta? ¿En eliminar las AFAP? ¿En aumentar las jubilaciones y bajar la edad? ¿Cómo contemplarlos sin ir contra la mayoría que le dijo no a la reforma?
La izquierda aprobó un programa de gobierno que promueve ir hacia el fin del lucro en la gestión de las pasividades.
Pero durante la campaña contra el plebiscito impulsado por el PIT-CNT, y ante la dimensión que tendría para el futuro gobierno su aprobación, los voceros frenteamplistas defendieron el sistema mixto, que en definitiva también mantuvieron los tres gobiernos del Frente.
¿Cómo mantener el sistema mixto sin el lucro evidente que generaría para el administrador de los ahorros personales? El único camino que parece viable lo marcó el senador Alejandro Sánchez, cuando mencionó que habría que “nacionalizar” las AFAP. Pero la sola mención de algo que fuera contra las administradoras de pensiones era tan políticamente incorrecta en campaña que el propio legislador dijo luego que se trataba de una “ironía”.
Si gana, el Frente tendrá que hilar muy fino en este tema, que ya se ha convertido en un arma electoral para el oficialismo.
Ahora, la coalición multicolor tampoco es que tenga demasiada autoridad en esto de acatar al pie de la letra lo que dicen las urnas.
El plebiscito que habilitaba allanamientos nocturnos apenas alcanzó el 38,8%. Por cierto, si hay que oír al 40% que votó por el otro plebiscito, ¿por qué no oír a este 38%?
En ocasiones, cuando los dirigentes apelan a medidas represivas para enfrentar la inseguridad, algo que han venido haciendo desde los noventa, uno de los argumentos que suelo utilizar es que la gente pide mano dura y los gobernantes van detrás de ese reclamo.
Parece que las urnas no me están dando toda la razón.
Y si no, vean. En 2014, se impulsó un plebiscito para bajar la edad de imputabilidad penal de los 18 a los 16 años, y el resultado fue negativo, ya que lo votó el 46,8%.
Cinco años después, en 2019, y a impulso del extinto Jorge Larrañaga, se presentó una reforma (Vivir sin miedo) que, además de los allanamientos nocturnos, proponía crear una Guardia Nacional con militares, el cumplimiento total de las penas, la eliminación de la libertad anticipada en ciertos delitos (más encierro) y la cadena perpetua (revisable). Alcanzó también el 46,8% de los votos y perdió.
Es decir, cuando la gente pudo expresarse sobre medidas punitivas, las rechazó.
Pero a la dirigencia no le importó. Por un lado, aunque la gente les había dicho que no a los allanamientos nocturnos, en esta elección volvieron sobre el tema. Hicieron lo mismo que le cuestionaron al Frente Amplio con la ley de caducidad, insistir con un asunto que las urnas habían ¿laudado? Quizás hayan “leído” que en 2019 las urnas les dijeron no a las demás propuestas que incluían la enmienda, pero no a lo de los allanamientos.
Aún así, cometieron un pecado político peor. En 2019, las urnas le dijeron que no a la eliminación de la libertad anticipada, pero menos de un año después, en 2020, el oficialismo aprobó en el Parlamento una ley (la LUC) y allí impusieron esa medida que la ciudadanía había rechazado.
Entonces, ¿cómo es que los dirigentes leen y escuchan a la ciudadanía?
Votar cada cinco años es un factor necesario, pero no suficiente para que una democracia funcione. Se necesita leer correctamente y escuchar con atención la voz de la gente.
Si un número creciente de ciudadanos ya no se siente representado por los partidos que integran el sistema, ya sea por promesas incumplidas o políticas fallidas, y ahora le sumamos lecturas o interpretaciones que se alejan de lo que dijeron las urnas, bueno, en vez de soluciones lo que harán es agrandar el problema.
¿Cómo se soluciona? En su libro, Juan Pablo Luna dice ante la pregunta de cuál es la solución a la crisis que viven las democracias occidentales: “Me sorprende siempre esa compulsión por saltar a la solución sin terminar de entender el problema”. En suma, empiecen por entender, luego se verá.