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    Ens amans

    Columnista de Búsqueda

    La personalidad, sostiene Max Scheler, no es en absoluto un sujeto de la razón, tampoco es un sujeto de la voluntad racional. La personalidad es ante todo ens amans (“ser amante”), y no ens cogitans (“ser pensante”) y ni siquiera ens volens (“ser dispuesto”). Cree que la definición de personalidad que se basa en la razón equivale a su despersonalización, ya que la mente es idéntica en todas las personas y los actos de actividad racional son supraindividuales. Si fueran posibles, explica, seres cuya actividad estuviera agotada por la razón, entonces, estos seres no serían personas. Sin embargo, la personalidad es una unidad concreta, cuya esencia reside en la diversidad de actos y que se encuentra en cierto sentido presidida por la emotividad del espíritu. Sostiene con un fuerte empuje, que remite a Pascal, que la emocionalidad del espíritu, el sentimiento, la preferencia, el amor y el odio tienen su propio contenido original a priori, “no tomado del pensamiento”. Hay un a priori ordre du coeur (“orden del corazón”) o logique du coeur (“lógica del corazón”), de la que Blaise Pascal habla tan perspicazmente. Scheler ve en Pascal a un gran pensador que sentó las bases para la justificación de las leyes absolutas y eternas de los actos emocionales, similares a las leyes inmutables de la lógica, pero no reductibles a ellas. Con palabras de atrapante belleza, Pascal también habla de genios del amor específicamente dotados, que son menos comunes que los genios de la razón y, en su rango espiritual, son superiores a estos últimos. Estas resplandecientes ideas, que provienen no solo de Pascal, sino también de san Agustín, afirma Scheler, no se desarrollaron debidamente hasta convertirse en una teoría coherente y, por tanto, requieren, explica, el tratamiento que ahora les asigna.

    Desde ese suelo preparado es que desarrolla, entonces, su crucial concepto de la emocionalidad del espíritu en divisiones modernizadas. Al dotarse de una base teórica preliminar, muestra que nuestros sentimientos tienen una estructura compleja de múltiples capas, coordinadas jerárquicamente, que conforman cuatro niveles únicos bien distinguidos, a saber: 1) “sentimientos de sensualidad”, o sentimientos de sensaciones; 2) el sentido de la corporalidad como estado y el sentido de la vida como función; 3) sentimientos puros “espirituales”; 4) sentimientos espirituales y sentimientos personales, que no tienen naturaleza de estados.

    Además, y en el plan de hacer inteligible la secuencia emocional, Scheler distingue entre el “sentimiento de algo” intencional y el “estado de sentimiento”; los primeros se relacionan con el contenido y los fenómenos, los segundos con las funciones de su recepción. Todos los “sentimientos de sensualidad” específicos tienen naturaleza de estados, es decir, están asociados indirectamente a los objetos a través del contenido de sensaciones, percepciones e ideas; además, están mediados por la experiencia y el pensamiento. Según Scheler, el “sentimiento intencional” tiene un carácter completamente diferente, pues aquí hay una “dirección del sentimiento” hacia un objeto, por ejemplo, hacia los valores. En un pasaje especialmente memorable de su libro sobre el orden del amor, escribe: “Todos los filósofos, poetas y moralistas antiguos están de acuerdo en que el amor es un esfuerzo, una aspiración de lo 'inferior' hacia lo 'superior', de lo 'informado' hacia lo 'formado' de la 'apariencia' hacia la 'esencia', de la 'ignorancia' hacia el 'conocimiento', un 'medio entre plenitud y privación', como dice Platón en El banquete. ... El universo es una gran cadena de entidades espirituales dinámicas, de formas de ser que van desde la 'prima materia' hasta el hombre, una cadena en la que lo inferior siempre lucha por lo superior y es atraído por él, que nunca retrocede sino aspira a su vez hacia arriba. Este proceso continúa hasta la deidad, que en sí misma no ama, pero representa la meta eternamente inmóvil y unificadora de todas estas aspiraciones de amor”.

    La esencia de su análisis consiste en excluir la organización específica de los portadores de los actos y la realidad de los objetos para establecer lo que se esconde en la “materia” de estos actos. Así entendida, la emocionalidad es considerada el nivel más alto de la espiritualidad, que no tiene nada en común con la esfera de lo sensual y lo corporal, y sus leyes se consideran radicalmente diferentes e independientes de la corporalidad y la sensualidad, al igual que la emocionalidad.