Nuestra nueva Constitución ha sido establecida y tiene una apariencia que promete permanencia, pero en este mundo nada puede afirmarse que sea seguro, excepto la muerte y los impuestos.
Un sistema puro de reparto lo haría más inseguro
Nuestra nueva Constitución ha sido establecida y tiene una apariencia que promete permanencia, pero en este mundo nada puede afirmarse que sea seguro, excepto la muerte y los impuestos.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá(Benjamin Franklin, en una carta a Jean-Baptiste Le Roy, 1789)
Que nada es seguro en la vida es una obviedad, sobre todo en tiempos en que en Medio Oriente la escalada de violencia y la ausencia de diplomacia podría llevar a una nueva guerra mundial.
La inseguridad inherente a la vida humana fue tradicionalmente manejada por las familias y las instituciones voluntarias como las asociaciones, los gremios, los sindicatos, las mutualistas, las iglesias, etc.
A fines del siglo XIX, más precisamente en 1871, nace en la Alemania unificada por Otto von Bismarck, primer canciller del Imperio alemán, el Estado de bienestar. La motivación política de Bismarck, que era un militar, terrateniente y conservador, fue frenar, al mismo tiempo, a los liberales que se oponían a las tendencias imperiales y a los partidos socialistas que reivindicaban a la clase trabajadora. Uno de los instrumentos de ese Estado de bienestar fue la creación del sistema de seguridad social en 1889. Le habían precedido una ley de seguro de enfermedad y una de seguro contra accidentes. Se financiaban con impuestos que pagaban los trabajadores, pero que retenían las empresas.
Cabe aquí hacer una digresión y recordar que toda imposición sobre el contrato de trabajo es pagada por el trabajador, ya que el empleador comparará todos los costos asociados con el empleado (salario, contribuciones a la seguridad social, impuestos, regulaciones, etc.) con su productividad y será esta la que ponga el límite máximo a esos costos. Esto produce una brecha, a veces enorme, entre el salario neto que recibe el trabajador y los costos totales en que incurre el empleador.
El sistema de seguridad social establecido por Bismarck era un sistema de reparto y beneficiaba a las personas que llegaban a los 70 años cuando la esperanza de vida en Alemania no excedía los 40. Nunca tan a propósito la frase de Franklin. Los trabajadores pagaban hoy los impuestos y la mayoría moría antes de cobrar beneficios. Los pocos que cobraban los beneficios eran de clase media o alta. Un claro impuesto regresivo y con ingresos netos para el Estado.
Todos los sistemas de reparto están sujetos a estas variables pero, modernamente, con el efecto contrario para el Estado. Si la esperanza de vida crece, aun con la misma cantidad de trabajadores activos el sistema deberá aumentar los impuestos o reducir los beneficios. Esto se puede agravar si el número de trabajadores activos baja por aumento de la desocupación o por emigración. También se agrava si se reduce su ingreso medio por mala performance de la economía. Los sistemas de reparto para actividades específicas tienen este problema y además el factor tecnológico, que puede hacer que una profesión o actividad específica cambie en términos de nivel de remuneraciones promedio y número de personas empleadas en dicha actividad.
¿Hay algún sistema inmune a las variables demográficas y económicas? No, no lo hay. Sin embargo, el sistema de ahorro individual, quizás combinado con seguros de vida, hace que cada persona se adapte mejor a sus necesidades futuras y las de su familia sin depender de factores demográficos o estructurales de la economía.
¿Qué problemas tiene el sistema mixto uruguayo? Nuestro sistema combina el de reparto con el de capitalización individual, pero el sistema de reparto es demasiado amplio y el de capitalización individual está demasiado regulado. El de reparto es demasiado amplio porque se pagan jubilaciones muy altas, generando una carga al sistema, que es difícil de financiar. El de capitalización tiene restricciones a la inversión que llevan a un rendimiento promedio muy bajo en comparaciones internacionales. Capítulo aparte merecería el tema de la administración de los fondos recibidos de las AFAP al momento de la jubilación por parte del Banco de Seguros del Estado.
¿Es la solución pasar de nuevo a un sistema puro de reparto? Por las razones mencionadas antes, creo que no. Sería hacer más inseguro aún el sistema.
La sociedad uruguaya conservadora y con clara aversión al riesgo debería tener una pensión universal a la vejez generosa, sin requisito de documentar años de trabajo y pagadera a partir de una edad razonable, 60 años, por ejemplo. El dinero destinado a esta nueva seguridad social debería fijarse como porcentaje del PBI. De ese modo el ajuste sería automático al crecer la economía uruguaya y del mismo modo se ajustaría a la baja en tiempos difíciles si los hubiera. De esa forma los beneficiarios, toda la población mayor de 60 años, se volverían “hinchas” del crecimiento del PBI y apoyarían iniciativas que lo hagan crecer y se opondrían a iniciativas que lo enlentezcan o sean abiertamente nocivas, como los aumentos del gasto público, la creación o suba de impuestos y el aumento de regulaciones.
Esta red de seguridad debería complementarse con un sistema de capitalización individual libre de impuestos y con baja regulación que permita adaptar las decisiones de ahorro a las necesidades de cada ahorrista según su edad, características respecto al riesgo y planes de futuro. La regulación debería incluir la libertad de invertir fuera de Uruguay.
Espero que quede claro cuál es mi posición como liberal: entiendo que la cultura de Uruguay no es liberal, entiendo los motivos por los que tenemos una cultura conservadora y de aversión al riesgo, pero creo que se puede mejorar el sistema de forma de mejorar la situación de los menos favorecidos y dar más libertad a los ciudadanos más dinámicos para que con su capacidad de emprender y arriesgar creen oportunidades para todos.