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    Escándalo e incertidumbre

    La Libertad Avanza no es un partido, es un rejunte; no tiene una ideología, ni siquiera la ideología del presidente parece ser compartida

    En las últimas semanas ha estallado en Argentina el caso de corrupción más relevante de la era Milei. Se conocieron una serie de audios en los que el director de la Agencia Nacional de Discapacidad, Diego Spagnuolo, se quejaba de que Eduardo Lule Menem, subsecretario de Gestión Institucional de la Presidencia y hombre de confianza de la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, lo obligó a nombrar funcionarios en su área que pedían “retornos” (coimas) a droguerías y laboratorios a los que esa dependencia compraba medicamentos para distribuir a personas con discapacidad. En los audios filtrados (aparentemente, se los han grabado de manera ilegal durante bastante tiempo) Spagnuolo calculaba que se trataría de un desfalco de unos 800.000 dólares mensuales, de los cuales Karina Milei, hermana del presidente, recibiría el 3%. Lo más grave, sin embargo, es que cuenta que puso al propio Javier Milei al tanto de este robo, y el presidente no hizo nada.

    El gobierno quedó desconcertado durante dos semanas, en las que apenas algún funcionario balbuceó alguna explicación echando la culpa a una operación política pergeñada por la oposición, lo que resultó insuficiente incluso para los propios. Perdió la iniciativa en la agenda pública, y sus trols en las redes sociales, que suelen comportarse como pirañas ante la más mínima crítica, sobre este tema siguen callados. Estudios de opinión pública muestran que más del 80% de la población se enteró del caso, 73% considera que lo sucedido es grave, 60% considera que los hechos son verdaderos y 81% sostiene que Milei debería dar una respuesta pública sobre el particular. Pero el 83% afirma que el hecho no modifica su voto de cara a las elecciones legislativas de octubre. Quizás por esta última razón Milei ha hablado públicamente, pero solo ha soltado sobre el tema algunas frases fuera de contexto, inquietantes y contradictorias entre sí. Primero dijo: “Están molestos porque les estamos afanando los choreos” (sic). Y más tarde dijo que “es todo mentira”.

    Además de la ineludible indignación, las características del escándalo muestran, por su rusticidad y su impacto, no solo una gran impericia en el manejo de crisis, sino un gobierno atónito y frágil. Es que la imprevisibilidad es uno de los efectos colaterales que sobrevienen en las democracias en las que no hay partidos políticos, o bien estos están en crisis, o en vergonzosa retirada.

    Cuando hay partidos políticos (como los hay todavía en Uruguay), existe en ellos cierta cultura compartida, cierta visión general de las cosas, cierta camaradería forjada durante años de amistad, enemistad o militancia, referenciadas dentro de un sistema de códigos compartido, que entre otras cosas hace que, por ejemplo, ante eventuales crisis, los comportamientos de los diferentes actores involucrados sean en cierta medida controlables, administrables o al menos predecibles. En cambio, si no hay partidos, como es el caso del gobierno de Milei, que llegó a controlar el Estado de manera imprevista (tanto para la sociedad argentina como para él mismo), conformar un equipo de gobierno que esté a la altura (alta o baja, da lo mismo) de las circunstancias es muy difícil, casi imposible.

    En este escándalo, Diego Spagnuolo, el funcionario (y abogado del propio Milei en algunas causas judiciales) que con sus reveladores audios hace estallar la crisis sin querer, es alguien a quien el presidente conoce solo desde hace un par de años. Es decir que Milei nombra a este funcionario en un área históricamente estratégica de la recaudación ilegal, y a muchos otros funcionarios en otras áreas, a las apuradas, sin antecedentes, sin conocer el terreno y sin experiencia política alguna. Es cierto que últimamente era cercano a Milei (es la segunda persona que más ingresos registra tanto a la Casa Rosada como a la Quinta Presidencial de la localidad de Olivos desde que Milei es presidente), pero definitivamente no es un “cuadro”, como no hay casi cuadros en ninguna oficina del gobierno. De nuevo, un cuadro es un activo de un partido, un militante o un dirigente con experticia técnica, con experiencia o criterio político, con formación en el manejo de la cosa pública y, sobre todo, con una visión (más o menos ideológica) de los objetivos generales del gobierno que de manera eventual le toca compartir o integrar. En general, las agencias del Estado son presa fácil para ser capturadas por intereses y negocios (económicos o políticos) particulares. Si no están controladas por partidos y cuadros, lo son todavía mucho más.

    Por lo tanto, Spagnuolo es un personaje advenedizo, sin experiencia política ni técnica en el área en la que ha sido designado con un cargo jerárquico y que administra millones de dólares, y por lo tanto es una caja de Pandora impredecible, así como lo es su comportamiento judicial: ahora, ya despedido de su cargo, todo el gobierno está temblando por si se declara arrepentido y colabora con la Justicia contando secretos a cambio de mejorar su propia situación judicial.

    Pero lo más interesante de este caso es que hay cientos de Spagnuolos en el gobierno, en el gabinete, en el cuerpo de comunicadores y pseudodefensores del gobierno en los medios, en las redes sociales, en los legisladores nacionales y de las distintas provincias. Si no era este, iba a ser (o será más adelante) cualquier otro. La Libertad Avanza no es un partido, es un rejunte. No tiene una ideología, ni siquiera la ideología del presidente parece ser compartida. Este “partido” está lleno de arribistas que se subieron a una ola exitosa y son y serán los primeros en tirarse al agua para salvarse apenas el barco empiece a moverse un poco.

    Un gobierno sin partido es una bola sin manija, un mono con navaja, o la metáfora que más nos guste. Y estos aprovechadores inescrupulosos, sin lazos personales, ni ideológicos, ni organizativos ni morales entre sí, se sienten todavía mucho más libres, como electrones sueltos, a hacer su propio juego (político o económico) si ven que en la cúpula misma no solo no hay una dirección clara, un liderazgo respetado, sino que se hacen negocios o se disputa el poder sin ninguna vergüenza y a la luz del día. De hecho, al gobierno argentino le cuesta retener a sus funcionarios, e incluso a sus legisladores, por causas que parecen estar más cerca de las traiciones personales o las operaciones políticas que de las diferencias ideológicas o programáticas.

    A pesar de que todos estos males y amenazas son más que conocidos, este es el futuro de muchas democracias del mundo. Los partidos tienden a desaparecer. Las campañas, la comunicación y la política toda se hacen más estridentes, más escandalosas, más rudimentarias, más veloces, más inmediatas, más chabacanas, más sensacionalistas y, por lo tanto, más divertidas. No es que los partidos sean víctimas absolutas de los tiempos que corren. En parte lo son, pero también tienen su alta cuota de responsabilidad. Pero la inmediatez, la falta de orientación, el desconcierto, el carancheo y la cada vez más baja calidad de la dirigencia y de la propia democracia es algo a lo que tendremos que acostumbrarnos.

    Por suerte, todavía nos queda Uruguay.

    Martín D´Alessandro es politólogo y profesor de ciencia política de la Universidad de Buenos Aires