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    Esos que son de segunda

    Columnista de Búsqueda

    Hace unos años escribí en el entonces Twitter: “Cuando el ciudadano se fusiona con el partido, el líder o la idea, empieza a abandonar la ciudadanía. Ser ciudadano es administrar una libertad, unos derechos y unas obligaciones. Tener un líder, un partido, un dogma que estén por encima de eso es caminar hacia al vasallaje”. De inmediato fui amonestado por un politólogo local quien me dijo que la palabra vasallaje era muy ruin. Es un politólogo que ama las banderas políticas ondeando en el fuerte viento del futuro patrio, así que quizá se sintió tocado, no lo sé. Lo que sí sé es algo que resulta muy visible en estos días de campaña electoral: leer la realidad solo en clave partidaria logra que los ciudadanos terminen por no importar y eso implica que se puedan ver conculcados sus derechos sin que nadie se despeine por ello.

    En esa mirada, los ciudadanos ven respetados sus derechos solo en la medida en que cumplen con el rol de afirmar las posibilidades de que mi partido llegue al poder. Por el contrario, si estimo que ese ciudadano puede ser un obstáculo para la victoria, sus derechos no importan un pito. Y cualquiera que recuerde que esos derechos deben ser preservados, sin que importe la balanza partidaria, pasa a ser un facho o un bolche. Eso fue lo que me ocurrió la semana pasada, al publicar una columna cuestionando el disparate que es exponer públicamente la intimidad psíquica de Romina Celeste, quien ya ha dado suficientes pruebas de ser frágil en ese sentido. Y de cómo eso no puede ni debe ser utilizado en el baile electoral porque es un abuso inadmisible en una sociedad civilizada que, se supone, respeta a todos sus ciudadanos.

    En la columna eludía de manera explícita hacer el menor comentario sobre los famosos chats del caso Astesiano. Ya se ha escrito y se sigue escribiendo muchísimo sobre eso, incluso en este mismo medio. Lo que me interesaba era señalar que, con la idea de que todo debe ser absolutamente transparente, estamos reventando la seriedad institucional (y con ello la confianza en las instituciones) y además estamos haciendo añicos la privacidad de los ciudadanos. Esto es especialmente grave cuando les ocurre a aquellos ciudadanos que están bajo la custodia del Estado, como fue el caso.

    Sin embargo, eso no importó: la única lectura que pudieron hacer los hinchas de Peñarol y Nacional fue, además de recurrir al insulto (incluido el de un muñeco que ha sido investigado por corrupción en su pago, hay que joderse), gritar que mi nota operaba para “la derecha” o para “la izquierda”. Me he aburrido de repetirlo en estas mismas columnas: sin una perspectiva ciudadana de la política, todo lo político será leído en clave partidaria y no es verdad que partidos y política sean una misma cosa. También he dicho que X, que es donde se desarrolló este pequeño melodrama que cuento, es el lugar de la peor mugre partidaria por excelencia. Es verdad, también se pueden encontrar buenas notas y gente con inteligencia. Pero quienes imponen el tono son, sin duda, los hooligans más violentos y cortitos.

    Retomo una frase de la columna de la semana pasada: “Existe una audiencia deseosa de comprar cualquier disparate que sirva para polarizarse y putear todo lo que se mueva en la vereda de enfrente. Sin ese factor externo, la patología que eventualmente aqueja a Romina jamás se habría manifestado hasta alcanzar el nivel de impacto social que alcanzó”. Los comentarios brutales y destemplados que despertó una nota que llamaba a respetar los derechos de los ciudadanos, especialmente los de aquellos que están bajo la custodia del Estado, demuestran que esa audiencia asilvestrada por lo partidario efectivamente existe y se alimenta de preconceptos. Es justamente la audiencia de la que habla la frase, una que se construye al costo de negarles a otros ciudadanos derechos que ellos mismos reclaman y necesitan. Capaz que la palabra vasallo es ruin, pero muy autónomo no parece ser quien apalea sus propios derechos cuando cree que con eso le da para adelante a su partido.

    El problema es que ya ni siquiera esperamos a leer, simplemente colocamos de antemano aquello que vamos a leer (o ni eso) en la correspondiente cajita de odio partidario. Un odio que nos vienen ayudando a diseñar y delimitar nuestros maravillosos partidos, entre otras organizaciones dedicadas al proselitismo político. El que no vea una relación entre la campaña de descalificación mutua en la que se viene prodigando el sistema partidario desde hace rato y el nivel de zócalo que tiene la charla política entre nosotros, los ciudadanos, mejor que se compre lentes. Miramos la realidad exclusivamente desde la óptica partidaria, exacerbada en estos días por las elecciones y por unos políticos que, salvo excepciones, van de lo triste a lo muy triste. Normal que la conversa sea la que es.

    Se dirá que X no es un buen termómetro de la realidad social y es verdad. Pero sí que es un buen lugar para ver los efectos de los experimentos sociales sin control que venimos haciendo desde que arrancó la aceleración tecnológica que nos trajo hasta acá. Un experimento que permite ver cómo es que la gente ya tiene tomada una posición y que, incluso antes de leer un argumento, ya decidió en donde ubicarlo en la cajita que le dieron desde arriba. Cuando sos capaz de eso, de negar o conceder derechos ciudadanos solo en función de tu limitada visión partidaria, sin siquiera leer el argumento que se te propone, no sos precisamente un ejemplo de demócrata cabal. Dicho de otra forma, podrás pensar que sos terrible posmoderno cool o el rey de los valores tradicionales, pero tu forma de entender los derechos huele a la premodernidad más rancia.

    Y en algún punto eso es también resultado de parcelar la sociedad, asumiendo que hay ciudadanos de primera y de segunda. De primera, los míos, que merecen todos los derechos y garantías. De segunda, los del otro bando, que no merecen nada y pueden ser utilizados como carne de cañón en las guerritas partidarias. De segunda, Romina Celeste, a quien se le pueden publicar los resultados de una pericia psiquiátrica cuando está bajo custodia del Estado, en la tapa de un diario nacional, sin que a nadie le llame la atención. De segunda, los presos que desde hace años mueren en las cárceles. De segunda, los niños, a los que, como no votan ni tienen agenda propia, les dejamos el proyecto de ley sobre primera infancia colgado en el Parlamento. De segunda, todos aquellos que nacen, viven y mueren sin haber tenido jamás una oportunidad de salir del ciclo de pobreza y violencia en que viven. De segunda, sobre todo, 157.000 niños pobres.

    Pero vos dale, tranquilo, si tu partido gana todo estará justificado. Ahí sí, todos los derechos van a tener que ser respetados y serán inalienables. Porque el ejercicio de los derechos es para los ciudadanos de primera, como vos, como los tuyos. Como la gente de bien, que no vive en el margen. Capaz que hasta ligás un carguito desde el cual podés trepar y, si las cosas no te salen bien, decepcionar con manejos turbios a la misma ciudadanía que te votó. Por suerte vos sos “normal”, no como esos que son de segunda y no merecen nada.