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    Harta

    ¿No solo tenemos que tolerar los abusos diarios sino que a través de la ley se pretende establecer el análisis sobre nuestra conducta en el momento en el que somos víctimas de una violación?; ¡qué cansancio!

    Columnista de Búsqueda

    Sos adolescente, vas caminando tranquila a la salida del liceo. De repente, un hombre pasa al lado tuyo y te muestra el pene. Shock. Miedo. Salís corriendo. Pasa el tiempo, vas en el ómnibus sentada en el pasillo. Un hombre se para junto a vos y te apoya sin disimulo la entrepierna en el hombro. Quieta, no podés hacer nada, apenas correrte e intentar que no te toque. Antes, cuando aún eras chica, otro te tocó la cola cuando subías al ómnibus a la salida del club. Claro, tenías calzas. Te lo buscaste. Te moriste de asco, ¿pero qué podías hacer? Otro día vas a trabajar. Es temprano, aún no amaneció. Caminás con miedo, como siempre, hasta que, una vez más, sucede. Un hombre se masturba y te mira desafiante desde su impunidad y tu terror. ¿Te suena? Seguro que sí. Sos mujer, tenés que soportar todo esto una y otra vez desde que sos una niña. Y esto no es nada. Esto es solo una pequeña sumatoria de cosas que pasan todos los días. Ni siquiera entramos en los horrores que viven niñas y mujeres dentro de sus propias casas, sus supuestos lugares de refugio. Ni las que mueren de las maneras más espantosas en manos de sus parejas. A las que sus propios maridos les matan los hijos solo para hacerlas sufrir hasta límites insoportables. Y después preguntan por qué marchamos.

    Y mientras todos los días de nuestras vidas estamos obligadas a pasar por estas situaciones, a pocos días de un nuevo 8 de marzo, en el que mujeres de todo el país reclamaremos por todo esto y mucho más, aparece un nuevo proyecto de ley que nos culpabiliza, nos apunta con el dedo con la supuesta intención de hacer justicia. Así como lo leen.

    Los cambios que propuso días atrás el senador colorado Gustavo Zubía a la Ley 19.580, Ley de Violencia hacia las Mujeres Basada en Género, produjeron el rechazo inmediato de jerarcas, legisladores, mujeres, muchas mujeres, que no acreditaban lo que leían o escuchaban.

    De tal magnitud fue el repudio que el texto cambió. Obligado, pero cambió. Ya no se plantea revisar “la historia sexual” previa o posterior de las mujeres sino que el texto que deberá analizar el Parlamento plantea revisar “la historia”. ¿Qué historia? Quién sabe.

    El artículo 46 de la ley vigente plantea que, “sin perjuicio de lo dispuesto por el artículo 140 del Código General del Proceso, debe tenerse especialmente en cuenta que los hechos de violencia constituyen, en general, situaciones vinculadas a la intimidad o que se efectúan sin la presencia de terceros. El silencio, la falta de resistencia o la historia sexual previa o posterior de la víctima de una agresión sexual no deben ser valorados como demostración de aceptación o consentimiento de la conducta”.

    El nuevo proyecto plantea que la historia —ahora le sacaron la palabra sexual— será prudentemente analizada para valorar o no la conducta en cuestión. Pero no solo la historia. El silencio y la falta de resistencia también serán “prudentemente analizados”. Ajá.

    ¿Sabrán los legisladores firmantes que ante situaciones de abuso sexual o violación el silencio o la falta de resistencia responden al terror, al shock, al pánico a morir si se intenta impedirlo o simplemente a la seguridad de que nadie lo va a creer cuando se cuente? Claro que lo saben. El propio Zubía lo dijo en la conferencia de prensa el día que presentó el proyecto. “Somos conscientes de que el silencio de la víctima o la falta de resistencia en muchas oportunidades no son necesariamente manifestaciones de aquiescencia a la conducta sexual”. Lo saben, por supuesto. Entonces allí apareció el ejemplo de lo que se conoció como “la violación del Cordón” como argumento de por qué hay que revisar la resistencia, o la conducta, o el silencio o la historia.

    Sobre el tema de las denuncias falsas hay cosas por hacer. Por supuesto. Nadie niega que existen, y seguro que, si analizamos y pensamos en serio un rato, hay formas de penalizarlas y así prevenirlas. El hombre que sufre una denuncia falsa es una víctima gravísima y muchos de sus derechos son suspendidos. No puede ser gratuito. Comparto esa visión. Y comparto también la visión de que la ley es perfectible y tiene aspectos que mejorar para sumar garantías.

    ¿Pero eso nos lleva a revisar la evidencia existente sobre el funcionamiento del trauma de una mujer o, peor, de una niña, abusada, violada, con una carga que seguramente jamás podrá soltar? ¿Porque no pudo resistirse, porque no tuvo las herramientas, porque simplemente estaba aterrorizada?

    ¿No solo tenemos que tolerar los abusos diarios sino que a través de la ley se pretende establecer el análisis sobre nuestra conducta en el momento en el que somos víctimas de una violación? ¡Qué cansancio!

    Es pertinente recordar además que el senador Zubía tiene una visión particular de los casos de violación que le costaron cuestionamientos desde todos los frentes, incluso de la propia comisión de género del Partido Colorado.

    A grandes rasgos, durante una entrevista en Desayunos informales el entonces diputado dijo que una niña de 12 años podía estar “contentísima” de mantener relaciones sexuales con hombres de 26 y que “hay situaciones de violación donde la víctima dio su consentimiento más allá de que no estaba en edad. Entonces no hay violencia. Hay engaño”. Luego, en diálogo con El Observador, dijo que fue interpretado “de mala fe” y agregó que “la violación se llama ope leguis, por encima de la ley, cuando la niña puede dar su consentimiento biológico. No hay violencia física, hay violencia moral porque la niña no está apta para dar su consentimiento legal”, sostuvo. Toda esta explicación la hizo para justificar por qué cree que no en todos los casos de violación hay violencia. En fin.

    La comisión de género del Partido Colorado envió una carta al Comité Ejecutivo Nacional de esa colectividad política en la que señaló que ser omisos ante “tales declaraciones” hace daño al partido, dado que “representan una apología a la normalización del abuso infantil y las relaciones sexuales asimétricas entre niños y adultos”.

    Resulta por lo menos difícil de entender que con el objetivo, tal como lo plantea Zubía, de “hacer justicia con la situación de hombres lesionados por la ley de violencia contra la mujer” el camino sea poner el foco en si la víctima se resistió, se quedó quieta o no pudo decir una palabra. No pudo. Quizás solo quería que la tortura terminara de una vez.