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    Hay que hacer algo

    No hay duda de que el conflicto del puerto en el que se han trenzado la empresa Katoen Natie y el sindicato portuario (Supra) es uno de los temas más preocupantes del momento

    No hay duda de que el conflicto del puerto en el que se han trenzado la empresa Katoen Natie y el sindicato portuario (Supra) es uno de los temas más preocupantes del momento.

    Las pérdidas económicas de esta trenza superan ya los 60 millones de dólares, y no es que nadie haga nada para resolverlo, pero el asunto está muy trancado.

    Entre el software que la empresa quiere instalar y las exigencias de los trabajadores de reducir su horario de trabajo de ocho a seis horas pero sin rebaja salarial (y un sinnúmero de reclamaciones más de ambas partes), a lo que se agrega la natural preocupación de los protagonistas del comercio internacional, la cosa está que arde.

    Fortunato se había informado bien de los detalles del conflicto y se sentó en su sillón a ver el informativo de cierre, tras haber cenado un churrasco con arroz acompañado (generosamente) por un malbec importado, lo cual, como de costumbre, era una amenaza para su estado de alerta mientras durara el noticiero.

    —La situación sigue siendo muy confusa —dijo el conductor del informativo—, ya que ninguna de las partes parece ceder, frente a la inminencia de la caducidad del convenio, lo cual podría agravar más aún la situación…

    —Esto parece el conflicto del Medio Oriente, nadie afloja y todos quieren ganar —barruntó para sus adentros Fortunato, y agregó, en su reflexión, que este asunto habría que ponerlo en manos de Trump, que es un especialista en enmendar entuertos.

    Para eso, el informativo continuó con un detalle presidencial pero no precisamente de Donald Trump.

    —El presidente Orsi ha sido consultado por el desarrollo de este tema y ha expresado textualmente (y arranca un video en el que habla el primer mandatario): “Naturalmente hay que sopesar, ¿no?, los distintos aspectos del caso, que, convengamos, es bastante complicado, es decir, ¿no?, de una complejidad importante, porque hay que ver, ¿no?, que una y otra parte tienen su punto de vista, pero no es sencillo dar una opinión, porque…”.

    Ahí Fortunato empezó a parpadear en reiteración real. Ya se le perdía todo el largo e indeciso parlamento de nuestro presidente cuando creyó escuchar, porque ya estaba casi dormido, que el informativista decía algo inusual.

    —El gobierno uruguayo ha recibido un ofrecimiento del gobierno de los Estados Unidos para que el presidente Trump intervenga en este complejo asunto —decía el conductor del noticiero—. Y el gobierno uruguayo parece haberlo aceptado —prosiguió.

    —¡Se me dio! —pensó para sí Fortunato, aunque no estaba seguro de que aquello no fuera un sueño.

    —Según se ha sabido —prosiguió la tele—, Trump llegará mañana a Montevideo para tomar riendas en el asunto, pero ya se han anunciado algunas de las medidas que dispondrá —continuó.

    Se informó entonces que Trump militarizará el puerto y separará del cargo a los dirigentes de Katoen Natie y a los dirigentes sindicales. Ante el rechazo de la cúpula sindical portuaria de aceptar esta medida, el presidente Trump mandó a encarcelar al presidente del sindicato, aludiendo que, para él, como presidente de los Estados Unidos, el rebelde sindicalista era un inmigrante ilegal, y lo amenazó con deportarlo a la isla de Flores, junto con la cúpula del PIT-CNT, que también había llamado a un paro general para abortar aquel despropósito institucional.

    El sueño de Fortunato incluyó el desarrollo de la operación, ya que, una vez Trump llegado al Uruguay se entrevistó con Orsi y le aseguró que su visita era solamente por unos días, hasta que pusiera las cosas en orden, el presidente uruguayo le habría dicho: “Bueno, en fin, hay que ver, porque la cosa es cómo hacemos con la Constitución, porque ahí hay algunas cosas que se dicen que harían medio complicado este tema, pero, bueno, vista la complejidad de la situación…”. Parece que Trump lo habría cortado en seco, recomendándole que se fuera por unos días a Anchorena, que cantara resfrío con un poco de fiebre y lo dejara trabajar tranquilo.

    El presidente visitante consultó luego a los exportadores e importadores uruguayos, los que manifestaron su aprobación al plan y le sugirieron que aprovechara también para disolver la Asociación de Despachantes de Aduana, que designara a dichos operadores como agricultores de primera y los enviara a todos a cultivar los campos en Casupá que serán expropiados para la construcción de la represa. “Así se van haciendo la idea de que hay otras cosas para hacer en la vida”, dicen que expresó el mandatario visitante, agregando: “Las regulaciones medievales terminaron junto con los caballeros de las cruzadas”.

    Trump se tomó un descanso en su intensa tarea para aprovechar y decretar un arancel del 150% para las importaciones de jugadores extranjeros que vendrían a integrar los equipos uruguayos de primera división. “Make la Celeste Great Again”, dijo Trump. “Que los que juegan aquí sean todos uruguayos, así Bielsa no tiene que traer tránsfugas que están ganando fortunas por el mundo y que cuando llegan aquí arrastran las patas” (“they drag their feet”, fue la expresión coloquial que utilizó).

    Resuelto el asunto del puerto (Fortunato no podía dejar de soñar todo aquello), el presidente Trump se despidió del pueblo de Uruguay en un monumental acto público en el que miles de uruguayos vocearon y alabaron su nombre, cantaron el himno y gritaron entusiasmados “¡Uruguay nomá!”, ondeando banderas uruguayas y carteles que decían “Sí se puede”.

    Pero antes de partir de regreso a su país, un delivery de paquetes importados se acercó a la Torre Ejecutiva para expresarle que le había llegado una encomienda desde Francia y que —según decía el formulario de envío— el remitente era el presidente francés, Emmanuel Macron.

    Trump lo abrió con singular curiosidad, y una enorme sonrisa cruzó su anaranjado rostro de un lado al otro de la cara.

    Era la corona de Luis XIV, que vaya uno a saber cómo la había conseguido su colega francés, porque las joyas que los chorros habían afanado en el Louvre eran las de Napoleón.

    —“Él sabrá de dónde la sacó” —reflexionó Trump, calzándose la corona del Roi Soleil, y se la puso en el coco, por arriba de su rubia melena.

    Fortunato se despertó en ese momento y, sin ver lo que había en la pantalla, se dirigió a su cama para seguir durmiendo.

    —“Ese tipo es medio bestia, pero es un rey” —se dijo para sus adentros, sin pensarlo demasiado.