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En Histoire de Russie, Serguéi Soloviev iluminó por primera vez muchos de los fenómenos más importantes del pasado ruso, por ejemplo, la cuestión de la división de la historia rusa en épocas y la influencia de las condiciones naturales del territorio en su destino histórico
Hay una estirpe de pensadores que hicieron posible la historia sin por ello definir el campo y trazar las deseables fronteras epistemológicas que tanto se echan de menos cuando se producen debates acerca de los procesos del pasado. Pienso en los nombres de Herder, de Voltaire, magníficamente de Gibbon en la Ilustración como primeras fuentes de esa familia de investigadores que levantaron escenarios y dieron cercana vivacidad a personajes y circunstancias que de otro modo habrían estado sueltos, atomizados en el nonsense de siglos de injurias, de olvidos y desdenes. En esa gloriosa colección es justo sumar a Mommsen y su extraordinario estudio sobre Roma, al vertiginoso esplendor de Spengler, a Braudel, a Toynbee y a Pirenne y a Marc Bloch despegando del polvo las grandes luces de la Edad Media. ¿Qué tienen en común estos escritores que en el curso de apenas 200 años se congregaron para armar colosales hipótesis y vívidos relatos acerca de realidades que debieron crear como forma de acercarse temerariamente a lo que ya no se puede salvar si no es por el arte de la imaginación, por el embrujo de la palabra, por la seducción de ciertas complejas figuras lógicas? Su magia hermenéutica, su pluma encendida, la teatralidad de sus reconstrucciones.
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Quiero reparar una distracción que a menudo se da en ciertos círculos cuando se celebra el portento de los grandes relatos de la historia y refiere a Rusia, que nos ha prodigado a Serguéi Soloviev (1820-1879), el gran autor de la saga nacional que ha permitido conocer y entender el plástico despliegue de una civilización bendecida por la vastedad de pueblos y geografías y enriquecida por una épica que de generación en generación no ha cesado de conferir un sentido de destino a sus muchos pueblos. Soloviev es el gran historiador de la Rusia antigua y el creador de una narrativa que parte de los primeros varegos, vikingos que se atrevieron hacia el este, y llega prácticamente hasta la muerte de Pedro 1 a principios del siglo XVIII. En ese milenio y medio de guerras, de realizaciones, de aventuras y de admirable épica encierra Soloviev el alma nacional de su patria. Nacido en una familia de clérigos, estudió en la escuela de teología, el gimnasio y la Universidad de Moscú. En 1845 defendió su tesis de maestría con el título Sobre las relaciones de Novgorod con los grandes príncipes. En 1847 defendió su tesis doctoral: La historia de las relaciones entre los príncipes rusos de la casa de Rurik. Cuando se publicó, era un libro de 700 páginas. El punto principal fue la conclusión de que la lucha entre las relaciones de clan y de Estado constituyó el contenido principal de la historia de Rusia hasta finales del siglo XVI, cuando se produjo el triunfo final de las relaciones de Estado sobre las de clan. Con tan solo 27 años, Soloviev se convirtió en profesor en la Universidad de Moscú. Y casi toda su vida la consagró a la que es su obra más importante y que explica mi insistencia para que se la incluya en el panteón olímpico que integran los autores más arriba encomiados: Histoire de Russie (Editorial Adamant Media Corporation, París, 2001). Una pieza que, en su versión original, suma cerca de 30 volúmenes y que ahora recomiendo en una síntesis facsimilar de 698 páginas.
En este trabajo, Soloviev basó su idea de la lucha entre clanes y Estados como base para la periodización de la historia rusa. Con el establecimiento del predominio de las relaciones estatales a finales del siglo XVI, obra que inicia claramente Iván IV, llamado el Terrible, y las convulsiones de su descendencia comenzó el período de los llamados “problemas”, que amenazaba con la destrucción del joven Estado. Luego, desde los Romanov, le seguirá, prolongándose hasta mediados del siglo XVIII, el período en el que se desarrolla la vida estatal de Rusia entre las potencias europeas; desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX. Una época en la que, según sus palabras, tomar prestados los “frutos de la civilización europea” se hizo necesario no solo “para el bienestar material”, sino también para la “iluminación moral”. Este autor presentó e iluminó por primera vez muchos de los fenómenos más importantes del pasado ruso, que antes no se habían notado en absoluto. Por ejemplo, la cuestión de la división de la historia rusa en épocas y la influencia de las condiciones naturales del territorio en el destino histórico del pueblo ruso. Fue pionero en expresar una teoría real aplicada a la historia rusa, introduciendo el principio de desarrollo como cambio gradual en los conceptos mentales y morales de la sociedad. Según sus opiniones metodológicas, el Estado ha sido en Rusia la fuerza motriz del desarrollo histórico.