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    La ley a priori del amor

    Columnista de Búsqueda

    En pleito con las intranquilas novedades de su época y con ciertos ademanes de la reflexión antropológica, a veces tan ligada al marco de la psicología social, Max Scheler fue bien lejos en su giro audaz con el propósito de comprender la índole de la personalidad ética de las sociedades y de las personas. Ello lo condujo, no sin audacia, a formular leyes inmanentes, objetivas y a priori de la vida emocional, independientes de la psique —en algún sentido análogas funcionalmente a las leyes de la lógica y las matemáticas—, pero que corresponden al plan divino según el cual está construido el mundo, como un mundo de valores. Esto lo plantea Ordo amoris, uno de sus libros de presencia más decisiva en el horizonte del pensamiento antropológico que lo vinculan en situación de intimidad con san Agustín y con Pascal.

    De acuerdo a la premisa de Scheler, los sentimientos de una persona —o, metafóricamente, su corazón— no son un caos de estados sensoriales ciegos; por el contrario, son un reflejo exacto, una imagen del cosmos. Bajo esta mirada el corazón humano es un microcosmos del mundo de los valores. Este filósofo reclama enfáticamente una clara ruptura con la falsa visión de las emociones como algo oscuro, opaco, reducido a estados sensoriales y situado en la periferia de la conciencia. El “orden del corazón”, así le llama, es estricto, preciso y objetivo: es una “especie de matemática del corazón, cuyas leyes tienen la misma férrea necesidad y fuerza obligatoria que las disposiciones de la lógica deductiva”. "El concepto figurativo del corazón —escribe— es un conjunto de actos y funciones ordenados armoniosamente, independientes de la organización mental de una persona y que actúan con asombrosa precisión, proporcionalidad y estricta objetividad. La acción fundamental y objetivamente necesaria de estas leyes, su significado es tan colosal, absoluto y eterno que incluso la desaparición de la especie Homo sapiens no afectará su existencia”. Protesta categóricamente contra la identificación de la esfera emocional con la esfera del subconsciente o inconsciente, declarando que las emociones son el área más “pura” de la conciencia humana, elevada por encima de lo empírico y sensual.

    El amor y el odio, como actos fundamentales, también gobiernan, según Scheler, los estados sensoriales, que son, por así decirlo, un eco de la experiencia del mundo que se produce en estos actos y atestigua la armonía o falta de armonía del “orden del amor”. Los estados sensoriales son fenómenos cambiantes y dependen de los altibajos de las emociones. Por tanto, el amor y el odio también controlan los afectos y pasiones de una persona. El afecto, a la luz de la teoría de Scheler, es un estado agudo y ciego, pero pasivo, mientras que la pasión es siempre activa y agresiva. Pero, aunque la pasión es unilateral y empecinada, tiene ojos, tiene inteligencia, es capaz de ver y conocer valores. “No hay nada grandioso sin grandes pasiones, pero todo lo grandioso sucede sin afectos”, dice Scheler.

    En el contexto de la ley a priori que consagra la primacía del amor sobre el odio, estos actos-experiencias se consideran cualitativamente opuestos, pero inextricablemente interconectados. El odio es una reacción al amor falso, la rebelión de nuestro corazón contra la violación del “orden del amor”, ya sea que estemos hablando de un impulso individual o de un fenómeno de masas expresado, por ejemplo, en los elementos de las revoluciones. En el odio, el filósofo ve el lado opuesto del amor, sin embargo, cree que no es el odio, sino el amor el que juega el papel principal, pues “nuestro corazón fue originalmente destinado al amor y no al odio”.

    La segunda ley a priori del “orden del amor” creo que es la más relevante a todos los efectos: declara la primacía del amor sobre el conocimiento. Scheler concede especial importancia a esta ley y le dedica una obra especial, Amor y conocimiento. Está de acuerdo con las ideas de san Agustín, quien vio grandeza en los actos de amor y demostró que el conocimiento sensorial e intelectual está determinado por la dirección del amor o del odio hacia los objetos cognoscibles. Quiere significar que las ideas, percepciones y conceptos dependen directamente de los actos emocionales. Y obedientemente los siguen.