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El presidente Lacalle Pou honró una de las mejores tradiciones de la política uruguaya posdictadura, la de intentar cumplir con lo prometido durante las elecciones
Se termina la presidencia de Luis Lacalle Pou. Corresponde hacer un balance y decir dos palabras sobre su futuro político. Ambos asuntos, balance y perspectiva, están estrechamente relacionados. Dicho de un modo muy simple: en la medida en que la mayoría de la población aprueba su gestión y teniendo en cuenta que apenas supera la cincuentena, es lógico esperar que vuelva a competir por el cargo presidencial dentro de cinco años.
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Los sondeos de opinión pública coinciden: según Equipos-Mori, por ejemplo, casi seis de cada 10 encuestados aprueban la gestión del presidente saliente.1 Debo decir que me incluyo. Mi criterio para evaluar gestiones de gobierno y mandatos presidenciales es el grado de correspondencia entre promesas electorales, por un lado, e intenciones, decisiones y políticas públicas efectivamente implementadas, por el otro. De acuerdo a un informe publicado en el diario El País en el que se analizó el grado de cumplimiento de cada una de las 140 medidas incluidas en el documento Compromiso por el país de noviembre de 2019, 98 de ellas fueron “cumplidas” o alcanzaron un “cumplimiento parcial” (casi el 70% sumando las dos categorías). En otros términos: el presidente Lacalle Pou honró una de las mejores tradiciones de la política uruguaya posdictadura, la de intentar cumplir con lo prometido durante las elecciones. De acuerdo a ese mismo estudio, el grado más alto de cumplimiento de las propuestas comprometidas durante la elección se verificó en materia de “seguridad”: 50% cumplidas, 27,3% cumplimiento parcial. En el polo opuesto se encuentra lo relativo a los temas de “transparencia”: 15,4% cumplidas, 30,8% cumplimiento parcial.2
En otras oportunidades destaqué algunas decisiones presidenciales y cuestioné otras. Tender la mano hacia el mundo universitario al inicio de la pandemia, superando viejos recelos que se remontan al pleito entre “caudillos y doctores” en el siglo XIX, fue de sus mejores iniciativas. Haber logrado sostener la coalición de gobierno durante todo el mandato fue uno de sus éxitos más relevantes. Llevar adelante la reforma de la seguridad social sabiendo que podía tener un alto costo político, para mi gusto, fue su decisión más valiente. Prescindir sistemáticamente del Frente Amplio, minimizando el diálogo con el partido político más poderoso del país, fue su mayor error político (cada excluido es un enemigo). Desconfiar tanto del Frente Amplio le costó muy caro, tanto como confiar demasiado en algunas personas de su círculo más estrecho. El caso más emblemático es el de Alejandro Astesiano, pero no fue el único. Cada escándalo, cada renuncia en el equipo de gobierno, fue una nueva oportunidad que el Frente Amplio supo aprovechar. Demasiados escándalos. Demasiadas renuncias.
El esfuerzo realizado por el equipo de gobierno liderado por Lacalle Pou por llevar adelante la agenda comprometida debe valorarse muy especialmente dado que durante estos cinco años hubo eventos externos no previstos de altísimo impacto doméstico. No puede separarse, por ejemplo, la discusión sobre si el gobierno cumplió o no con la meta fiscal de la sucesión de eventos que deprimieron la economía durante al menos tres de los cinco años (Covid, sequía, diferencia cambiaria con Argentina). A diferencia de Tabaré Vázquez durante su primer mandato, que recibió un shock externo favorable de intensidad inusual, a Lacalle Pou le tocó gobernar con viento en contra. A pesar de las emergencias causadas por eventos de impacto negativo como los mencionados, el presidente nunca perdió el rumbo que se había trazado durante 2019. Había prometido ley y orden (“mano dura”, con Jorge Larrañaga como abanderado) y crecimiento económico (basado en la apuesta a la empresa privada). Con mayor o menor velocidad y éxito, el país circuló durante estos años en esa dirección.
Pero una gestión presidencial puede también ser evaluada por los cambios culturales que provoca. El presidente es el principal formador de opinión en una democracia como la nuestra. ¿Qué batallas libró Lacalle Pou en el plano de las ideas? Desde este punto de vista, no es sencillo hacer un balance de su presidencia. Creo que puede afirmarse que sí insistió en el valor de la libertad. Lo hizo el 1° de marzo de 2020. Habló de libertad responsable durante la pandemia. Insistió en la importancia de la libertad durante el debate público sobre la LUC, pero habló más de libertad individual que de libertad económica. Es más, en algunos de sus discursos más citados, como el que hizo en Argentina en presencia del presidente Javier Milei, en lugar de poner énfasis en la libertad económica defendió el papel del Estado. En esto su estilo de liderazgo fue diferente al de su padre, Luis Alberto Lacalle Herrera. En aquel momento, tanto el presidente como alguno de sus ministros (pienso, obviamente, en Ignacio de Posadas), pusieron mucha energía al servicio del proyecto de país en el que creían y, en particular, del liberalismo económico. No es el caso del mandato que está terminando. Desde este punto de vista, el liderazgo de Lacalle Pou tiene muchos puntos de contacto con la primera presidencia de Tabaré Vázquez. Vázquez no le propuso a Uruguay un sueño. Lideró un gobierno que tenía una partitura definida. Lo mismo hizo Lacalle Pou. Se ocupó de gestionar la coalición y de intentar cumplir con lo comprometido. Ambos, Vázquez y Lacalle Pou, desde este punto de vista, tuvieron estilos muy distintos al de otros presidentes, como Jorge Batlle o José Mujica, que dedicaban mucha energía a proponer rumbos nuevos.
En todo caso, y volviendo al principio, a pesar de la derrota del oficialismo y de la victoria del Frente Amplio que llevó a Yamandú Orsi a la presidencia, Lacalle Pou termina su mandato habiendo incrementado de modo significativo su capital político. Superó las expectativas que tirios y troyanos depositaban en él. Es el principal referente de las distintas vertientes del Partido Nacional. Es, también, la figura más popular de la coalición republicana, aunque no todos se identifican tanto como Andrés Ojeda con su estilo de liderazgo. Dentro y fuera de filas nacionalistas ya hay muchos dirigentes y electores pensando, y especulando, con el momento de su regreso. Todo indica que tendrá durante un tiempo un perfil bajo, sentado en la tabla, esperando que venga otra ola.