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    Lo civil o lo político

    Benjamin Constant critica a los pensadores de la Revolución francesa, que, para él, cometieron el error de querer imponer el concepto de libertad política de los antiguos en una sociedad moderna

    Columnista de Búsqueda

    Dos méritos, de los muchos que admiro, destacan el pensamiento de Benjamin Constant, padre del liberalismo francés: uno es su recelo del voto universal por entender que es una fuente continua de envilecimiento del acto de gobernar rectamente; el otro, la distinción que plantea entre libertad política y personal.

    En su libro Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, Constant critica a los pensadores de la Revolución francesa. Para él, cometieron el error de querer imponer el concepto de libertad política de los antiguos en una sociedad moderna. Sostiene allí que los revolucionarios de 1789 y en adelante se equivocaron al querer conceder más libertad política a los franceses, cuando lo que estos querían, sobre todo, era más libertad individual o civil. En el mundo antiguo, nos dice, la gente solo conocía la libertad política, que consistía en la posibilidad de participar directamente en el ejercicio del poder político. La vida privada de los ciudadanos estaba regulada y controlada en detalle por el Estado. Para los nuevos pueblos, es decir, para los pueblos de los países avanzados de Europa occidental, en ese momento la libertad política como posibilidad de participación directa en el ejercicio del poder ya no tiene su significado anterior. Para ellos, la libertad es ante todo libertad personal, civil, que consiste en una cierta independencia de los individuos del poder estatal. Escribió: “La soberanía tiene solo una existencia limitada y relativa. En el punto donde comienzan la independencia y la existencia individual, termina la jurisdicción de la soberanía”. Esto quiere significar que la política no es protagónica, salvo como resguardo de la libertad; la política que no es seguridad tampoco puede ser garantía. Si hay libertad, la política se acota, o debería acotarse. O los políticos tendrían que tener un freno a sus pasiones.

    Con certera lucidez, Constant relacionó la transición de la libertad política de los antiguos a la libertad personal y civil de los nuevos pueblos con el aumento del tamaño de los Estados, en los que el voto del ciudadano individual ya no tiene una importancia decisiva, así como con el espíritu comercial de los nuevos pueblos, que, en ausencia de esclavitud, deben trabajar ellos mismos y no tolerar la intromisión estatal en sus asuntos. Prestó especial atención a la justificación de la libertad de conciencia, de prensa y de actividad industrial. Sobre la base de esta comprensión de la libertad y de la relación entre el ciudadano y el Estado, consideró aceptables solo aquellas formas de gobierno que garantizan la libertad individual.

    A diferencia de la mayoría de los representantes del liberalismo, pero con fuertes puntos en común con las ideas de Constant, Jeremy Bentham manifiesta análogas inquietudes y prefiere no centrarse tanto en la idea de libertad individual, sino en los intereses y la seguridad del individuo. Creía que la libertad raya en la arbitrariedad. Un individuo no debe aspirar a los derechos y a las libertades que parecen pertenecerle por naturaleza, sino cuidar de sí mismo, de su bienestar. Solo él mismo debe determinar cuáles son sus intereses y beneficios. Al negar los derechos naturales del hombre, Bentham plantea toda una revolución en el campo de la teoría y también de la concepción social, pues consideraba que los llamados derechos naturales eran anárquicos porque su significado es incierto y todos los interpretan de forma arbitraria: “De las leyes reales surgen los derechos reales; pero de leyes imaginarias, de leyes de la naturaleza, imaginadas e inventadas por poetas, retóricos y traficantes de venenos morales e intelectuales, surgen los derechos imaginarios, una generación bastarda de monstruos”.

    Tampoco aceptó la idea del origen contractual del Estado, considerándola una tesis no probada. En su opinión, los Estados se creaban por la violencia y se establecían por la costumbre. Bentham reconoce como derecho real solo el establecido por el Estado. El criterio para evaluar este derecho es el beneficio, y su objetivo es la mayor felicidad del mayor número de personas. Dijo, no sin un entusiasta escepticismo y previendo las maldiciones que sobrevendrían por extensión del mal que observa, que “la carrera por la libertad real apenas comienza; hasta ahora ha habido libertad para un partido, licencia para una facción, pero la gran masa de las personas ha estado esclavizada”.