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    Militontos

    ¿Qué es lo que lleva a que gente con cierto nivel educativo, acceso a dispositivos y cierta dosis de tiempo libre sea capaz de reducir cualquier asunto de la vida en común a un choque entre hinchadas políticas?

    Columnista de Búsqueda

    Se dice con mucha frecuencia que las redes sociales, en especial X, no son representativas de la opinión pública. Que esta última es algo mucho más difuso y matizado que las burradas radicales que se leen en redes y que estas solo representan el sentir de los más radicales, que son quienes dedican tiempo a discutir con desconocidos de manera virtual. Justamente por eso no es disparatado, entonces, ver esas opiniones en redes como representativas de esos radicales que suelen ser tajantes y descalificadores con los demás a la hora de conversar sobre cualquier tema que se les cruce.

    Y si hay algo que resulta llamativo entre esas opiniones virulentas que se leen en redes es su capacidad para convertir cualquier asunto público en una cuestión exclusivamente partidaria. No en una cuestión política en general, que también sería un exceso, sino en un combate entre hooligans de partidos políticos en una campaña electoral permanente. Esto es, midiendo si los asuntos sirven o no a la causa de tal o cual partido. Y a partir de ese único eje, construir un punto de vista que, las más de las veces, va a ser expuesto bajo la forma de la agresión o directamente el insulto. Llamarlos opiniones es, de hecho, ponerle unas flores que esa violencia por lo general no merece.

    ¿Qué es lo que lleva a que gente con cierto nivel educativo, acceso a dispositivos y cierta dosis de tiempo libre sea capaz de reducir cualquier asunto de la vida en común a un choque entre hinchadas políticas? Pensaba justamente en eso el otro día después de que el periodista Leonardo Haberkorn revelara que, según los datos que la propia Intendencia de Montevideo hizo públicos estas semanas, el verano pasado varias playas de la capital no eran aptas para tomar baños en ellas, ya que superaban los niveles de contaminación aceptables.

    La reacción inmediata de la runfla de redes no fue preguntarse por la clase de malestar fisiológico que podría llegar a causar la situación en caso de repetirse este año, sino alinearse a toda velocidad detrás de las habituales posiciones partidarias. Que si Haberkorn era un operador de la derecha porque denunciaba cosas que perjudicarán al gobierno municipal del Frente Amplio. Que era honesto por primera vez en su vida, ya que antes se había dedicado muchas veces a atacar a la coalición en el gobierno nacional. Toda clase de operativos delirantes dibujados desde una mirada que simplemente no parece interesarse por los efectos de las políticas públicas en la realidad y que, en cambio, parece clavada en la siguiente campaña electoral. Cuando digo la runfla de redes no me refiero al total de personas que comentan en redes, que en su mayoría suelen ser razonables. Me refiero al sector más estruendoso y radicalizado que muchas veces se parece un montón a las militancias partidarias.

    Como apuntaba mi amigo Eric Coates en un comentario, valga la licencia, en redes: “A veces parece que importe más si el tratamiento de una noticia puede resultar un palo para este o aquel político, que el propio contenido de esa noticia. En este caso en particular, hablamos del derecho de acceso a información por parte de los usuarios de las playas, sobre la calidad del agua en que se bañan y si hay niveles peligrosos de una bacteria que puede afectar la salud. Frente a un tema así, no comprendo cómo se puede considerar tan importante la competencia político electoral entre el FA y la Coalición, como para que gente de a pie cierre filas y prefiera que ni se mencione el asunto por ser inconveniente para el bando que uno vota. Yo creo que es más importante que una madre sepa que llevar el nene a Pocitos le puede dar diarrea o algo peor y que si lo lleva a la Verde no corre ese riesgo. Para eso lo mejor es dar acceso a la información más completa posible, como se hace en muchos otros lugares”.

    Además de darle la razón al 100% agrego: las cuestiones sanitarias, lo aprendimos de manera dramática en la pandemia, no son solo cuestiones políticas. La política tiene los límites que le imponen la biología, en este caso en particular, y la realidad material, más en general. El problema es que vivimos en un país en donde lo partidario decide todo y al ciudadano se le reclama fidelidad perruna a los proyectos políticos, con independencia de los resultados que estos obtengan. Somos pocos y de la política comemos muchos, parece ser la consigna implícita en esa clase de vínculo entre ciudadanía y partidos. El resultado es, obviamente, una política de peor calidad. “Eh, pero es mejor que la Argentina” suele ser la respuesta cómoda y tranquilizadora, como si compararse con quien parece estar peor te fuera a llevar a un lugar mejor a vos. Si como ciudadanos anteponemos la política incluso a nuestra salud y nos convertimos en una suerte de coraza partidaria, ¿qué incentivos tiene la política para mejorar? Si decenas de miles eligen no saber si nadan en un mar de caca porque con ese gesto creen que apoyan a “los suyos”, ¿por qué alguna autoridad se iba a tomar la molestia de hacer las cosas como es debido?

    Hace unos años comenté que esta clase de vínculo entre partidos y ciudadanos no era especialmente sano porque de alguna forma subordinaba a este último a las lógicas partidarias, como si los intereses de los partidos y la ciudadanía fueran siempre los mismos. Y dije que ese era el camino al vasallaje. Vasallo, conviene recordarlo, era quien estaba sometido en un vínculo de fidelidad con el señor que le concedía la posesión efectiva de un feudo. En aquel entonces, de inmediato fui amonestado públicamente por un politólogo del sector fervoroso/quejoso, que a veces ejerce de comisario de redes y que considera equivocados a quienes no compartimos su entusiasmo por las banderas y el ruidaje partidario. Como si estos fueran obligatorios y naturalmente deseables.

    Más allá de que cada dato sanitario que no es proporcionado porque a la hora de decidir su publicación medió un cálculo de utilidad político-partidaria, muestra de manera clara que no es verdad que partidos y ciudadanos sean la misma cosa, cada vez que un ciudadano apoya de manera abierta una negligencia, se asegura de que aumenten las chances de que esa u otra negligencia se repita. No importa si lo hace porque legítimamente cree que “los otros son peores”. Importa que, de esa forma, la negligencia pasa a ser parte del paisaje y, entonces, terminamos todos nadando entre la caca, sin saberlo. Incluso sin querer saberlo, que es aún peor.

    Ese pasito, el de asumir las deficiencias del proyecto político como parte de su naturaleza (o en su variante de mínimos, considerarlo el mal menor), es el que empuja a los más radicalizados entre nosotros, sin saberlo ni quererlo, a dejar de ser militantes para empezar a ser militontos. Y esa posibilidad, esto es bueno tenerlo claro, está perfectamente prevista por los partidos, que saben que contando con esa clase de incondicionalidad tienen carta blanca para incumplir, ocultar o pasar por alto cualquier promesa que hayan hecho en la última campaña electoral. Y para volver a hacerlo en la siguiente. Sin una ciudadanía de a pie que sea crítica, la mediocridad política está asegurada.