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    Ministra 3.0

    Albania promete (con el nombramiento de una IA como ministra) transparencia y objetividad, pero el código es una caja negra que conocen unos pocos. Si algo sale mal, es culpa del algoritmo, falló el sistema, y la responsabilidad de quienes manejan los hilos se traslada a una máquina, se diluye sin consecuencias jurídicas para nadie. Se abre entonces un debate importante: ¿puede el algoritmo blindar contra la corrupción?

    Columnista de Búsqueda

    Cuando la presentaron en sociedad, las autoridades albanesas explicaron que la nueva ministra no necesitaría sueldo ni viáticos ni chofer, no pediría vacaciones ni licencia por enfermedad. “No tiene intereses personales, no tiene primos, y los primos son un gran problema en Albania”, recalcó el primer ministro. Se llama Diella, es un algoritmo y, muy previsiblemente, está representado por un avatar con una amable cara femenina que habla, saluda y explica con tono de voz suave y cálido. Ya sabemos que la feminización de lo visible rinde lo suyo y tranquiliza la conciencia institucional.

    La primera inteligencia artificial (IA) en asumir funciones ministeriales en el mundo está al frente del Ministerio de Adquisiciones Públicas, y dicen que fue pensada para optimizar la selección de las compras estatales, para gestionar licitaciones y lograr procesos de contratación pública “100% libres de corrupción”. Esto sucede en Albania, donde el clientelismo está enquistado en el poder, y después de una serie de escándalos que dañaron la imagen del país y pusieron en riesgo su proceso de adhesión a la Unión Europea.

    Edi Rama, el primer ministro, que gobierna ininterrumpidamente desde 2013, hizo su presentación diciendo que es una respuesta innovadora pensada para mejorar la contratación pública. Pero en poco tiempo y frente a las críticas de la oposición, develó que la ministra funciona bajo la supervisión de un comité interdisciplinario de expertos reales, de carne y hueso. Supuestamente, la IA albanesa se limita a ordenar y optimizar procesos acusados de opacidad, de revisar las ofertas, comprobar requisitos, evaluar las puntuaciones técnicas y económicas, de recopilar proveedores, métricas y bases de datos, o sea, se encarga de registrar y controlar, sin tomar decisiones de ningún tipo.

    Frente a un gobierno salpicado por denuncias de vínculos oscuros con empresas, la oposición señala que la integridad no se garantiza únicamente con tecnología, que hace falta dotarla de controles independientes, de auditorías constantes, rendición de cuentas, así como un marco legal adecuado. Concluye que, a pesar de la imagen de modernización y apertura, las teclas del poder las siguen pulsando los de siempre.

    ¿Dónde queda la supuesta neutralidad tecnológica? Albania promete transparencia y objetividad, pero el código es una caja negra que conocen unos pocos. Si algo sale mal, es culpa del algoritmo, falló el sistema, y la responsabilidad de quienes manejan los hilos se traslada a una máquina, se diluye sin consecuencias jurídicas para nadie. Se abre entonces un debate importante: ¿puede el algoritmo blindar contra la corrupción? La respuesta dependerá de las reglamentaciones, de la transparencia en el diseño de los programas, de los controles y de la supervisión, de los protocolos de seguridad que se implementen para reducir el riesgo de manipulación del sistema. Sin estas garantías, la corrupción podría adquirir nuevas formas, ocultas en el programa que fue diseñado para evitarla.

    De esa forma, el nombramiento de una IA como ministra, sin transparencia del software y sin controles, se parece más a una forma pueril de gatopardismo que a una voluntad real de mejorar los procesos sospechados de corruptela.

    Por otra parte, el hecho de darle a la IA un rostro femenino no es un gesto inclusivo ni igualitario, no representa una participación equitativa, acceso a oportunidades, eliminación de estereotipos. Es la feminización política de lo externo, de lo visible, de lo cosmético. Es branding puro y duro. Los uruguayos conocemos esto de poner rostros de mujeres en la foto, en el escenario, en las portadas. Cada cinco años presenciamos intentos de feminizar la imagen de la campaña electoral con candidatas que, en similares lapsus de sincericidio, serán llamadas “bombón” o “repuesto”. Y sabemos de antemano que el verdadero poder, la Presidencia de la República, las carteras ministeriales que muerden, como Economía o Relaciones Exteriores, salvo excepciones, quedarán en las manos de siempre.

    No parece casual que Diella tenga cara y cuerpo de señora albanesa. Fue diseñada como una ministra que asiste, organiza y facilita los procesos administrativos, una señora sin poder de mando ni de toma de decisiones. Y está bien que así sea, que una IA no vaya más allá de eso; lo que resulta excesivo es pretender que simboliza los avances en la conquista de los derechos de la mujer. El programa refleja los prejuicios de siempre, ahora instalados en el propio software: la representación de una mujer facilitadora, una buena secretaria que se limita a hacer interfaz con el poder. ¿A alguien le suena conocido?

    Sin ánimo de romantizar la vieja burocracia de mostrador y papeleo, sin necesidad de apagar las nuevas tecnologías, me quedo pensando que la democracia no se instala mágicamente mientras baja un programa en una máquina, que la participación femenina no se puede reducir a una imagen virtual que saluda y habla, no muy diferente de Alexa o de Siri. Desde mi rincón del mundo observo el experimento albanés con esta mezcla tan uruguaya de fascinación y recelo. No me atrevo a pontificar, pero sospecho que en una democracia el poder deben ejercerlo las personas, preferentemente mujeres y hombres, seres humanos con nombres y apellidos, que respondan políticamente, que puedan ser llamados a rendir cuentas con la responsabilidad jurídica que corresponda. Y que nadie puede esconderse detrás de un holograma sonriente, que nadie puede hacernos creer que delegar responsabilidades en una IA sea una forma moderna de libertad.