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    Mugen las vacas

    Director Periodístico de Búsqueda

    El problema son las vacas sagradas. Porque lo que ocurre con las vacas sagradas es que se amontonan en la mitad del camino y no dejan avanzar. Aunque estén cada vez más viejas, aunque sea evidente que es muy poco lo que aportan, aunque a la vista de una inmensa mayoría sea obvio que lo único que hacen es inmovilizar a los que realmente creen que el futuro tiene un sentido y es positivo.

    Trascienden los partidos las vacas sagradas. También los gobiernos. Las tienen la derecha y la izquierda porque no son ni de derecha ni de izquierda, si es que todavía tienen vigencia esos calificativos. Son uruguayas. Pastan en la penillanura levemente ondulada y nadie se atreve con ellas. Hace mucho que no dan leche. A lo sumo, sombra para los que quieren recostarse a descansar a su lado, que son unos cuantos.

    Las vacas sagradas tienen además como una especie de efecto hipnótico. A los que se acercan a ellas los envuelven y les quitan una parte importante del sentido común. Cuentan con un mugido que es como una especie de canto de sirena, que adormece a cuanto humano lo escucha, en especial si se desempeña en la actividad pública.

    Los políticos las respetan. Casi todos pero muy especialmente los que llegan al gobierno. Eso no significa que algunos no intenten correrlas un poco del camino. Ocurrió en el pasado, ahora y seguramente vuelva a pasar en el futuro. El problema es que son pocos, casos aislados, y suelen desistir por cansancio o por falta de apoyo o por una resistencia de los mandos medios estatales que ejercen una fuerza muy superior a la de las principales jerarquías temporales.

    Una de ellas, la más grande sin duda, es la burocracia del Estado. Esa muge de una forma constante. La reforma estatal siempre está arriba de la mesa, todos los que logran gobernar la prometen y después avanzan unos metros hasta que se les atraviesa la vaca en el camino. Les ha ocurrido a los tres partidos políticos que estuvieron en el gobierno desde la restauración democrática: Partido Colorado, Partido Nacional y Frente Amplio.

    Para poner solo un ejemplo por cada una de esas colectividades políticas, lo mejor es empezar con el expresidente colorado Jorge Batlle. Pocos meses después de asumir, a principios de este siglo, Batlle anunció que una de sus metas principales era reestructurar el Estado y hasta difundió los distintos salarios que pagaban la administración pública y las empresas estatales, como forma de dejar en evidencia las inequidades y comenzar los cambios. Luego debió atravesar la crisis económica de 2002, la peor en un siglo, y las prioridades pasaron a ser sobrevivir, sin mucho más espacio para otra cosa. Fue muy poco —casi nada— lo que concretó en materia estatal, acuciado por las circunstancias.

    El exmandatario Tabaré Vázquez, que gobernó 10 de los 15 que lo hizo el Frente Amplio, se planteó como “la madre de todas las reformas” la del Estado. Puso además equipos específicos para trabajar en una nueva estructura pública y algo similar manifestó el otro expresidente frenteamplista, José Mujica. Sin embargo, los tres períodos del Frente Amplio terminaron con cambios muy poco sustanciales y con más funcionarios públicos y organismos estatales.

    El actual presidente, Luis Lacalle Pou, también ha sido a lo largo de toda su carrera política un gran defensor de un Estado más eficiente, moderno y no tan burocrático. Con esa premisa ganó las elecciones de 2019 como abanderado del Partido Nacional primero y de la coalición multicolor después. Pero también debió dejar muchas de sus ideas de reforma estatal por el camino en la negociación con sus socios de gobierno, como por ejemplo, la desmonopolización de los combustibles. La vaca sagrada siguió mugiendo.

    De hecho, uno de los principales jerarcas de este gobierno, un ministro que ocupa un cargo central en el manejo de todo el Estado, se quejó días atrás en una reunión privada con un grupo de empresarios de un problema que ha sido una constante durante su gestión. Lo que les trasmitió es que muchas ideas se transforman en órdenes que llegan a darse, pero que luego se diluyen en el enorme océano de la burocracia. Relató un caso específico de una medida sustancial, impulsada desde hace más de un año, pero que todavía necesita varios avales de los mandos medios para ejecutarse. “Gobiernan más ellos que nosotros”, les dijo en referencia a esos burócratas que trascienden a los ministros de turno.

    Otra vaca sagrada que camina siempre junto a esta primera es la referida a la cantidad de instituciones y organismos que forman el Estado, asociada a los cargos de confianza que generan alrededor. Teniendo en cuenta el tamaño del Uruguay, ¿tiene sentido tener 19 departamentos con 19 intendencias y 19 juntas departamentales con 30 ediles cada una? ¿Se justifica contar en el Poder Legislativo con dos cámaras, una de 31 senadores y la otra de 99 diputados, con cientos de secretarios, asesores y funcionarios administrativos? ¿Son necesarios tantos ministerios y empresas arrastradas del pasado con pocas funcionalidades, como AFE, para poner solo un ejemplo?

    Varios dirigentes políticos, de distintas orientaciones ideológicas, propusieron más de una vez cambios en esta megaestrucutra. Es más, la posibilidad de unificar o reducir las cámaras legislativas fue promovida desde distintos partidos, antagónicos entre sí. Pero todo queda en titulares. Las ideas revolucionarias aparecen cerca de las campañas electorales y, al pasar a los hechos, nunca se logran las mayorías necesarias. La vaca sigue mugiendo, casi sin interrupciones.

    El más claro ejemplo al respecto es lo ocurrido con la iniciativa promovida por el exsenador colorado recientemente fallecido Adrián Peña, en referencia a establecer por ley que todos los ingresos a las intendencias sean por concurso. Parecía de sentido común y en principio la mayoría del sistema político se mostró de acuerdo. Pero luego, cuando llegó el momento real de definirse, no estuvieron los votos. Ni el Partido Nacional, que cuenta con la mayoría de las intendencias, ni el Frente Amplio, que gobierna tres de las más importantes, se sumaron. Las razones esgrimidas fueron muy distintas, pero, por más vueltas que se le quiera buscar, otra vez ganó el no cambio.

    Por último, otra vaca sagrada que todos dicen querer correr del camino pero que solo escuchan mugir y pastar a la distancia: transparentar el financiamiento de los partidos políticos. No hay ningún político, en especial los que aspiran a ocupar los cargos más importantes, que no hable a favor de ir en esa línea. Todos se muestran de acuerdo con la necesidad de establecer reglas claras de juego, de que se pongan límites a determinadas acciones de apoyo económico y de que los recaudadores estén obligados a informar de dónde provienen sus fondos como forma de combatir ilegalidades y el eventual ingreso del narcotráfico a la política. Pero muy pocos lo hacen. Es más, cuanto más cerca de obtener el poder están, menos informan. Así lo prueba el informe realizado por Búsqueda la última semana, para el que solo seis de 16 candidatos dieron información sobre su financiamiento y no lo hizo ninguno de los que tienen posibilidades serias de ganar las elecciones. Más fuerte se siente todavía el mugido de las vacas ante tanto silencio.